Capitulo 4: Eseras

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Era de noche, la lluvia le empapaba el pelo y le caía por la cara en pequeños riachuelos.

Giró a la derecha en otro callejón y se quedó allí a la espera, pasaron los minutos, solo oía el sonido de su respiración y el latido de su corazón; pero, entonces, oyó algo más.

Eran pasos, y se acercaban, lo habían encontrado.

Siguió corriendo por el callejón pero se dio cuenta de que no tenía salida.

Se giró y allí estaban, eran dos, vestidos de azul oscuro con la capa abrochada con el broche de la manecilla de los segundos, el simbulo de la guardia de la ciudad, los Segundos. Ellos le apuntaban con sus fusiles.

- ¡Las manos en alto! - dijo el de la izquierda.

Pero él no había llegado tan lejos como para rendirse tan fácilmente, sacó su pistola, su única y mas preciada posesión, y disparó dos tiros. La muerte fue limpia e indolora.

- Dos muertes más para mi cuenta – dijo aunque nadie pudo oírlo excepto, quizás, las dos lunas que brillaban llenas en el cielo.

Se tomó un minuto de descanso y volvió por el callejón que había cogido antes pero en la encrucijada lo rodearon. Eran seis Horas, la guardia personal de Tiempo, no tenía nada que hacer, así que soltó el arma y cayó de rodillas y se lo llevaron.

Lo llevarón de vuelta al palacio de Tiempo, en medio de la ciudad. Bajaron a los sotanos y lo metieron en una celda oscura con una cama de hierro y un cubo para casos de necesidad. Se tumbó en la cama y se durmió.

Lo despertaron unos golpes no muy gentiles en el hombre.

- Levanta – dijo una Hora – y ponte esto.

Le lanzó una camisa desgastada gris y unos pantalones grises también desgastados. A los pies de las camas había unas botas negras con unos calcetines grises dentro.

Terminó de vestirse salió de su celda donde lo esperaba otra hora. Lo esposaron y empezaron a caminar, una Hora delante de él y otra detrás. La armadura de las Horas era de un metal especial muy ligero y resistente a cualquier golpe, era de color azul claro y también tenía una capa del mismo color con el símbolo del reloj de arena. El caco dejaba desprotegida la cara y eso fue lo que aprovecho él. Le dio un codazo en la nariz a la Hora que tenía detrás, notó como se rompía el hueso, la hora se quedó paralizada un momento que él aprovechó para robarle la lanza y de una patada tirarla al suelo.

La otra Hora había desenvainado su espada y estaba a punto de atacarle, pero notó como alguien lo agarraba por detrás y lo tiraba al suelo.

En el suelo le pusieron unos grilletes en las piernas, cada Hora lo cogió por un brazo, lo levantaron y empezaron a caminar otra vez.

Lo llevaron a la sala del trono donde Tiempo lo esperaba sentado en su trono. Detrás de él estaban las diez Horas restantes y a su alrededor había unos sesenta Minutos.

Tiempo estaba vestido con una túnica azul oscura y su rostro estaba palido, sus ojos azul hielo, lo miraban con curiosidad y su pelo era de un color parecido al de una noche sin estrellas.

- Cuantas molestias – dijo cuando lo dejaron a pocos metros del trono - nunca había visto tanta gente reunida por mí.

- Eseras - dijo Tiempo haciendo caso omiso de sus palabras – muy poca gente ha intentado robarme algo a mí, y muchos menos han intentado robarme lo que tu me has robado.

- Soy muy bueno en mi trabajo, aunque solo fuese por una simple piedra brillante – contestó Eseras.

- Está simple "piedra" usada correctamente permite viajar a través de el tejido temporal que yo he creado y que yo mantengo – dijo Tiempo enseñándole el objeto.

- ¿Con que eso es lo que hacía? - dijo Eseras.

- Llevo mucho tiempo observándote Eseras, y por eso te voy a dar una opción, ven conmigo y ayúdame a salvar el multiverso. - dijo Tiempo.

- ¿Y si no acepto esa opción?

- Moriras.

- Bien... ¿Cuándo empiezo?

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