Capítulo nueve: El que esté libre de pecado, que tire la primera piedra.

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Había comenzado a llover mientras Julian estaba dormido. Todos los cazadores se encontraban sentados en la sala sin hacer nada en particular cuando escucharon el grito de Julian que rompió todos los encantamientos que él había puesto para que no lo escucharan gritar mientras dormía, seguido de un estruendo y un rayo que iluminó toda la casa e hizo que las luces parpadearan con amenaza. Los ocho cazadores se levantaron de inmediato y corrieron escaleras arriba a la habitación de Julian, donde éste seguía gritando sin siquiera abrir los ojos, revolcándose desesperadamente en la cama.

Todos se arremolinaron alrededor, intentando tranquilizarlo nuevamente. Aiden y Lance de los brazos, Nath y James de las piernas y Tim del rostro, gritándole una y otra vez que despertara mientras lo sacudía con cuidado.

Afuera parecía que la lluvia había incrementado y las tres mujeres se miraron asustadas mientras veían como —con una fuerza sobrenatural— Julian pataleaba y se sacudía haciendo casi imposible para los cinco fuertes hombres el sujetarlo.

De un momento a otro, Julian se liberó del agarre de Aiden y con un salvaje manotazo le dio un fuerte golpe en el pómulo, que lo hizo perder el equilibro por unos instantes y soltar un gemido de dolor.

Sin pensarlo dos veces ellas se acercaron a la cama, ayudando a mantener a Julian tranquilo mientras Tim hacía su mejor esfuerzo para despertarlo y Aiden se reincorporaba por completo.

— ¡Julian! ¡Julian despierta! ¡Reacciona, Julian! ¡Julian! —Gritaba sin descanso.

— ¡Fui yo! —Julian gritaba una y otra vez; su rostro estaba ahora empapado debido a sus lágrimas que no dejaban de salir, sus ojos estaban apretados y sus manos apuñadas con desespero.

— ¡Julian! ¡Estás aquí! Nada malo pasó, despierta, demonios, ¡Julian! —Gritó Jess, peleando para detener la pierna de su amigo con ayuda de Margo.

Tim no tuvo más alternativa que darle una fuerte bofetada con la cual Julian cayó contra la almohada pesadamente. Todos dejaron de sujetarlo y se miraron a los otros por unos segundos, aún con las respiraciones agitadas y los corazones acelerados.

Antes de que uno pudiera decir una palabra abrió los ojos y aspiró aire como si recién estuviera saliendo de una piscina, haciendo que todos saltaran en sus lugares.

Lo observaron sobresaltados; las pequeñas venas que había mencionado Jess saliendo de su marca de nacimiento parecían más marcadas en aquel momento y sus ojos no eran azules como solían ser, sino negro donde solía ser blanco, su iris era de color rojo, naranja y amarillo, como el incendio más grande y poderoso. Alrededor de sus ojos se habían marcado ojeras que se veían incluso rojizas y le daban un aspecto que jamás habían visto en él. Ni siquiera aquella vez en la que los gemelos lo habían visto asesinar a su padre.

En cuestión de segundos cerró los ojos y cuando exhaló y los volvió a abrir éstos ya habían vuelto a su azul normal, la piel de su pecho seguía siendo igual de blanca que siempre y afuera la lluvia había disminuido considerablemente.

— ¿Qué infiernos está pasando aquí? —Jadeó Vivian, alternando su mirada hacia cada uno de las personas en el cuarto.

En un parpadeo aparecieron tres mujeres más de la nada, haciendo que las tres chicas sacaran sus armas y les apuntaran. Julian, quien recién estaba comenzando a recobrar el sentido miró confundido a todas las personas alrededor.

— ¿Quiénes son ustedes? —Preguntó Lynn con una mirada seria y decidida, viendo a Hael en especial, quien solo inclinó la cabeza hacia un lado, confundida.

—Tú sabes quién soy —Respondió con simplicidad.

—Corrijo: ¿Qué mierda son ustedes? —Espetó, esta vez alternando la mirada entre ellas, quienes parecían inmutables e incluso un poco aburridas.

El Hijo MalditoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora