Sábado. Redoble de campanas.

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Perdona que seque mis lágrimas en tus hombros,

se me han gastado los pañuelos, 

-por llorarte- 

y despedirte con ellos.

Se me antoja breve el tiempo que paso recordándote

aunque ya no siga estando en el mismo sitio la Luna,

aquella que nos vio confesarnos mutuamente 

en mitad de una calle 

repleta de gente.


Lo paso mal sabiendo que esas palabras, no volverán.

Que se las ha llevado el viento, y ahora estarán en oídos de otro iluso

como yo.

Y en boca de alguien cruel

como tú.

Ilusionismo fue lo que hiciste con mi corazón.

Dentelladas son las que me hacen sangrar.


¿Podemos volver a aquel sábado?

Parecía que escuchábamos a los pájaros cantar y que

nuestros corazones, por fin, sabían bailar sin pisarse los pies.

Parecía que al fin podía gritarle al cielo

que se equivocaba, y que estaba ganándole el pulso al destino.

Parecía que al fin, nosotros seríamos.

Pero no fuimos, 

de hecho 

nos fuimos

y aunque sigan cruzándose nuestros pasos por el mismo camino

ambos sabemos que el baile no terminó

y a veces miramos atrás en busca de algo, no sé, quizá recuerdos.

Porque es de lo poco que queda, y de lo poco que merece la pena.

Abrazos, caricias, y palabras bonitas en calles ajenas.


Perdona de nuevo por escribir sobre ti,

parezco de cuarzo y marfil cuando en el interior

estoy escondido tras tu sombra.


Nunca he aprendido a bailar, y parece que tú tampoco.

Pero era divertido. 


Aguardo el día en el que quieras escucharme

y que te dejes oír

y que nada te invada 

y que corran libres los sentimientos 

sin tener miedo a tropezar

porque ahí estaré yo para darles la mano,

-una mano que no recibí nunca a pesar de haberme roto tres huesos y un corazón-

porque eres bonita cuando crees ser tú

y más aún si no te condicionas a ti misma a ser lo que crees que eres.


Las lágrimas también duermenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora