Capitulo 17

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  Se acercó al horno para sacar la lasaña. Martina me miró y yo también lo hice. Me sonrió levemente y sentí aquel extraño impulso de besarla. Levantó su mano y acomodó mi cabello hacia atrás. La sensación de estar así con ella se convirtió en algo totalmente extraño.
Era como si yo significara algo para ella. Quizás un amigo...
Nunca tuve amigas mujeres, pues considero que no existe la amistad entre el hombre y la mujer. Lo único que hay entre el hombre y la mujer es deseo. Deseo, que arde en mí, cada vez que tengo cerca a Martina.
Rose puso un plato frente a Martina, haciendo que ella mirara al frente. Sonrió al ver en el plato la humeante lasaña.
—Mmm, esto se ve delicioso —dijo ella.
—No tanto como tú —le susurré para que Rose no me escuchara.
Martina me miró asesinamente, yo solo reí por lo bajo, y Rose puso otra plato frente a mí.
Un jugoso trozo de carne, con el mejor puré del mundo.
Mmm, ¿Cómo sería una jugosa Martina desnuda con crema y una cereza encima? Eso sería interesante. Muy interesante.
Rose se sentó a comer con nosotros, un poco de lasaña. Hablaba con Tini como si se conocieran de toda la vida.
Yo solo las observaba y comentaba muy de vez en cuando sobre alguna de sus conversaciones, de lo cual me ganaba una venenosa mirada de parte de ambas. Cuando Martina había terminado de comer, yo ya iba por mi segundo plato terminado. Ella me miró algo sorprendida.
—De verdad eres una bestia comiendo —me dijo.
—Y tú de verdad pareces un pajarito comiendo —le dije.
Martina se puso de pie y juntó sus cosas.
—Bueno, Rose estuvo delicioso, ya te pediré la receta —le dijo dulce.
—Cuando quieras, Martina—dijo ella sonriéndole.
—Blanco, ya me voy —me dijo.
—Bueno, entonces te llevo —dije cuando terminé de tomar agua.
—No, ya es suficiente. Ya no es necesario, no soy una niña —dijo quejándose.
—Bueno, esta bien cariño, esta vez acepto tus condiciones —le dije, y ella suspiró aliviada. La miré divertido —Pero te acompaño hasta abajo.
—Y si no hay más remedio, ¿Qué puedo hacer? —dijo y Rose rió. Se acercó a ella —Hasta luego Rose, fue un gusto conocerte. No entiendo porque teniéndote a ti, el muchachito es así.
—Yo tampoco cielo —dijo divertida mi nana.
Revoleé los ojos y busqué las llaves mientras Martina caminaba hacia la puerta.
—Dile que me agrada —me susurró Rose antes de que yo fuera detrás de ella.
—Se lo digo —le dije y salí de allí con Martina.
Nos subimos al ascensor y bajamos en planta baja. Caminamos hasta la puerta y ella se giró a verme.
—Bueno Blanco, gracias por todo. No recuerdo muy bien lo de anoche, pero... voy a creer en tus palabras.
—Así tiene que ser —dije. Ella sonrió.
—Gracias —musitó. La miré fijo y no pude detenerme.
Levanté mi mano y acomodé un mechón de su cabello detrás de su oreja, para luego bajar mi mano por su mejilla y acariciarla levemente. Posé mi mirada en sus labios, y volví a sus ojos.
—No es nada cariño, se hacer mi trabajo —le dije.
Trató de no sonreír, pero le fue imposible.
—Eres un tonto, adiós —dijo y comenzó a caminar.
—¡Oye! —la llamé. Se giró a verme.
—¿Si? —preguntó.
—Mi nana me pidió que te dijera que le agradas. Y eso no es fácil de conseguir, no le agradan mucho las mujeres. Menos las chicas que tratan de corromperme...
—Yo no quiero corromperte —dijo rápidamente.
—Exacto —hablé y sonreí de costado —Mi nana, sabe que soy yo quien trata de corromperte.
Vi como sus mejillas tomaban un poco de color, y las ganas de besarla fueron casi ilógicas en mí. Negó con la cabeza y siguió caminando. ¿Por qué demonios es tan linda?
Sacudí mi cabeza y me metí al edificio, subí a mi casa y entré. Rose estaba terminando de lavar todo. Me miró y sonrió.
—Es encantadora —me dijo.
—¿Te agrada enserio?
—Claro que si, me recuerda a tu...
Dejó de hablar y bajó la mirada.
—¿A quien? —le pregunté.
—A una vieja amiga que tengo, es así como ella. De carácter fuerte, convicciones inamovibles y sobre todo una extraña pero dulce forma de llegar a las personas.
—Para mí es como todas las demás —le mentí descaradamente.
—Si seguro —dijo con ironía —Te conozco tanto, pequeño.
—¿Qué quieres decir? —le pregunté.
Ella sonrió divertida y dejó de lavar, para mirarme a los ojos.
—Tú, te estas enamorando de Martina.
Me desperté más temprano de lo que en verdad estoy acostumbrado. Me pegué una refrescante ducha y comí una quemada tostada antes de salir de mi departamento, a un agotador lunes en la Universidad.
El domingo se me había pasado rápido hablando con mi nana y recordando cosas de cuando era niño. La hice desistir de la absurda idea de que yo me estaba enamorando de Martina.
Ese concepto no está incluido en el diccionario de mi vida.
—Uno nunca sabe cuando el amor le llega, pequeño —me dijo Rose —Pero de que llega, llega. Sin avisar y sin permiso, y hay veces en las que se va de la misma manera de la que vino...
Sacudí mi cabeza y me subí a mi moto para prender marcha a las tareas del día. Llegué y me encontré con Xabi y Rugge.
—¿Qué tal Blanco? —me preguntó Ponce.
—Bien, ¿Tú? —le dije.
—Excelente —contestó. Lo miré atentamente.
—¿Realizada la hazaña? —dije al ver su rostro de autosuficiencia.
—Realizada —contestó. Chocamos nuestras manos. Xabi anotaba otra más a su lista de mujeres. Una lista larga y morbosa. Yo nunca hice una lista, y tampoco pienso hacerla.
—¿Y tú? —le hablé a mi otro amigo.
Él estaba serio y parecía molesto. Miré a Xabi y me hizo un gesto con los hombros.
—No sé que le pasa, así está desde que llegué —dijo Ponce.
Ambos nos giramos a verlo.
—¿Qué pasa hermano? —le pregunté algo preocupado, nunca lo había visto tan serio.
Él terminó de fumar su cigarrillo y lo tiró hacia un costado.
—No pasa nada —contestó secamente. Otra vez con Xabi nos miramos extrañados.
Pero mi atención fue llamada por un auto que acaba de entrar al estacionamiento. Era nuevo, pues nunca lo habíamos visto antes.
—Un Audi S4 Cabriolet, ¿de quien es esa belleza? —habló Xabi sin dejar de mirar el auto.
Hasta que una pequeña figura se bajó de allí.
—Martina—dije sonriente.
—Mira como se le iluminó la cara —habló Rugge. Me giré a verlo.
—¿Estás vivo? —dije y palmeé su hombro —Pensé que no.
Volví mi vista a la morena. Ella cerró la puerta de su auto y con una sonrisa de oreja a oreja se acercó a nosotros.
—Hola muchachos —nos dijo.
—¿Cómo estás Martina? —le preguntó Ruggero. Ella lo miró bien.
—Creo que mejor que tú —dijo ella.
—Si, no sabemos que le pasa —dijo Xabi.
—No me pasa nada —soltó exasperado —¿Acaso nunca tuvieron un mal día?
—¿Estrenando auto? —le pregunté y logré al fin obtener una mirada fija de su parte. Sonrió mostrándome todos sus dientes.
—Si —dijo contenta —Al fin me trajeron mi auto. Ya no voy a depender de chóferes celosos y de chóferes aprovechadores...
—¿Eso último fue una indirecta para mi? —le dije. Xabi rió.
—Más que indirecta, diría directa amigo —me dijo y palmeó mi espalda.
—Exacto —agregó la morena y nos miró consecutivamente a los tres —¿Han desayunado?
Los tres negamos con la cabeza algo confundidos.
—Comí media tostada quemada —le dije.
—Yo no tuve tiempo —dijo Rugge.
—Y yo ganas —le dijo Xabi.
—Son de terror —se acercó a nosotros y sin decir nada nos quitó el cigarrillo a Xabi y a mí, y le quitó a Ruggero el que estaba por prender.
—¿Qué haces? —le preguntó Ponce
—No pueden fumar sin desayunar —nos dijo y arrojó los cigarrillos a los lejos.
—Ese estaba entero —lloriqueó Rugge.
