Capitulo 21

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  Comencé a caminar, ya quería irme de este maldito lugar.
Pero mis pasos se detuvieron al ver como Dominguez se acercaba a mí.
—Hola imbécil —me dijo.
—¿Acaso hoy es el día de insultemos a Jorge? —pregunté. Lo miré —No estoy de humor Diego, métete en tus putos asuntos, déjame en paz.
—¿Sabes? El otro día me entere de una cosa —dijo sin dejar de caminar a mi alrededor.
—¿A sí? ¿Andas de chismosita? —dije burlón.
—¿Te gusta besar a Martina? —me preguntó. Sonreí por lo bajo. Por ahí venía la mano. Entonces iba a joderlo un poco.
—No solo eso, también me encanta escucharla gemir. Es tan energética —le dije. Vi como su rostro se volvía rojo como un tomate.
—¿Te gusta tanto como hacer todo lo que tu padre te dice? —dijo
—¿De qué hablas?
—Estuve averiguando unas cosas sobre ti Blanco...
Lo agarré de la camisa y lo acerqué a mí para mirarlo fijo a los ojos. Maldito bastardo, no iba a joder conmigo.
—Tu madre era una ramera Blanco, yo no sé como hizo tu padre para aguantarla. Mujeres así son una peste... hay que eliminarlas. Mira que abandonar a su hijo por ir detrás de un hombre es terrible —el maldito infeliz cayó pesadamente al pasto, ya que le partí la cara de un solo golpe. ¿De dónde demonios había sacado eso? Con un poco de dificultad el maldito perro logró ponerse de pie —También supe que quería una niña, pero saliste tú. Igual pagó el ballet, ¿no es así Blanquita?
—Te mostraré de cerca el puño de un hombre real, Dominguez —le dije y lo volví a golpear. Cayó al pasto y comencé a patearlo en el estomago. ¡Infeliz, mal nacido! —Vamos Dieguita, pelea como hombre —lo levanté y lo acerqué a mí para hablarle cerca. Su nariz estaba destrozada y su labio partido. Pero yo quería verlo peor, mucho peor —Tú no sabes nada infeliz, absolutamente nada... Pero ¿sabes qué cosas puedes saber? Lo bien que la paso con tu ex por las noches. Nunca imagine que una criatura tan pequeña podría dar tanto placer como ella lo hace... Me encanta cuando se ríe de ti y me cuenta lo patético que eres. Y no sabes cómo amo, que me pida más y más... Le gusta mucho contra la pared.
Escuché el sonido de un silbato. Giré mi cabeza y vi como dos policías corrían hacia nosotros. Maldije por lo bajo y solté a Diego. Este cayó al suelo y se retorció allí.
— ¡Levanta la manos! —me gritó uno de ellos. Puse mis manos en lo alto, y se acercó a mí.
Comenzó a revisarme, mientras que el otro policía atendía a Diego.
—Casi lo matas —me dijo el otro hombre.
—Él se lo buscó —respondí.
—Tendrás que venir con nosotros, Blanco —dijo el que me estaba revisando.
—No hay problema —dije. Comenzamos a caminar hacia el auto de policía. Me pusieron unas esposas, y me metieron adentro. Vi como una rubia chica corría hacia el auto.
—¿A dónde lo llevan? —preguntó nerviosa mi prima.
—El señor acaba de atacar brutalmente al chico que está tirado por allí —le contestó el oficial. Mechi me miró a mí y luego miró hacia donde estaba Diego.
—¿Qué hiciste Jorge? —dijo sin poder creerlo.
—Tranquila Mechi, ve a casa tranquila —le dije y el auto arranco.
Llegamos a la comisaría. El oficial que me llevaba me quitó las esposas, y me acercó hasta donde estaba el sargento. Este levantó la cabeza y me miró fijo.
—Blanco, ¿Qué has hecho esta vez? —me preguntó.
—Lo encontramos golpeando a otro muchacho —le contó el oficial.
—Muchacho, muchacho, muchacho... creo que sabías que estabas condicionado, ¿verdad?
—Si sargento, pero le juro que valió la pena – dije y sonreí.
—Tienes derecho a una llamada. Me alcanzó el teléfono y lo tomé. No me iba a quedar otro remedio que llamarlo a él. A mi padre. Marqué. Sonó una... sonó otra.
—Hola —dijo al atender.
—Fernando —le dije. (Recuerden que Fernando es el papa de Jorge)
—¿Qué pasó? —me preguntó él, como si ya supiera de ante mano que era algo malo.
—Tuve un pequeño problema. Estoy arrestado —le conté.
—¡Diablos, Jorge! —rugió enojado.
—¡Estoy cansado de tus problemas! ¡Ya no daré la cara por ti! ¡Fíjate como sales o púdrete ahí si quieres!
—Está bien, gracias —dije y colgué. El sargento me miró, espero a que le dijera algo —Creo que vamos a ser muy buenos amigos sargento —le dije y sonreí.
Él negó divertido con la cabeza.
—Llévenselo a una celda individual, está demasiado joven como para meterlo con los grandes.
—Gracias sargento, es usted muy considerado.
—No me subestimes jovencito —me aclaró —Ahora llévenselo.
Me empujaron un poco hasta tirarme dentro de una celda que contenía una cama, y a un costado un baño.
Miré a mi alrededor y maldije por lo bajo. Otra vez caí en este agujero, y esta vez necesitaba de un milagro para poder salir de aquí. Me senté en la cama y trate de calmarme, poniéndome como loco no voy a lograr nada.
Las horas comenzaron a pasar, y se me hacían interminables. Me puse a pensar cuantos años eras lo que podía llegar a pasar en un lugar como este, y juro que llegué a desesperarme.
—Blanco, tienes vistas —me dijeron. Levanté la cabeza y vi como mis dos amigos se acercaban.
— ¿Qué hiciste Jorge? —preguntó Rugge.
—Tenía que hacerlo —le dije.
—Pero ¿Acaso no te pusiste a pensar en las consecuencias? —dijo Xabiani. Los miré.
— ¡No, maldita sea! —Rugí, y me puse de pie —¡Ese maldito infeliz me buscó, y me encontró!
—Ese no es el problema ahora Jorge —me dijo Rugge —El problema ahora es que tendrás un juicio y una sentencia. Dominguez, puede hundirte.
—Pues que lo haga, no me interesa...
—Ambos sabemos que si te importa Jorge—dijo Rugge.
—Si, tienes razón —dije soltando un suspiro.
—Nosotros haremos todo lo que podamos, no estás solo en esto. Debo decirte que tu prima esta como loca buscando un buen abogado. La condenada de verdad te quiere —me contó Xabi.
—Mi rubia prima, y yo que quería devolverla por donde vino —dije nostálgico
—Y otra que está que trepa las paredes es...Martina.
—¿Martina? —pregunté.
—Si —asintió Xabi—Le dijeron que habías golpeado a Diego, que él estaba en el hospital y tú que estabas preso, y lo primero que hizo fue preguntar por ti.
—Condenada... —musité.
Era por ella que yo estaba aquí adentro, pero juro que no estaba arrepentido. Y juro que todas las cosas que le dije a Diego, fueron cosas que me salieron del alma. Cosas que deseo, cosas que imagino. Martina Stoessel está metida en mi cabeza de una forma que no puedo describir.


Peligrosa Obsesión - Jortini (TERMINADA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora