1.- Como llegue...

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Mina tenía cinco años cuando la conocí, corría alegremente en el linde del bosque justo atrás de su casa. Su risa me llamó la atención distrayéndome del libro de herbolaria que sostenía entre mis manos, era la risa más melodiosa que había escuchado en mí ya algo larga vida, aunque entre los míos aún era muy joven, me reprendí a mí mismo por admirar algo de procedencia humana. Una lluvia de hojas me saco de mis cavilaciones, la pequeña había ido a tirarse sobre la montaña de hojas junto a la que estaba sentado, tirándome toda encima.

-          ¡Ey niña grosera! – explote aunque lo más seguro fuera que no me oyera, no fue el caso, la pequeña giro sobre su cuerpo y enseguida tuve sus dos enormes ojos verdes, casi grises, mirándome fijamente y su rostro pecoso se ilumino en una sonrisa.

-          ¿Eres una muñeca?

-          ¡Una muñeca! ¿Cómo te atreves…?

-          ¡Lo sabía! ¡Eres un hada!

-          ¿Qué? ¡ESTAS LOCA NIÑA! – estaba tan furioso que ni siquiera me moleste en pensar por que aquella niña me veía tan claramente, es cierto que era pequeña y llena de inocencia (aunque fuera una molestia) pero a pesar de la pureza de los niños eran pocos los que nos podrían ver y escuchar tan claramente, el resto apenas lograba distinguirnos por algunos minutos. – Soy un príncipe, un príncipe elfo…

-          Tú no eres un príncipe – dijo mientras se cruzaba de brazos enojada arrugando su pequeña nariz – mi mamá dice que los príncipes son muy amables y tú eres un grosero.

-          Yo soy un príncipe real, no uno de tus tontos cuentos de hadas. – al parecer lo que dije no le gustó nada, enseguida sus ojos se llenaros de transparentes lágrimas que comenzaron a caer por sus mejillas. – no llores pequeña, lo siento, tienes razón los príncipes deben ser amables – no sé por qué razón me encontraba consolando a esa molesta humana pero no pude soportar su llanto – por favor, para de llorar – enseguida la pequeña dejo de llorar y limpiándome las lágrimas me sonrío.

-          ¿Quieres una galleta? – me ofreció una pequeña galleta de chocolate que llevaba en su bolsillo, yo no como nada que venga de los humanos, odio todo lo que tenga que ver con ellos pero temiendo un nuevo ataque de llanto, la acepté… y fue lo más delicioso que había probado en mi vida.

-          ¡Minerva! – al parecer la madre de la pequeña la llamaba desde la puerta donde una joven pelirroja le hacía señas a mi acompañante - ¡Ven cariño! ¡Es hora de comer! – la pequeña se puso de pie enseguida y antes de echar a correr a su casa se volvió hacia mí.

-          ¿Vienes? – Dudé

-          ¿Habrá más galletas? – esas cosas en serio me habían gustado, ella asentó – Bien, pero debes llamarme “Alteza Aren”

-          ¿Aren? ¿Así te llamas?

-          ¡Su alteza! ¡Su alteza! ¡Que no se te olvide!

-          Bien, bien, su alteza – se rindió rodando los ojos, ¿Una niña tan pequeña podía rodar los ojos así? – Pero solo si no eres grosero – es una cínica.

-          Seré amable.

Ella sonrió y yo salté hasta su hombro y nos dirigimos hasta donde su madre la esperaba. Así fue como entre en la vida de la pequeña Minerva, sobra decir que yo no fui amable y ella jamás me llamó alteza, pero no podía resistir a molestarla y por eso mismo la alegre Minerva se convirtió en mi traviesa Mina.

-          ¿Te llamas Minerva? – le dije ese mismo día mientras comíamos galletas en su habitación, ella hojeaba un libro de dibujos mientras yo me aburría de lo lindo, ella asintió sin despegar la vista de su librito. – no me gusta.

Su príncipe elfoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora