16 y seguido.

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Ella era todo aquello que yo quería,
y también era todo lo que ella misma despreciaba.
Criticaba a las flores por ser bonitas.
Le gritaba al reloj por ir demasiado rápido.
Y se iba a casa si la nieve no se volvía azul.
Daba saltos como intentando llegar a las nubes, y aunque se ahogase
seguía riéndose -y seguía con sus críticas a la primavera-.
Se volvía gris su mirada cuando el petróleo inundaba su lado izquierdo.
Y era a menudo, y era costumbre que
llorase
sin ser funeral.
La sonrisa a veces se curva en el lado equivocado.
Tenía miedo por si su pecho volvía a explotar
-otra vez-
y no hubiese nadie para arreglarlo.
Solía decir que tenía el corazón como su cama;
vacía y desordenada.
Pero no, no es desorden.
Es caos. Y desastre. Y terremoto. Y ruinas.
Y puedo aseguraros que era el desastre más bonito que había visto nunca.
Y puedo asegurar -de nuevo- que el reloj
también iba rápido
para mí
cuando tenía que marcharse
porque la nieve era blanca.


Las lágrimas también duermenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora