Amar puede doler a veces.

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Aiden sabía que algo andaba mal desde el momento que lo vio salir de la habitación; su mirada perdida, carente de emociones... disociativa, incluso.

Cuando la puerta se cerró no pudo evitar embestir con más fuerza contra el demonio frente a él; en su mente ya no existía un humano por algún lugar, o si lo había no le importaba. Solo quería terminar. Necesitaba terminar.

Él aceleró el ritmo del exorcismo, acompañándolo de agua bendita, sal y cortes profundos en pecho y piernas hasta que comenzó a convulsionar y un líquido oscuro y espeso salió de su boca, nariz y oídos con rapidez, abandonando su cuerpo hasta caer al suelo y correr hasta donde los sellos protectores lo dejaban. Sólo entonces el suelo comenzó a iluminarse como si estuviera en llamas y Aiden tuvo que retroceder, observando cómo éste se quemaba hasta volverse partículas de polvo que pronto desaparecieron; el suelo de madera ligeramente chamuscado y el olor a azufre más presente que nunca en el ambiente.

Richard comenzó a toser con dificultad, pero para entonces Aiden ya estaba saliendo de la habitación y corriendo hacia la salida con sólo su nombre en mente.

Por favor, no hagas algo estúpido.

Pensó él mientras continuaba su camino. Había sido bastante consciente de las luces titilando y el aire silbando por la ventana debido a la fuerza natural que los ángeles causaban cada vez que aparecían.

Cuando llegó al piso principal ignoró el hecho de que ambos padres de Lance se encontraban en la puerta observando afuera con asombro y los hizo a un lado con un fuerte empujón, deteniéndose un segundo en la entrada para observar la escena.

El cielo lucía amenazante y terrorífico, el viento era más fresco, rápido y olía a humedad como el momento antes de que inicie una tormenta que promete durar horas y causar catástrofes. Ahí, en medio de la calle, se encontraba Lance, de pie frente a Uriel y Hael; desde esa distancia Aiden podía notar la tensión en sus hombros y casi podía sentir el miedo que se acumulaba en su estómago.

El cielo crujió con fuerza al mismo tiempo que Aiden gritó su nombre; Lance se giró y Aiden pudo ver miedo y desesperanza claros en su mirada, que lo tuvieron corriendo lo más rápido posible hacia él, mientras Lance giraba hacia ellas.

Estaba a un par de metros de distancia cuando ellas elevaron sus alas y se acercaron a él.

Logró gritar su nombre una vez más antes de que un chillido en sus oídos y un agonizante dolor lo hiciera caer al suelo. Sólo fue capaz de sentir su cuerpo chocando contra el asfalto, y escuchar ese incesante sonido casi perforando sus tímpanos y haciendo su cabeza retumbar.

Entre todo el dolor nublando sus pensamientos, el único que parecía intacto era su nombre, una y otra vez, y la necesidad de saber si se encontraba bien, a pesar de que su cuerpo se sentía como si todos sus huesos estuvieran destruyéndose al mismo tiempo.

Aiden gritó, o al menos pensó que lo hizo porque no fue capaz de escuchar nada salir de sus labios; el incesante chillido, combinado con la fuerza de sus latidos contra sus tímpanos eran ensordecedores, y le hicieron perder la noción del tiempo y del espacio, de manera que se sentía pendido de la oscuridad, solo y desesperado, intentando gritar su nombre con la esperanza que lo escuchara.

Entre el incesante dolor, él fue capaz de ver un par de cosas; a un pequeño niño de cabello oscuro y ojos azules, sentado abrazando sus rodillas en un rincón de una blanca e impecable casa con gritos a su alrededor que no parecían tener sentido, luego la imagen cambió y vio a un hombre adulto trabajando en una carpintería, caminando por la calle, después alas oscuras y la horrible sensación de vacío, como si se encontrara cayendo de un precipicio.

El Hijo MalditoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora