Capítulo 8

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VOLVÍ, HE AQUÍ LO QUE OS TRAJE, ESPERO QUE LES GUSTE Y LA APOYEN POSITIVAMENTE, ME AYUDA A MOTIVARME MÁS!

Y aquí vamos:



-Hash, ¿Qué ocurre?

-Nada. -balbuceé vacilante. Ella se acercó a mí un tanto, y luego posó sus ojos en la chica.

-Deberías comer, detrás tienes suficiente carne fresca -sugirió con malicia, dio unos pasos más y sabiendo lo que haría, la detuve.

-¡No, Rashell! -le advertí con una voz más ronca de lo habitual.

Ella reaccionó y me miró confundida.

-¡¿Desde cuándo estás en contra de los humanos?! No me das miedo con esa voz, Hastong.

Y yo, hasta aquí llego.

La tomé del cuello y la arrastré lentamente hasta chocar con la pared. Nunca me ha gustado hacerle esto a mí única hermana pero es momento que controle su ansiedad. Rashell por lo cual, se tomó esto muy inesperado.

-No vinimos hasta acá para hacer esto -susurré en su oído.

-¡Hermano, me lastimas! -exclamó tratando de zafarse.

-Sólo un poco más -apreté un poco el agarre.

-¡Hastong! -dijo, con un pequeño hilo de voz.

La solté haciendo que cayera al suelo, me agaché a su altura para ofrecerle mi mano, ella la toma y se pone de pie.

-¿Cómo te sientes? -cuestioné.

-Mejor -contestó-...La verdad, Silvana hubiera hecho lo mismo.

Nuestra madre, Silvana Lodge en nuestros tiempos de niñez, nos hacía pasar por esto. Nuestra hambre era inmensa y no sabíamos qué hacer, pero ella nos ayudó. Silvana decía que estar a poco de la muerte, nos hacía olvidar todo pero así enfocarnos en el impulso que llevábamos pero una razón lo impedía; La inmortalidad. Sin embargo, resultó ser un éxito pero no por mucho tiempo. A pasar el tiempo, crecí y aprendí a moderar mi sed pero Rashell aún no llegaba a superarlo

Flash Back

-Mamá, ¿por qué tengo tanta hambre? - le pregunté algo inquieto.

-Cielo, pero sí acabas de cenar.

-No lo sé, pero me siento distinto.

Había algo dentro de mí, algo que mi cuerpo pedía a gritos. Nunca había sentido esta sensación, solamente era un niño, a lo mejor porque estoy creciendo. Mi Madre me miraba algo indecisa y a la vez preocupada, se acercó a mí y se inclinó a mi altura.

-Hijo, ya es la hora -susurró muy bajo.

De un instante a otro, me tomó del cuello y me subió hasta arriba. Mi respiración comenzaba a entrecortarse.

-¡Mamá, suéltame!

-Espera un poco, cielo -contestó.

Coloqué ambas manos sobre la suya para poder apartarla de mí cuello, pero fue imposible, ella era más fuerte. Cada vez más, mi respiración disminuía.

-¡Silvana! -dije con un último hilo de voz.

Hasta que por fin, me soltó y caí al suelo, inhalando y exhalando aire con agitación. La miré mal y me aparté hacia atrás, pero me sentía mejor a pesar de eso.

No Quiero Ser Más Tu RivalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora