09| Cena poco 'familiar'

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21/08/99

—¡Me duele todo mi cuerpo! —exasperó At, aburridísimo, jugaba con mi silla giratoria con ruedas y se paseaba con ella por todo mi cuarto, pero no estaba sentado, sino que se recargaba en el respaldo, parado de manos, quería decirle "no parece", pero él tiene siempre algo que decir para refutar lo que digo. Continuó: —Ayer me obligaste a limpiar toda la casa contigo y luego dormiste toda la tarde y toda la noche, ¡me estoy muriendo!

—Quería recolectar más información de mi vida —lo seguí con la mirada, yo estaba parada frente al espejo sobreponiéndome un par de vestidos—. ¿Te parece bien el rojo? O es muy llamativo... —le pedí su opinión.

At me ignoró y continuó hablando. —Perdimos tanto tiempo ayer y no encontramos nada que no supieras ya, además de la ubicación de tu recetario, en el librero de la sala.

—¡Pero dejamos todo reluciente! ¡Y ahora podemos aprender a cocinar!

—Hagamos algo más útil, te llevaré a un lugar que sí te ayudará —soltó la silla y se quedó detrás de mí, frente al espejo, nos comparé a ambos, si él fuera una chica, sería mil veces más hermosa que yo.

—Después. Ahora, ¿cuál de los dos? —levanté los vestidos.

—Es sólo una comida —me miró, desganado.

—Entonces creo que me llevaré el rojo —decidí, al ver que él no tenía ni el más mínimo interés en mi reunión con mis papás.

—El verde es mejor —me contradijo—, las gomitas verdes son lo mejor —se convenció, ahora pensaba en golosinas.

Puse los ojos en blanco. —Saldré con mis padres, me siento emocionada, apóyame un poco—le recriminé. Él sólo se acomodó la pluma que colgaba de su cabello, sin decir nada.

—Vale, mañana te llevaré a comprar gomitas, y también iremos a ese lugar que no dejas de mencionar, ¿está bien así? —intenté persuadirlo. Y aparentemente funcionó. De todas formas íbamos a hacerlo, pero quería dejarlo pensar que había ganado.

—¿De verdad? ¡Muy bien! ¡Que no se te olvide! —recalcó, sus orejas se levantaron más, se veía muy alegre, y en un vuelo rápido, se zambulló en mi clóset para salir de ahí con un suéter amarillo, el cual puso en mi mano y me quitó al vestido rojo para arrojarlo a la cama—. Este conjunto te quedará bien, vístete.

—Eres un interesado —bromeé mientras observaba la buena elección de los colores.

—Soy chico de negocios —se giró para dejarme vestir.

—Cualquiera te puede comprar con gomitas —le reproché.

—Para mí son oro —me recordó.

Apenas eran las once de la mañana. Mis padres enviaron un taxi de confianza para que me llevara a la ubicación exacta del restaurante. At y yo nos subimos en los asientos de atrás.

—¡Vaya, mira la calva del conductor! —me avisó At con su dedo índice—, es más brillante y lisa que una bola de boliche.

—¡No lo señales! —susurré lo más bajo que pude.

—Pero tenías que verla, ¡y yo tengo que tocarla! —se dijo.

—Creí que no podías tocar a otras personas.

—¡Debo intentarlo! —gritó y alzó para sí el puño.

—Que ni se te ocurra averiguarlo —le reté.

El taxista me miraba por el retrovisor, con duda y miedo. Por supuesto que entendía su miedo, no siempre ves a una chica hablando sola. Me apené y me quedé callada, miré por la ventanilla para evitar hacer sentir incómodo al pobre hombre.

AtDonde viven las historias. Descúbrelo ahora