Capítulo doce: La primer mujer.

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Había pasado una semana entera, y Julian no había salido de su habitación luego del incidente. 

No hablaba con ninguno de ellos, ni siquiera Jess, quien solo lo observaba desde su lado de la habitación mientras él se la pasaba viendo a la nada, absorto en sus propios pensamientos. 

Él intentó contarle acerca de lo que sucedió después de que cayó inconsciente y esa vez fue la única en la que le habló en toda la semana y solo para decirle que no quería saber nada, luego de eso fue silencio absoluto de su parte. 

Habían pasado cinco días desde entonces, y ni siquiera había comido o bebido agua en todo ese intervalo de tiempo, lo cual los tenía a todos nerviosos y asustados. 

El día del accidente, luego de que Jess terminó de comer aparecieron Anael, Daniel y Ezekiel dentro de la casa. Ellos les confesaron que mientras todas las personas dentro de la iglesia se mantenían dormidas ellos intentaron borrar aquel momento de sus memorias, pero el susto había sido tan grande que ese recuerdo se había grabado en el fondo de sus mentes para siempre y si lo eliminaban se llevarían los recuerdos de toda una vida entera, y si Uriel intentaba arreglarlo ellos incluso olvidarían como respirar y morirían al instante, así que ni el poder del único arcángel que tenían con ellos servía en esos momentos y lo mejor que pudieron hacer fue difuminar sus rostros y el de Julian para que no los pudieran reconocer. 

Casey fue la más difícil de tratar; había sido ella quien lo había llevado ahí en primer lugar y quien había interactuado más con él, así que borraron todos los recuerdos que tenían que ver con Julian, pero el muro había sido tan delgado y débil que si se lo encontraba en la calle éste se derrumbaría y le haría recordar todo de nuevo, o en el peor de los casos la dejaría demente. 

Las cosas se habían vuelto un poco incómodas entre los habitantes de la casa debido a las discusiones diarias acerca de qué era lo que harían después; si era conveniente irse o quedarse un poco más, qué podían hacer para que Julian volviera a la normalidad y si iba a reaccionar siquiera. Estaban tan estresados y molestos que cualquier cosa los hacía estallar en esos momentos: si pedir sushi o pizza, si alguien dejó la puerta abierta o quién dejó los calcetines en el suelo.

Hael se veía más afectada que todos ellos y se rehusaba a subir a verlo; los otros cuatro ángeles habían ido durante la semana y cada vez que lo hacían él se quedaba mirando a la nada como si no estuvieran ahí. Sin embargo, ella pasaba la mayor parte del tiempo en la casa, caminando de aquí para allá o simplemente sentada en la sala, escuchando las pequeñas discusiones de los humanos. 

Uriel se le unía de vez en cuando y juntas patrullaban los alrededores de la casa y a aquellos problemáticos humanos, quienes parecían encantados con la idea de que dos seres celestiales estuvieran en la casa. 

— ¿Sigue igual?—Preguntó un día, apareciendo de pronto en la cocina. Nath soltó el agua por la nariz y tosió de manera desesperada, cubriéndose la boca con la mano. 

—Dios, casi me matas—Se quejó, tosiendo dificultosamente. 

—Igual—Respondió Aiden mientras le daba golpecitos en la espalda a su hermano. 

— ¿Crees que es una buena señal o mala?—Nath cuestionó, Hael lo meditó un poco y luego se encogió de hombros.

—Deberías ir a verlo, Hael—Dijo Jess. Hael le dedicó una mirada tan severa que lo hizo encogerse en su asiento por el miedo. 

—No.

— ¿Por qué no? 

—Porque —Comenzó y se detuvo de manera instantánea, pensando un poco en la respuesta—... no lo sé. 

El Hijo MalditoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora