13| Corona de flores

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11:00 a.m.

¿Sabes qué es lo peor de despertar en un hospital? ¡El dolor de cabeza, el olor a medicina y el color blanco por todas partes! Ambos padres míos estaban sentados cerca de mi cama esperando con impaciencia a que yo despertara. Y cuando abrí los ojos, se alegraron tanto que me hicieron varias preguntas aleatorias relacionadas a cómo me sentía. Me señalaron la jaula de Shiro, dijeron que la dejarían conmigo para que no me sintiera sola estando aquí. Insistieron en que tenían que ir a trabajar y cuando se fueron, se despidieron dándome, en secreto, una bolsita de gomitas en forma de osos, ¿se permite comerlos en el hospital? ¿Al menos se permiten los animales? Es más importante saber si hay más padres como los míos, que no se quedan con su hija agonizante y simplemente se van a trabajar.

La enfermera no me frecuentó, me vio un vez y como me encontraba en buen estado, ya no regresó, el hospital era un caos y fui abandonada en la camilla de mi pequeña habitación inmaculada. Por eso, At y yo no tuvimos que ser muy cuidadosos para conversar.

—¡Oh! Por fin solos —se alegró At desde la entrada—. Ya fui a espiar. Están en crisis, por lo que vi, regañaban a la cocinera que se llama Asunción, ¿qué nombre, no? Pues que llegó tarde y no había quien cocinara, y lo demás no lo entendí, no tendrán tiempo de ponernos mucha atención, deberíamos irnos —bromeó, tomando mi bolsa de gomitas—. Dijeron que no vendría aquí alguien hasta la hora de comer, así que podemos jugar por mientras —aseguró, rebuscó una gomita verde y la lanzó al aire para atraparla con su boca. Su larga cola se movía cada que probaba algo que le parecía delicioso, era una cualidad muy curiosa suya.

Bajé la cabeza e inspiré. —Al menos debieron decirme la razón de mi desmayo, ¿cierto? —hablé alarmada—. ¿Mi cabeza está tan mal?

—Estás bien —sonrió—, el doctor les dijo a tus padres que podía pasar, por eso no están tan alarmados.

—Un momento, si trajeron a Shiro para hacerme compañía, significa que... No, ¿tengo que quedarme aquí internada? —reproché, inquieta, y una mueca de asco se dibujó en mi cara. Me había hecho la idea de que no volvería a visitar este hospital desde que salí. El destino se burlaba de mí.

At asintió, divertido, dejando la bolsa en mi regazo, con el resto de gomitas que no eran verdes dentro. Luego, hurgó en una mochila con mi ropa que habían dejado mis papás y sacó un cepillo para el cabello.

—Sólo hasta pasado mañana, dijeron. Podemos hacerle alguna travesura a los internos para pasar el rato. Así vestida, pareces un fantasma —At se acercó a mí para desenredar mi cabello.

—Muy gracioso.

Me quité las sábanas de encima y coloqué mis pies sobre unas sandalias, blancas también, que dejaron para mí.

—No creo que quieras levantarte —dijo acercándose.

—¿Por qué no? —fruncí el ceño—. ¿No querías hacer travesuras?

—Es muy temprano para eso —atinó a decir, esperó a que me pusiera de pie. Estaba mareada y perdí el equilibrio, él me tomó de los hombros para detenerme—. Y también por esto —suspiró abatido refiriéndose a que podría caer y me regresó a la cama—. Te dieron un calmante hace un momento, ¿recuerdas? Estabas algo agitada.

—No quiero dormir más, salgamos —me crucé de brazos algo inconforme.

—Hm... —me miró de reojo y una sonrisa traviesa se formó en sus labios—. ¿Deberíamos?

Alcé la vista hacia él y asentí. At levantó mis piernas, me quitó las sandalias y las metió bajo las sábanas. Él era mi cuidador más dedicado cuando algo me sucedía. Acarició mi cabello y, con serenidad pero firme, me dijo:

AtDonde viven las historias. Descúbrelo ahora