—Lo lamento, pero yo no puedo permitir que consuman sus vidas con estas porquerías —dijo ella algo nerviosa.Xabi la miró con ternura.
—Siempre quise tener a alguien que me dijera eso —le dijo y se acercó a abrazarla.
Ruggero se unió a su tonto abrazó. Sentí una pequeña punzada en el estomago, y los miré asesinamente.
—Ya, ya, suéltenla —les dije. Ambos se alejaron —No me la atosiguen.
—¡Ja! —dijo ella divertida —Mira quien habla...
—Eso mismo, Jorge. Mira quien habla —agregó Xabi.
—Bueno, no voy a dejar que vuelvan a fumar sin haber desayunado antes, ¿entendieron? Eso les hace más daño del que ya se hacen al fumar —nos dijo. Los tres asentimos como niños pequeños —Ahora caminen que vamos a llegar tarde.
Volvimos a asentir, y comenzamos a caminar. Escuchamos como un montón de libros caían al suelo. Los cuatro nos giramos a ver.
—¡Demonios! —dijo aquella chica y se agachó a recogerlos. Martina la miró y luego nos miró a nosotros.
—¿Quién es ella? —preguntó. Xabi y yo nos encogimos de hombros.
—Se llama Lodovica Comello, estudiante de abogacía. Está un año más adelante que nosotros porque es una Enstein en potencia. Una ñoña —dijo Rugge
Xabi lo miró confundido. ¿Cómo sabía esas cosas? Es más, yo jamás la había visto.
—Voy a ayudarla —dijo la morena y se acercó a ella.
La chica castaña de ojos verdes, levantó su mirada, que estaba detrás de unos anteojos, para mirar a Martina. La morena le sonrió y comenzó a juntar los libros mientras le hablaba.
Con los chicos comenzamos a caminar hacia el salón.
—¿Cómo sabes todo eso de ella? —le pregunté a Rugge.
—Lo se y punto —dijo Ruggero
Otra vez su cara se había tornado seria. Entramos al salón y aun la profesora de derecho no había llegado.
Martina entró corriendo y se paró en secó al ver que había llegado a tiempo. La miré y le hice un gesto para que se sentara a mi lado. Negó con la cabeza, le hice un gesto de ¿Por qué?
Con el rostro me señaló a Stephie. Giré mi cabeza para mirarla y la rubia me miraba fijo, con los ojos llenos de rabia. Un escalofrió recorrió mi espalda. Eso si que da miedo...
Volví mi mirada a Martina, y ella ya estaba sentada al lado de Xabi. Tomé mi celular y comencé a escribir rápidamente. Envié el mensaje, miré hasta que mi amigo tomó su celular. Sentí como alguien se sentaba a mi lado, lo miré y era Rugge.
—¿Qué sucede? —me preguntó.
—Estoy viendo si Xabi, lee el mensaje que le mandé —dije sin dejar de mirar al frente.
Mi celular comenzó a vibrar.
'Tranquilo Blanco, tengo códigos. Se que es tuya, además de que se nota que estas loquito por ella...'
Gruñí y volví a escribir.
'No seas imbécil, y solo no te pases de listo porque ya veraz...'
La profesora entró a la clase. Me acomodé mejor en la silla y volví mi vista a Rugge. Él seguía con el semblante serio. Algo lo perturba, y mucho.
—¿Vas a decirme que te pasa? —le dije por lo bajo. Me miró de costado.
—Hay alguien que me perturba —contestó. Fruncí el ceño y lo miré mejor.
—¿Acaso es la chica de anteojitos? —le pregunté y sin darme cuenta elevé más mi voz de lo que debía. Toda la clase se giró a verme.
—¿Sucede algo Blanco? —me preguntó la profesora.
—No, nada. Lo siento —me disculpé.
Creo que yo estaba más asombrado que el resto de la clase, al escucharme a mi mismo disculpándome por algo que hice.
—¿Estás enfermo o que? —dijo por lo bajo Rugge. Sonreí divertido.
—No me cambies de tema, ¿es la tal Lodo?
Suspiró levemente y volvió a mirar al frente.
—Si —dijo sin quitar su vista de la profesora.
—¿Qué pasó con ella?
—Es una... una ñoña —dijo nervioso, pero sin levantar la voz —Y tuvo el tupé de decirme que soy un neandertal con peinado de disco.
Estallé en risas. Otra vez la clase entera se giró a verme, incluso Martina y Xabi. La profesora frunció el ceño.
—¿Se puede saber que es tan gracioso? —me preguntó.
—Lo siento, de verdad lo siento —dije mientras calmaba mi risa —No volverá a pasar...
La profesora revoleó los ojos y volvió a escribir.
—¿Y por eso estás así? —le dije mientras restregaba mis ojos a causa de la risa.
—No solo me dijo eso. Sino también que era un pobre idiota que buscaba consuelo en todas las chicas con las que me acostaba, pero que no lograba llenar el vació de mi vida con ninguna de ellas...
—Uuuh, eso dolió, ¿verdad? —pregunté. Él no dijo nada —¿Pero porque te dijo todo eso?
—Porque intenté seducirla ayer en la tarde en la biblioteca de aquí —me dijo.
—¿Estuviste aquí ayer? —dije asombrado. Jamás pensé que Ruggero podría estar un domingo en la Universidad.
—Necesitaba buscar un libro, y vine, la vi sentada leyendo y me acerqué a ella... Maldita sea la hora en que lo hice.
—¿Te gusta? —dije al observar su total indignación hacia ella.
Se giró a verme rápidamente.
—Claro que no... Ella no es mi tipo de mujer, además de que no la tocaría ni con un palo. Es la última mujer con la que me metería en mi vida.
—Te gusta —afirmé.
Él no me dijo nada. Sonreí y volví mi vista al frente. El primer caído ante los encantos de una genio. ¿Quién será el segundo? Estoy completamente seguro de que será Xabi, y quedaré solo en mi lucha por el machismo...
Fijé mi vista en Martina, con cuidado se giró a verme. Tomé mi celular y escribí debajo de la mesa. Observé como ella buscaba su celular. Lo abrió.
'Me estabas mirando, te caché cariño.
Vi como ella escribía. Luego de unos segundos mi celular vibró.
'Creo que el que me estaba mirando eras tú, yo solo giré porque me sentía observada'
Le respondí.
'¿Ahora tienes un sexto sentido?'
Me respondió.
'Veo gente muerta... jajaja'
Sonreí por lo bajo y guardé mi teléfono ya que la profesora dejó de escribir y nos miró a todos. Comenzó a hablar.
—Bueno alumnos, vamos a hablar sobre el habeas corpus —dijo y caminó un poco moviendo sus manos —¿Alguien puede decirme algo sobre eso?
—El habeas corpus es una institución jurídica que garantiza la libertad personal del individuo, con el fin de evitar los arrestos y detenciones arbitrarias. Se basa en la obligación de presentar ante el juez, a todo detenido en el plazo de 72 horas, el cual podría ordenar la libertad inmediata del detenido si no encontrara motivo suficiente de arresto —habló con total fluidez la morena.
—Excelente señorita Stoessel, se nota que ha estado leyendo —la felicitó la profesora.
—Vaya podría ser tu abogada la próxima vez que te metas en algún problema —aseguró Harry. La clase continuó hasta que el bendito timbre sonó. Me puse de pie, necesitaba salir de allí para fumar un cigarrillo. Martina me había apagado el que me estaba por terminar, y sentí como que un pedazo de mí faltaba.
Salí del salón, con Ruggero y Xabi detrás de mí. Toqué los bolsillos de mis pantalones, y me olvidé la maldita caja.
—¡Demonios! —dije deteniendo mi paso.
—¿Qué sucede? —me preguntó Xabi.
—Olvidé los cigarrillos, ya vuelvo —les dije y regresé mis pasos hacia el salón.
Me detuve al escuchar unas voces.
—¡Eres una cualquiera! —escuché la chillona voz de Stephie.
—El muerto se asusta del degollado —dijo irónica Martina —¡Me tienes harta Stephie! ¡Ya te dije millones de veces que entre Blanco y yo no hay nada!
—¡Pues no te creo! —chilló ella.
—¡Pues ese es tu problema, déjame en paz! —le exigió. Entré al salón haciendo que ambas me miraran. Martina soltó un suspiro —Blanco ven aquí.
—¿Yo? —dije haciéndome el tonto.
—¿Acaso hay otro aquí? —preguntó con sarcasmo. Sonreí y me acerque hasta ellas. Martina miró a Stephie—¿Puedes decirle por dios que entre nosotros no pasa nada?


Peligrosa Obsesión - Jortini (TERMINADA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora