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—Hey, pequeña—dije, agachándome hasta quedar a su misma altura.

Frunció los labios. —No soy pequeña, tengo diez años.

Volví a sonreír ante su comentario. —Lo siento, joven dama—remarqué lo último, causando que ella sonriera satisfecha—. Veo que te gustó lo que tocamos.

—¡Sí! Son muy buenos—miró por sobre su hombro, buscando a alguien—. A mi mamá le hubiera gustado, también.

—¿De verdad? —aunque ya conocía la respuesta, quería saberla de todos modos.

Afirmó con la cabeza. —Sí, ella una vez me contó...

No supe que le había contado, porque otra voz nos interrumpió.

—Abby, ¿qué haces?

Dicen que tu cuerpo no olvida las cosas, a pesar de que haya pasado el tiempo; que no olvida lo que éstas provocan.

—Nada, mami—miró a su madre—. Sólo hablaba con...

—Cuanto tiempo, Sam—intervine, enderezándome, pudiendo verla por primera vez.

—Michael—mi nombre salió en un susurro de entre sus labios, provocando que las mismas sensaciones que siempre había causado volvieran.

—¿Se conocen? —la pregunta de Abby logró que Sam reaccionara, volviendo a centrar su atención en nosotros.

Miró a su hija, tratando de que la sorpresa y los nervios no fueran capaces de ser vistos en su rostro. —Yo... Él... Nosot...

—Fuimos a la escuela juntos—y fuimos novios por un tiempo pero no lo dije, no parecía el mejor momento para decirlo.

Sam no apartaba los ojos de la pequeña Abby, sin saber que decir o hacer.

Abby amplió los ojos luego de unos pocos segundos y sonrió, mientras que me señalaba y decía:

—Tú eres uno de los chicos de la foto.

Enarqué una ceja, de todas las respuestas que podía haber esperado, esa justamente no era; fijé mis ojos en Sam quien la miraba, molesta por lo que había dicho y avergonzada.

—¿Qué foto, Sam? ¿No será la de aquél día de campo que tuvimos los cinco y terminaste toda embarrada? —pregunté divertido, cambiando de peso sobre mis pies; sonreí al notal cómo sus mejillas se tornaban rosadas.

—¡Sí! Esa misma—Abby era inteligente; se notaba que quería reírse por el tema de la conversación pero no lo hacía por la mirada que le estaba dando su madre.

Volví a agacharme enfrente de ella.

—¿Por qué no vas hasta dónde se encuentran esos tres?—señalé sin ningún disimulo hacia dónde estaban Ashton, Luke y Calum—. También son amigos nuestros.

Miró a su madre, suplicante; sonreí.

—Ve, pero has todo lo que te digan—accedió finalmente.

Una sonrisa se posó en su rostro infantil; abrazó fugazmente a Sam para después correr hacia donde se encontraban los demás, seguramente preguntándose porque la niña corría hacia ellos.


ABBY; mgcDonde viven las historias. Descúbrelo ahora