Casi domingo.

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Debería hablar de cómo tus pestañas me hacían cosquillas en el cuello.

O mejor, contar como eran tus ojos -de ensueño-.


Podía volar con tan solo un beso,

y moría cada vez que te tenía lejos...


Pero ya nada importa, te has alejado por completo.

Tenía mis dudas, pero ya sé que te has ido y que no vas a volver.


"Pase lo que pase" decías, sin yo saber, que era una simple frase más,

que no se te clavaba el amor y que sangrabas por costumbre.


Me olvidaste fácil para todo lo que aprendimos juntos,

y me susurro que a lo mejor es mejor así, y que aunque me desarme estar sin ti,


tengo que confesar que me siento más libre, aunque sigo hundido.

Ya las auroras boreales carecen de sentido.


Cicatrices son las que hacen los recuerdos...

Y el querer volar nos avisa de que podemos llegar más lejos...


Debería hablar de cómo tus palabras se clavaban en mi corazón, haciendo uso de sus colmillos

como aguijón,


debería contar cómo me hacían estremecer tus nudillos,

o de cómo suspiro al encontrarte por mi recuerdo...


o de cómo te echo de menos al dormir, sin tu olor y sin tu obsesión

de que te abrazara tan fuerte como tan fuerte te quiero.


O quizá podemos hablar de que no te he superado,

y que me cuesta horrores no tararearte por mis canciones,


he dejado de bailar porque no te tengo al compás,

ni quiero ya ver la Luna reírse en el cielo.



Me encuentro en la habitación, -de nuevo-

escribiendo sobre ti, cómo si no tuviera otra,

y si alguna vez, me lees en braille,

no te asustes por si los surcos son tan profundos como tus pupilas:

es el precio del amor -ciego- y estuve dispuesto a pagarlo.


Porque, ¿quién no iba a quererte?


Con esa mirada, y esas caricias,

esa voz de sirena, y esa cintura,

por la cual sigue girando mi mundo.


No sé cómo lo he hecho, -enamorarme, digo-

pero sé que cada latido, te lo dedico.


Como una máquina de escribir o como una metralleta,

no estoy seguro de si eres mi inspiración o mi testamento.


Debería acabar ya, pero como ves no puedo parar de hablar de ti,

ya que podría contar como tus pestañas me hacían cosquillas en el cuello,


O mejor aún, contar como eran tus ojos... -para el recuerdo-.


Las lágrimas también duermenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora