Capítulo 14

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―Estoy bien, ¿cuántas veces te lo tengo que decir? ­―Celeste ya se estaba exasperando con Damián. No dejaba de preguntarle si se encontraba bien y ese pedazo de bistec que le había dado el chef de un restaurante del centro comercial, ya estaba apestando y dándole nauseas. A decir verdad, le había ayudado a desinflamar un poco alrededor de su ojo pero sabía que aún estaba morado. Estaba segura que ese momento no se veía nada bonita. Damián a su lado resopló un poco.

―No pareces estar bien. No cuando tu ojo está luchando por un respiro en tu hinchado rostro.

Celeste lo fulminó con la mirada.

―Ya sé que no me veo bonita ahora mismo, pero no tienes que recalcarlo.

Damián cambió su gesto a uno ligeramente divertido. Se acercó a su oído y le susurró.

―Como sea, sigues siendo hermosa dulzura. Tu trasero no recibió el golpe.

―Idiota.

―Cele, te la tenías que dar de heroína ¿no?... Mataré a Rebeca, ya verás. Es una zorra cobarde. ―No era la primera vez que Caro repetía esa frase. Estaba furiosa pero también emocionada. Una vez más Celeste le había demostrado por qué la había elegido como su mejor amiga.

―Ya está, no soporto este pequeño pedazo de vaca.

Celeste alejó el pedazo de bistec lejos de su cuerpo y se lo pasó a Caro, que tenía cara de asco. Ella sacó de su bolso una toalla húmeda que siempre llevaba en su bolso y con ayuda de este, lo agarró y fue en busca de un lugar donde dejarlo.

―¿Ya no te duele? ―La voz de Damián se escuchaba preocupada. Estaba seguro que si la prima de Caro no hubiese sido una mujer, la hubiera perseguido para darle su merecido. Casi le da algo cuando Caro lo había llamado con voz angustiada y nerviosa. En ese momento, se dio cuenta de lo verdaderamente importante que era Celeste para él. Y aunque aún le costaba admitirlo para sí, estaba casi seguro que estaba enamorado de ella.

―No, ya no me duele. Tu pastilla milagrosa me ha quitado el dolor.

El asintió y abrazó a Celeste por lo hombros. Acercando su rostro, le dio un beso en la frente.

―Vamos, te llevaré.

―Pero ¿y mi auto y Caro?

―¿Qué pasa conmigo? ―pregunta Caro, mientras se acerca a los tórtolos.

―¿Puedes llevarte el auto de Celeste y la buscas el lunes? ―Porque aunque Caro no tenía auto, sí que tenía su licencia de conducir.

―Pero... ―Pero Carolina la interrumpió.

―Por supuesto que sí.

―¿Y si...?

―Bien, está hecho. ―Esta vez fue Damián. Celeste resopló.

―Yo puedo decidir por mí misma, gracias.

―No te hagas dulzura. Sabes que quieres irte conmigo.

―Idiota.

Celeste se levantó de la banca que estaba cerca de una bonita fuente con delfines como estatuas, y caminó vía al estacionamiento al auto de Damián porque sabía que esta batalla no la ganaría. Este soltó una risa y le guiño el ojo a Carolina.

―Nos vemos, Caro. ―Y se levantó a seguir a Celeste, aprovechando de una vez la vista desde allí.

―¡Te llamo ahora, Cele!

Reconstruyendo tu corazónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora