Invierno 3/4

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Llorar no sirve de nada, sólo demuestra que se posee una debilidad y que la gente puede utilizarla en tu contra, herirte con ella.

Llorar es abrir tu alma y dejar una oportunidad expedida en la atmósfera donde cualquiera puede aprovecharse y tirarse encima.

Llorar sólo ayuda a desahogar lo que uno no se permite mencionar, soltar las palabras al aire y dejar que éstas se consuman.

Llorar es silenciar.

Llorar es liberar.

Llorar es dejar en el olvido y no recordar más.

¡Al diablo las estúpidas contradicciones!

Mediados de Diciembre

Tokyo era una ciudad dotada de monstruosidades metálicas y por grandes pantallas planas, edificios que superaban los veinte pisos y los cincuenta metros de alto, y el asfalto de las aceras solía desprenderse cada tres segundos de las calles más transitadas y embotelladas. Los copos de nieve descendían de forma ondulatoria aquella noche, bailando una melodía que únicamente los soñadores y expertos eran capaces de imaginar e interpretar: Do, Re, Mi, La, Sol, Si, Mi, Sol, Do, Re, Mi, Si, Sol, hasta repetir de nuevo esa dulce armonía en un vaivén, cuya culminación se presentaba hasta que el último copo de nieve del día finalizaba su caída y el sonido del último metro anunciaba su llegada. La ciudad estaba vestida de blanco, como un ángel guardián luciendo su nueva túnica antes los serafines y arcángeles. La belleza del invierno traía impedimentos para muchos, pero uno no podía negar la alegría que dejaba en los corazones de los niños, un punto en contra y otro a favor.

Pero Satsuki Shishio odiaba el invierno porque, en primer lugar, su nariz se congestionaba. Y dos, porque le había fallado a ella en aquel entonces.

-No.

-¿Haruta Nana?

-No.

-¿Io Sakisaka?

-No.

-¿Sakuri...?

-No -Samejima, la chica con un cabello negro tan imponente y con un flequillo parejo que cubría la mitad de su frente, ojos oscuros, un temple inquebrantable, interrumpió la interrogante del otro azabache. Era el undécimo nombre que le habían preguntado desde que fue invitada a tomar té en la casa de al lado, mientras que el maestro tenía la finalidad de conocer para quién trabajaba su vecina. Mas bien, quería saber si la mangaka en cuestión resultaba ser su favorita y así él pudiera obtener algunos adelantos o la oportunidad de leer el capítulo siguiente, previo a la fecha de lanzamiento. Las ganas de enterarse sobre la última decisión de la protagonista, con respecto a sus dos prospectos amorosos, siempre le habían traído intriga y puesto los nervios de punta al pensar sobre las posibilidades de que no se quedase con su favorito; hasta un adulto, mayor de treinta años, lograba emocionarse al leer un manga shoujo y tener esas alteraciones momentáneas en sus estados emocionales cuando ocurriese algo "expectante" y que le robe el aliento en alguna parte del manga, por lo que Satsuki Shishio no era la excepción. Fue unas de las primeras cosas que la percepción de Samejima captó cuando le fue enseñada la colección privada de su extraño vecino.

-¿Samejima-san planea jamás decirme el nombre, verdad? -Shishio se limitó a sonreír tímidamente, rascándose detrás de la nuca y apartando la mirada, la que luego fue postrada en el suelo de madera. Sintió una ligera punzada en el pecho por haber creído que ya eran lo suficientemente cercanos para tales preguntas. Él no podía evitar hablar con total naturalidad frente a los demás, siempre se tomaba ciertas libertades.

Cigarrillos y alcoholDonde viven las historias. Descúbrelo ahora