En la boca del lobo.

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Un silencio sepulcral se apoderó del lugar en el segundo que la cabeza de Julian tocó el suelo.

Las personas miraron alrededor, algunas salieron de sus escondites, pero se encontraban incapaces de salir corriendo y apartar la vista del cuerpo inconsciente de Julian. Casey jaló a su papá consigo y se dejó rodear por él y su madre, viendo alrededor en busca de algo; el aire se sentía diferente y la luz del sol había comenzado a entrar por las ventanas rotas de la iglesia. Todo parecía tranquilo por fin pero no podían hacer que sus piernas se movieran; aquel silencio no era el que venía después de una tormenta, era el que anunciaba que algo más fuerte venía y que aquella tormenta no había sido mas que el inicio. Casi podían escuchar los segundos pasaron; el silencio era tan pesado que podían escuchar el aire silbar fuera de la iglesia y las ramas chocar unas con las otras. 

Varios segundos pasaron de la misma manera antes que cinco personas altas y estilizadas se posicionaran en la puerta, haciéndolos saltar del susto. 

Ellos entraron a la iglesia en una formación perfecta e hicieron aparecer sus alas con un rápido movimiento y un batir de aire frío; las doblaron en sus espaldas y caminaron como si fuese la cosa más normal del mundo. En el frente de todos ellos iba Hael, quien caminaba con la vista al frente, barbilla levantada y sin dignarse a mirar a ninguno de los humanos que se habían quedado sin habla en su presencia y se dedicaban a observarlos con incredulidad. Los que estaban de pie cayeron de rodillas y comenzaron a soltar alabanzas y aleluyas con las manos levantadas hacia el cielo, pero la gran mayoría no podía siquiera reaccionar.

Hael agachó la vista en cuanto llegó al centro de la iglesia y observó a Julian, quien yacía en el suelo sin mover ni un dedo. Vio al reverendo después; con el agua bendita en la mano y el cuaderno en la otra para después pasar la vista a Casey, quien como todos ellos se había quedado momentáneamente paralizada por la sorpresa. 

Casey en especial no podía creer que todo eso estuviera pasando, ya que era ella la chica de cabello blanco que había estado conversando con Julian aquella mañana, y al parecer ella también la había visto antes ya que esbozó una pequeña y gélida sonrisa para luego asentir hacia ella en un gesto cortés.

—Casey —Dijo a modo de saludo—. Reverendo Milton —Agregó, asintiendo de la misma manera.

—Cometieron un grave error encerrándolo aquí —Vociferó Uriel, con voz tan autoritaria y severa que hizo que todos contuvieran la respiración.

—Él es... es un...

—Demonio, sí —Completó Daniel, observando lo que quedaba de Julian. 

Hael se arrodilló a su lado y lo movió hasta que pudo ver su rostro; estaba demacrado y pálido, tenía un rastro de sangre desde su nariz hasta la barbilla, empapando sus labios en el camino, éstos estaban secos y partidos, su cabello estaba húmero por el agua bendita y el sudor y las ojeras alrededor se marcaban aún más de lo normal.

—Oh, Julian —Hael murmuró su nombre casi con cariño y pasó sus finos dedos por su cabeza, quitando los mechones rebeldes de su rostro para luego reposar su mano en su mejilla, acariciando con un pulgar su blanquecina piel, la cual estaba caliente como hierro hirviendo.

— ¿Qué... qué está pasando? —Preguntó el reverendo, al mismo tiempo que se agachaba en una reverencia.

—Por favor, no se arrodille —Dijo Anael, tomando su mano para ponerlo de pie nuevamente con curiosa amabilidad.

—Esto que hicieron fue muy peligroso —Comenzó Ezekiel, sin mirar a nada en particular y ni un gesto de preocupación en su rostro. 

—Ustedes... ustedes... ¿están con él? —Casey se las ingenió para preguntar, haciendo que los cinco ángeles voltearan a verla de inmediato. Ella retrocedió con lentitud, intimidada bajo su escrutinio.

El Hijo MalditoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora