Capitulo 46

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  Sus ojos volvieron a adquirir ese brillo de hace unos instantes, sus mejillas se enrojecieron levemente y eso terminó con lo que quedaba de mí.
— ¿Usas ese calificativo con otras... personas? — me preguntó con recelo. Sonreí.
— ¿Celosa? – le pregunté arqueando una ceja.
— Estás matando el momento, Jorge — dijo frunciendo levemente el ceño. Reí por lo bajo.
— Y tú solo me estás tentando cada vez más — dije divertido.
— Solo quiero saber si alguien más fue llamada así...
— No — le dije mirándola fijamente — Nadie más, amor.
Ella levantó su mano y acarició mi mejilla, para luego subir hasta mi cabello y acomodarlo levemente hacia atrás. Me incliné hacia ella y la besé dulcemente acariciando sus labios con cuidado. Gimió levemente, mandando a través de mí una oleada de placer. El beso dulce y tierno se volvió apasionado e intranquilo. Necesitaba sentirla, desesperadamente. Bajé mis manos al borde de su blusa.
— No, no y no, Blanco— dijo agitada soltando mis labios — Dije que no...
— Maldita, eso eres una pequeña y peligrosa ninfa que ha venido hasta mi habitación y me ha despertado y me ha seducido y ahora no quiere dejarme cobrar lo que debo.
— Por Dios, Jorge, no han pasado si quiera 24 horas desde la última vez que lo hicimos... no puedes estar desesperado. Definitivamente eres un ninfómano.
— Y tú te comportas como una monja — la besé cortamente.
— Pero te encanta esta monja – dijo coqueta.
— Está bien, tú ganas. Solo porque no tengo como contradecir aquello, es absolutamente cierto.
Me miró de manera tierna y acarició de nuevo mi mejilla.
— Ahora, ¿me puedes dejar salir? Quiero comer algo — me dijo.
— Delante de ti ya tienes algo para comer, ¿para qué quieres otra cosa? — le pregunté.
Ella rió por lo bajo.
— No se puede vivir de hacer el amor, Jorge— dijo mientras sin intención alguna clavaba su mirada en mi boca.
— Mmmm, esa mirada... quieres besarme ¿cierto? – le dije y me agaché para morder sus labios.
— Tienes razón... ganas en todo. Sí quiero besarte, y todo lo que se te pueda pasar por la mente. Pero ahora tengo hambre...
— de comida.
— Bueno, vamos a comer — dije rendido mientras me alejaba de ella y me ponía de pie. Tomé su mano y la levanté de la cama — Pero luego quiero el postre.
Le gruñí y la tomé de la cintura para un arrebato beso y luego la solté. Ella rió divertida.
— Traje helado — dijo con una inocente sonrisa.
— Y te atreves a decir que soy yo quien mata los momentos. No tienes vergüenza, amor.
— Decidí ignorar tu doble sentido — me aclaró.
— Pero si lo divertido de eso es que te escandalices — dije mientras ambos salíamos de la habitación.
— Oh, bebé, ya no me escandalizan tus dobles sentidos — me dijo divertida.
Arqueé una ceja y antes de que se alejara demasiado, la detuve y la acerqué a mí. Su espalda chocó levemente contra mi pecho y el aroma de su cuerpo, me excitó un poco más de lo que ya estaba. Sentí como su respiración se volvía un poco más densa.
— ¿Por qué estas tan distante? — le pregunté al oído.
— Yo no estoy distante — aseguró.
— Sí, sí lo estás – susurré y bajé mis manos a su vientre, abrazándola un poco más.
—Jorge... - murmuró.
— ¿A qué le temes, Martina? – le pregunté y la giré para que me hiciera frente.
Me miró fijo a los ojos y vi la inseguridad en ellos. Aquellos ojos cautivantes estaban llenos de inseguridad.
— No quiero que... que te canses de mí.
— ¿Cansarme? – pregunté confundido.
— Tal vez... si me hago la difícil, pueda que no me dejes tan pronto.
Eso es lo que pasa... Martina aún no entiende lo que ella significa para mí. Tomé su rostro con mis manos y la acerqué a mis labios.
— Estoy perdida y completamente enamorado de ti... te necesito, te quiero. Y no creo que pueda cansarme de algo que hace latir tan fuerte mi corazón — besé sus labios apenas — Eres la dueña de mi corazón... puedes hacer lo que se te cante con él. Soy tuyo, maldita sea.
— Yo también soy tuya, Jorge, completamente tuya — susurró agitada y se acercó completamente a mi boca. Gruñí ante el desenfreno de su pasión.
Sus labios abrasaron los míos y su lengua me cautivó. Sus pequeños brazos rodearon mi cuello y entonces la alcé del suelo.
— Rodéame con tus piernas... por favor, necesito sentirte, Martina— le supliqué soltando apenas su boca. Ella sonrió levemente.
Sus piernas rodearon mis caderas y entonces volví a besar su boca.
— Claro que no, Xabiani — dijo divertida.
Entonces dejamos de mover nuestras bocas para lentamente girar a verla.
Lentamente, Martina se fue bajando de mí, para acomodarse un poco el pelo y la ropa.
— Diablos, Mercedes... ¿acaso no me dijiste que no vendrías hoy? — le pregunté.
— Lo siento, primito, no pensé que estarían haciendo tal muestra de amor en medio del pasillo — dijo ella con una leve sonrisa.
— Son unos aguafiestas — dije fastidiado y miré a Xabi — Y tú, ¿Acaso no podías llevarla a algún lado para distraerla o algo así? Es la segunda vez que interrumpe algo interesante...
— Ya, ya — dijo Martina apoyando una de sus manos sobre mi pecho — Vamos a ser unos buenos anfitriones y los vamos a hacer pasar y vamos a cenar todos juntos.
Mercedes sonrió emocionada y se acercó a Martina para tomarla de la mano.
— ¿A dónde piensas llevarte a mi Martina? — le pregunté, tomando la otra mano de Martina.
— Necesito hablar en privado con mi mejor amiga, pesado — me dijo la rubia.
— Jamás voy a perdonarte que hayas arruinado nuestro momento — le aseguré.
— Sí vas a perdonarme, primito lindo — apretó mi mejilla.
— Ya, bebé — me dijo Martina y besó levemente mis labios — Yo también quiero hablar con tu prima... — se acercó a mi oído — Te prometo que luego la recompensa será mejor de lo que esperas.
— Ya, Martina, deja de excitarlo —la regañó Mechi y tiró de ella para desparecer por el pasillo.
Me giré a ver a Xabi y éste soltó un leve suspiro.
— Lo siento, hermano... juro que no tenía idea que estabas con Martina. Mercedes me contó que ayer estuvieron juntos y que al parecer al fin aceptaste que estás enamorado — me dijo.
Solté un suspiró y apoyé mi mano en su hombro para hacerlo caminar hacia la mesada de mármol y sentarnos allí.
— Yo no sé cómo pasó... pero me tiene loco — le conté. Él sonrió divertido.
— Así son ellas cuando logran meterse en tu corazón. Te sientes como un títere que depende de los hilos para moverse... te aseguro que en verdad van a enredarnos.
— Pues estoy dispuesto a enredarme por ella — dije divertido.
Ambos escuchamos las chistosas risas de Martina y Mercedes, Xabi me miró divertido.
— Son terribles — aseguró.
— Nuestra perdición, hermano — dije y palmeé su hombre – Pero, espera un segundo, yo me perdí de algo ¿Qué pasó entre tú y mi prima?
— Bueno... nosotros estamos saliendo — me contó. Puse mi mejor cara de enternecido.
— ¿Te das cuenta de que tú, Ruggero y yo hemos caído en los brazos de tres ninfas asesinas?
— ¿Por qué asesina? — dijo confundido.
— ¿Aún tienes el valor de preguntarlo? — dije mientras veía como Martina y Mercedes caminaban hacia nosotros.
— ¿Qué hacen? — preguntó mi curiosa prima.
— Hablábamos — le dije y miré a Martina que se acercó lentamente a mí hasta estar a mi lado.
La tomé de la cintura y la guié para que se sentara sobre mi regazo.
—Xabi, ¿me acompañas a comprar unas cosas para la cena? — le preguntó Mer.
— Claro que sí, preciosa — dijo él y ambos salieron del departamento tomados de las manos
En ese instante, Martina apoyó su cabeza contra mi hombro y con su mano derecha comenzó a acariciar mi pecho. Bajé la mirada para mirarla y estaba demasiado callada para mi gusto.
— ¿Pasó algo? — le pregunté.
Ella levantó su rostro, pero sin alejarse de mi hombro, su boca quedó cerca de la mía. Su mano hacía pequeños círculos sobre mis pectorales.
— Te quiero — susurró. Mi cara se tornó boba y unamedia sonrisa curvó mis labios.
— ¿Cómo? — le pregunté. Ella sonrió.
— Que te quiero, Jorge... no te das una idea de cuánto — dijo en tono suave — Bésame como hoy en la mañana... despacio.
Me acerqué más a ella, y la besé como me pidió. Mis labios rozaron suaves los suyos. Me invadió su dulce aroma. Me invadió ella... su amor y pasión.
— ¿Por qué no les pedimos que se vayan? — pregunté sobre su boca. Ella sonrió.
— Lo lamento, bebé... pero en este momento Ruggero y Lodo también están viniendo hacia aquí.
— ¡Demonios! No se van a ir nunca más — me quejé.
Me besó cortamente y se puso de pie.
— No te pongas quisquilloso, son tus amigos y mis amigas... está bien que estemos con ellos.
— Yo no quiero estar con ellos — aseguré.
— Eres un mal amigo — me dijo.
— Pero, mi amor... yo estoy todo el tiempo con esos dos — seguí quejándome como un pequeño niño — Yo solo quiero estar contigo ahora.
Sonrió y clavó su mirada en la mía. Se volvió a acercar a mí y rodeó mi cuello con sus brazos.
— Ahora soy 'mi amor', cada vez le vas agregando algo más, bebé — dijo risueña.
— Tú me provocas esa clase de cursilerías, solo tú — le dije y me acerqué de nuevo a ella para besarla. Rió sobre mis labios y aquella fue una hermosa sensación, que también me hizo sonreír. La puerta del departamento se volvió a abrir.
— Oooh, vamos ¿Acaso no van a dejar de estar como chicles ni por un segundo? — nos dijo Mer entrando con Xabi, Rugge y Lodo detrás.
— Si no fuera por ti, y por tu inoportuna llegada a esta casa, estaríamos más pegados que dos chicles — le dije.
Martina golpeó levemente mi brazo y se alejó de mí, para saludar a su querida amiga lodo. La pequeña diabólica se acercó a mí con duda y resentimiento y cuando la tuve en frente estiré mi mano hacia ella.
— ¿Tregua? — le dije. Ella analizó mi mano.
— Llegas hacer sufrir a mi amiga, y serás hombre muerto — me aseguró.
Reí y ella también lo hizo para luego tomar mi mano.
Las chicas se quedaron en la cocina 'haciendo la cena' mientras que los chicos y yo nos sentamos frente al televisor con una lata de cerveza cada uno.
— Esto sí que es vida... la vida de concubino no es tan mala como nosotros habíamos pensado, muchachos — dijo Ruggero.
— El único que está en concubinato aquí eres tú, nosotros apenas estamos empezando, ¿o no, Blanco? — me dijo Xabiani.
Mi mirada estaba clavada en Martina. En su sonrisa, en la forma en que su boca se mueve al hablar, en sus gestos, en sus ojos, sus pestañas, sus mejillas, su nariz...
— ¡Jorge! — me llamó Ruggero, sacándome de mi sueño.
— ¿Eh? — dije confundido y lo miré.
El italiano sonrió divertido y miró en la dirección en la que yo estaba mirando.
— Por Dios, Xabi, este puede estar empezando recién, pero está más metido que nosotros dos juntos — le dijo divertido.
— Si supieras como los encontramos Mer y yo cuando entramos, por Dios no pueden dejar de tocarse ni un segundo —exclamó Xabi. Al fin pude concentrarme bien en ellos.
— Oigan, déjenme en paz, soy feliz ahora. Tengo a la chica más hermosa del mundo, la más dulce e inteligente, la más sexy y provocadora, la más tierna y cariñosa...
— Y luego yo era el cursi, ¿cierto?
— Mueres de envidia, Ponce, es eso — le aseguré.
— Yo creo que debemos brindar — dijo Ruggero.
— Y yo también — dije y tomé mi lata para levantarla hasta la altura de nuestros ojos.
— ¿Y por qué vamos a brindar? — preguntó el italiano.
— Por... otro año más juntos — dijo Xabi.
Sonreímos y brindamos. Mi mirada volvió a fijarse en Martina. Otra vez mi cara de tornó boba y una estúpida sonrisa atravesó mi rostro.
— Y por ellas — dije sin dejar de mirarla.
Martina comenzó a reír divertida al igual que Lodo. Dejamos de hablar y nos giramos a verlas. Ruggero se puso de pie.
— ¿Qué sucede? — preguntó mientras se acercaba a ellas. Xabi y yo lo seguimos.
— Me parece muchachos que Mercedes acaba de arruinar nuestra cena — dijo Martina sin dejar de reír. La miré divertido... se estaba descostillando de la risa.
— ¡No es divertido! — se quejó la rubia. Lodo se restregó los ojos, mientras calmada su risa.
— No les hagas caso a estas brujas, linda — dijo Xabi y se acercó a Mechi, quien apoyó su cabeza sobre su hombro cuando él estiró sus brazos.
— Aaaay, me dijo bruja — se quejó Martina.
Me acerqué a ella y la abracé por la espalda, apoyando mi mentón en su hombro. Mi boca quedó cerca de su oído. Ella colocó sus brazos sobre los míos que estaban sobre su vientre.
— Y sí, algo de eso debes ser... porque me tienes hechizado. No puedo dejar de verte, no puedo dejar de pensar en ti, en tus besos, en tu cuerpo — le susurré.
Sonrió levemente y mordió su labio. Giró un poco la cabeza y me miró.
— No puedes con tu genio, ¿verdad? — preguntó.
— Te lo aseguro... apenas se vayan todos, tú no te salvas de mí — besé su mejilla y volví mi vista a los demás, pero sin dejar de abrazar a Martina — Entonces ¿Qué vamos a comer?
— Pidamos unas pizzas — dijo Rugge.
— Perfecto — aseguré y me alejé de Martina para ir en busca del número del delivery. Pero detuve mi paso al recordar aquello, me giré a verlos a todos — No podemos.
— ¿Por qué? — dijo confundido Xabi.
—Martina, no come pizzas — dije.
Ella sonrió y se acercó a mí, para acomodar un poco mi cabello.
— Eres un dulce de leche — aseguró.
— Y tú eres mi envase — murmuré y me incliné para besarla cortamente.
— Pero no se preocupen por mí... pidan la pizza, yo no tengo hambre — les dijo a los chicos.
Ellos volvieron a sus charlas y le lancé a Xabi la tarjeta con el número para que llamara. Volví mi vista a Martina. Me senté en el sillón y le hice un gesto para que se sentara sobre mis piernas.
— Es mentira que no tienes hambre. Hace un rato estabas que matabas por un poco de comida.
— No te preocupes, comeré un poco de fruta — me dijo.
— No, ¿sabes qué? Vas a comer una porción de pizza o dejo de llamarme Jorge 'el sexy' Blanco.
— ¿El sexy? — Dijo divertida — Más bien 'el calentón'.
— Muy graciosa — bufé — Pero la única calentona aquí eres tú...
— Sí, y me encanta serlo — dijo en descarado coqueteo.
— No me seduzcas aquí... tenemos invitados, amor mío. No querrás que haga cosas inapropiadas delante de ellos ¿o sí?
— No te atreverías — dijo entre divertida y nerviosa.
— ¿Quieres averiguarlo? — pregunté.
— No, Jorge, ni se te ocurra — se estaba por poner de pie, pero no la dejé. Me miró fijo a los ojos.
— ¿A dónde crees que vas?
— A... a estar con las chicas.
— Con ellas puedes estar otro día, ahora estás conmigo — le robé un breve beso.
Ella sonrió y se acurrucó contra mi pecho. Mi corazón latió rápido bajo su oreja, y la escuché sonreír. Se alejó de mí y me miró a los ojos.
— La primera vez que me besaste en la clase, ¿recuerdas?
— Cómo olvidarlo, amor, luego te pusiste como loca y eso fue lo que más me cautivó de ti.
Rió levemente y levantó su mano para acariciar mi mejilla.
— Mi corazón latió muy rápido cuando hiciste eso — me contó. La miré algo sorprendido.
— Entonces ¿Por qué me hiciste sufrir tanto por ti? — le pregunté.
Ella mordió su labio inferior y levantando la mirada encontró la mía.
— Porque yo no quería ser una más para ti, Jorge.
— Y no lo eres... definitivamente no lo eres.
—jorge, yo... te...
Sentí una presión en mi pecho ante lo que mis oídos y, principalmente, mi corazón estaban esperando escuchar.
¡Llegó la pizza! – gritó Xabiani entrando al departamento.
Maldije para mi mismo a Xabi ya que Martina se puso de pie y se acercó a la mesa dejándome con la duda latiendo.
¿Qué era lo que iba a decirme?
Sacudí la cabeza y me puse de pie. Preparamos las cosas y nos sentamos a comer.
—Ven aquí mi amor —le dije a ella. Negó levemente con la cabeza —Que vengas aquí, ahora.
Mordiendo levemente su labio se acercó a mí. La tomé de la cintura y la senté sobre mis rodillas. Tomé una porción de pizza y la acerqué a su boca.
—No, Jorge, no quiero comer pizza —dijo corriendo la cara hacia el otro lado.
—Pero vas a hacerlo. ¿O prefieres que eche a los chicos y tú y yo tengamos una seria 'Charla'?
Me miró fijo a los ojos, tratando de saber si sería capaz de hacerlo o si solo estaba bromeando. Soltando un leve suspiro tomó la porción de pizza. Frunció el ceño con bastante asco y lo acercó a su boca. Con cuidado dio el primer mordisco. Comenzó a masticar y de a poco la cara de repulsión se fue convirtiendo en un gesto de agrado. Me miró mientras comía y sonreí mostrándole una sonrisa de satisfacción.
—Diablos Martina, ya te está manejando. Estas comiendo cosas que 'supuestamente' no tienes que comer o mejor dicho que 'juraste' no comer. Que mal te veo amiga —dijo Mercedes.
—Es el amor Mer—dijo Lodo divertida. Martina sonrió y volvió a comer.
— ¿Esta rico? —le pregunté.
—Hace tanto que no comía esto. Ya casi me había olvidado lo bien que sabía —dijo y volvió a morder su porción.
— ¿Viste mi amor? Lo mismo va a pasar con la carne. Es solo cuestión de volver a probarlo.
—Jamás —aseguró con la boca llena. Reí por lo bajo – Nunca más voy a comer carne.
—No estés tan segura de eso —susurré y le guiñé un ojo. Ella sonrió y miró al frente.
— ¿Y en dónde estuvieron todo el día? —preguntó mi prima. Salí de mi encantó, mirando a Martina, y la miré a Mechi.
— ¿Qué? —le pregunté. Ella suspiró.
— ¿Acaso voy a tener que repetirte las cosas dos veces porque vas a estar atontado mirando aMartina? —dijo.
—Creo... que si —dije asintiendo. Todos reímos.
—Bueno, como te decía ¿Dónde estuvieron?
—Por ahí —dije.
Mi mirada se cruzó con la profunda mirada de Martina, y con ese simple gesto ella entendió que yo no quería contarles, todavía, que había encontrado a mamá.
— ¿Haciendo qué? —prosiguió mi prima.
La miré y sonreí. Ella y si curiosidad algún día van a matarme.
— ¿Quieres que te lo cuente con detalles? —dije irónico.
—Tonto —dijo por lo bajo Mer. Martina sonrió y volvió a agarrar otra porción de pizza.
—Paseamos un poco por la cuidad, tomamos un helado y luego fuimos a caminar un poco por ahí —dijo como si fuera totalmente cierto.
—Si, seguro —dijo Ponce. Todos volvimos a reír.
La cena transcurrió entre risas y recuerdos. Luego de terminar las chicas se dirigieron a lavar y acomodar, mientras que los chicos y yo volvimos a apoyar nuestros traseros en los sillones.
—Se los voy a pedir de buena manera muchachos, llévense a sus queridas novias, amantes, o amigas con derecho y déjenme a solas con mi morenita —les dije.
Ambos me miraron con desaprobación.
—Eres tan sucio —aseguró el italiano— ¿Acaso no te has puesto a pensar qué tal vez Martina no quiera tener relaciones hoy? No tienes consideración. Mírala, es pequeña Jorge y tú eres un oso al lado de ella.
—Ella no se queja de ello. Y créeme que lo disfruta y mucho —le aseguré.
—Definitivamente eres un pervertido —dijo Xabi poniéndose de pie —Vamos Ruggero, dejemos a este par de tórtolos con su pasión.
Reí por lo bajo y me puse de pie. Nos acercamos a ellas.
—Lodo, mi vida, nos vamos —le habló a su novia.
— ¿Ya? —reprochó ella.
—Si, Jorge nos ha echado —le contó.
— ¡Jorge! —me retó Martina.
— ¡Mentira, amor, yo nunca los eché!
—Eres el peor —aseguró mi prima —Gracias a dios y no me quedaré aquí.
Arqueé una ceja y miré a Xabiani. Al instante la rubia adquirió un color rojo que la tiñó por completo.
—Bueno Martina nos vemos mañana, amiga —dijo Lodo y se acercó a ella para abrazarla.
—Perdona a Jorge... es un tonto —le dijo y me miró mal —Pero ya va a ver. Lo voy a castigar y donde más le duele.
—Uuuh no me gustaría estar en tus pantalones, Blanco—dijo Ruggero.
—Ni a mí —agregó Ponce mientras tomaba su abrigo.
Martina se acercó a Mechi y le dijo algo en voz baja. La rubia asintió y ambas me miraron. Sentí miedo, mucho miedo.
—Bueno, vamos —dijo Rugge.
Todos nos acercamos a la puerta. Martina y yo los despedimos y vimos como desaparecían por el pasillo. El departamento quedó en un total silencio. Giré para mirar a Martina, pero ella ya no estaba a mi lado. Levanté la vista y estaba terminando de acomodar las cosas en la mesada. Con cuidado me acerqué a ella.
— ¿Qué pasa? —le pregunté.
—Eres el peor amigo del mundo —dijo sin mirarme. Me acerqué un poco más a donde estaba y cuando estuve lo bastante cerca estiré mi mano y tomé su mentón. Hice que me mirara.
—No, no soy un mal amigo —le dije. Ella asintió.
—Si, si lo eres.
—Todo el tiempo estamos con ellos. ¿Acaso no entiendes que estoy asumiendo lo que siento por ti y lo único que quiero es estar contigo? —pregunté.
Sus ojos se clavaron penetrantes en los míos.
— ¿Y qué sientes por mí? —preguntó. Sonreí de costado.
— ¿Bailamos? —le dije.
Ella frunció el ceño. Me alejé y me acerqué a la radio. La prendí y para mi suerte una canción lenta sonaba. Estiré mi mano hacia ella. Me miró confundida y asentí para que se acercara. Se acercó y tomó mi mano.
La jalé hacia mí y la pegué a mi cuerpo. Coloqué mis manos en su espalda y escondí mi rostro en su cabello, mientras ella colocaba sus brazos alrededor de mi cuello. Respiré profundamente su dulce aroma. Llenó mi corazón.
—Martina lo que yo siento por ti es algo tan extraño para mí. Nunca, pero nunca lo sentí por nadie... Y me hace sentir tantas cosas. Inclusive miedo... mucho miedo.
— ¿Miedo? ¿De qué?
—De perderte, amor —musité y la apreté más a mí.
— ¿Estás seguro Jorge? Tal vez... no sea tan así, y estés confundido. Yo no sé si podré soportar que esto pase así como si nada.
—Claro que estoy seguro Martina. Ahora que te tengo, que eres mía... no puedo vivir sin ti. Te necesito cerca, muy cerca.
Levantó su cabeza y me miró a los ojos. Recorrí su bello rostro, hasta posar mi mirada en sus labios. Una suave sonrisa se curvó en ellos.
— ¿Quieres besarme? —preguntó.
—Ajá —asentí.
—Pues... ¿Qué estas esperando?
Bajé mi cabeza y me topé con ellos. Mi corazón comenzó a latir desaforado. Que estoy completamente seguro que se escucha con perfecta claridad. Me alejé apenas de su boca.
—Juro que si Mercedes llega a entrar por esa puerta es Mercedes muerta —dije y atrapé su labio inferior suavemente.
—Malo —susurró y me acercó más a ella. Dándome pequeños besos fue soltando mi boca. Apoyé mi frente sobre la de ella y abrí los ojos. Ella aun los tenía cerrados. La música seguía sonando suave — ¿Qué pasó con Fernando?
Eso fue como un balde de agua fría, que verdaderamente arruinó uno de los momentos más románticos de mi vida. Lentamente me alejé de ella.
—Realmente tú eres la peor de los dos —dije y me senté en el sillón. Ella abrió un poco la boca para hablar, pero no dijo nada. Se sentó a mi lado y tomó mis manos con las de ella
—Lo siento amor, pero estuve toda la tarde pensando en eso. Me preocupa.
— ¿Qué cosa? —– dije.
—Que te enojes y te salgas de tu paciencia... yo no quiero que las cosas estén mal. Sé que tu padre no es un santo. Es más, es una basura. Pero yo creo que...
—No amor, mi padre no merece una oportunidad —la interrumpí al entender lo que quería decirme —No la merece.
Ella se acercó más a mí y apoyó su cabeza contra mi pecho. Levanté mi mano y con uno de mis dedos enredé uno mechón para jugar con él. Ella suspiró.
— ¿Cómo te sentiste al ver hoy a tu madre? —preguntó. Me extrañé un poco ante su cambio de tema. Sonreí levemente.
—Feliz —contesté. Al instante recordé que debía llamar a mamá —Demonios...
— ¿Qué pasó? —dijo ella incorporándose un poco de mí.
—Me olvidé de llamar a mi madre —le dije.
Ella negó levemente con la cabeza.
— ¿Ves qué también eres un mal hijo? Debe estar preocupada. Pero ahora ya es tarde para llamarla —asentí con la cabeza —Mal hijo.
—Mañana, apenas me levante, voy a llamarla —aseguré.
—Si, ya lo creo —dijo irónica.
—Lo juro. Y también voy a hacerte el desayuno —dije.
Martina sonrió mostrándome todos sus dientes.
— ¿Puedes explicarme por qué eres tan lindo? —preguntó.
—Es lo que siempre me pregunto cuando me miro al espejo, amor —dije divertido.
—Tonto egocéntrico —me acusó.
—Te encanta que lo sea —con una uña marcó el contorno de mi mandíbula — ¿En que estas pensando Martina? —le pregunté.
Sentí un calor interno que me erizó la piel por aquel simple, pero provocador toque. Se acercó más a mí y comenzó a besar mi mejilla. Cerré los ojos y disfruté de aquello. Sus labios estaban ya bastante cerca de los míos, pero no pude aguantarme. Corrí mi rostro en busca de su boca. Pero ella tomó mi rostro con sus manos. Abrí los ojos.
Se incorporó un poco de donde estaba sentada y abriendo sus piernas se sentó sobre mí. Sentí como mi respiración se agitaba. Es increíble saber que ella puede alterarme así con solo tocarme o mirarme.
—No tienes una idea de cómo me puedes,Jorge. No eres consciente de eso ¿verdad? —dijo y se movió levemente sobre mí. Apreté los dientes y maldije por lo bajo. Mi entrepierna comenzó a latir, haciendo que todo mi cuerpo se tensara.
—Te detesto —susuré. Ella sonrió perversamente.
— ¿Por qué? —preguntó en voz baja, excitándome. Volvió a moverse. Tragué saliva.
—Porque eres una gatita mala, muy mala —le aseguré.
— ¿Soy una gatita? —preguntó divertida.
Asentí frenéticamente
—Si... pero soy tuya.
—Eso es lo que más me gusta —ella ronroneó y eso terminó con lo poco que quedaba de mi cordura —Por dios, amor, vas a volverme loco.
Posé mis manos en sus caderas. Ella acercó sus labios a los míos y los acarició con provocación.
—Acaríciame Jorge... te necesito.
Ella sabe como enloquecerme. Ella simplemente tiene la receta perfecta de mi maldita enfermedad. Su amor.
Tomé su boca en exigente beso. Ella gimió levemente y su lengua bailó con la mía. Un celular comenzó a sonar, pero no le prestamos atención. Martina se acercó más a mí y comenzó a susurrar cosas sobre mis labios, tensándome un poco más. ¿Acaso eso es posible? Al parecer sí, es muy posible.
—Martina—susurré su nombre.
—Hazme el amor. Vamos al cuarto. Necesito sentirte Jorge... necesito sentir tu corazón latiendo sobre mío rápido, muy rápido —musitó agitada.
La besé ferozmente y sin ningún problema me puse de pie con ella encima. El maldito celular volvió a sonar. Y diablos es el mío. Sin bajarse de mí, Martina, lo buscó en mis bolsillos. Cuando lo sacó miré la pantalla. La miré a ella.
—Es mi padre —dije agitado. Ella lo tomó y sin vacilar lo apagó. La miré algo sorprendido.
—Tienes razón al decir que no merece una oportunidad. Y mucho menos le voy a dar la oportunidad de arruinar nuestro momento. Ahora somos tú y yo, nadie más —la dije a los ojos. Como me gustan sus ojos —Y ahora lleva a esta gatita a ese cuarto antes de que se le vayan las ganas de dar arañazos.
Acarició mi nariz con la suya y volvió a ronronear. Respiré profundamente.
—Tus deseos son órdenes para mí, gatita hermosa.


Peligrosa Obsesión - Jortini (TERMINADA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora