Capítulo 22

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Toda la ciudad se revelaba ante él. En aquel lugar se podían ver los edificios y árboles más altos e impactantes, se observaban a las personas y mascotas, como un grupo enorme de hormigas que no paraban de ir de un lugar a otro, en busca del terrón de azúcar más próximo. Casi se podía volar junto a las aves y tocar una esponjosa nube. Damián adoraba ese sitio, aquel sendero descubierto por Diego y él hace algunos años, mientras iban sin rumbo alguno. Aquél en el que le había pedido a Celeste que fuera su novia. Aquél en el que ella había susurrado que sí, que sería suya. Recordó que en ese momento la felicidad no le cabía en sí. Era liberada por sus poros y en su aliento, en cada palabra que decía, en la luz que salía de sus ojos.

"¿Cómo puedo tener lo que una vez fue tuyo, primo?"

No podía conciliar ese hecho. En el momento en que sintió a Celeste caliente entre sus manos, no pudo evitar pensar que ése era el lugar de Diego y no suyo. Lo estaba traicionando. Se sentía culpable.

Pero así cómo sentía culpa, sabía que no se alejaría de Celeste. No era tan valiente. No tenía las fuerzas necesarias para mantenerse lejos de su radar. Además, ella le atraía hacia sí como un imán y él era el metal más voluntario de todos.

Pensó un momento en las cosas "íntimas" que Diego le había confiado. Damián se preguntó si le había confesado absolutamente todo. Si no había llegado hasta "el final" con Celeste. Hizo una mueca y sintió una presión en su interior que al momento lo asoció con celos. Se dijo que estaba mal sentir celos de su primo muerto. Dios, ¿qué le pasaba? Sentía que todo estaba mal. De todas las chicas que había en el mundo, él se enamoraba de la única que consideraba prohibida para él. Pero es que Celeste era única. Esas espinas que ponía a su alrededor, cuando realmente era la chica más dulce, tan leal y bondadosa con los que ama. Por la razón que fuese, el hecho era que Damián la amaba. Tal vez no hay una razón para enamorarse, simplemente pasa y no puedes detenerlo. Es como el choque de dos autos, inevitable y sin retorno, en su momento.

Damián soltó el aliento retenido, no se alejaría de Celeste, no podría hacerlo nuevamente aunque quisiera. Pero no la tocaría más de lo debido, por lo menos no mientras lo sintiera incorrecto. Hizo una mueca dolorosa, no sería fácil. Celeste lo encendía como ninguna otra lo había hecho y apostaba por su vida a que no habría otra. Dio otra rápida mirada a esa vista maravillosa, se montó en su auto y apretó el acelerador.



Celeste entró a su casa derrotada, había llamado como mil veces al celular de Damián, sólo para escuchar su voz encantadora en la contestadora. Venía de su casa, sólo para encontrarse con las mismas noticias que cuando se fue. Se fue de allí en cuanto supo que Damián no llegaría pronto, no podía soportar la mirada de lástima que le daba Mercedes.

La casa estaba silenciosa, sólo se escuchaba lejanamente el sonido de páginas pasando. Seguramente su padre en el estudio, leyendo alguna revista científica. Celeste se lo imaginaba con sus lentes de lectura sobre el puente de su nariz, con el ceño fruncido en concentración y lanzando al aire algún comentario ocasional a nadie en especial. Su madre estaba de guardia hoy en el hospital. No se molestó en avisarle a su padre que había llegado, por lo que subió las escaleras hacia su habitación.

Cuando abrió la puerta, sin embargo, tuvo que soltar un grito de sorpresa. Había un chico de espaldas a ella, que ni siquiera se inmutó con su grito. No movió ni un músculo.

―Damián, me asustaste ―dijo Celeste con el corazón en la boca―. ¿Qué haces aquí? Te he estado llamando y buscando y...

―¿Cuándo lo pintaste?

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⏰ Última actualización: Jul 26, 2016 ⏰

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