Abrió los ojos. O por lo menos hizo un esfuerzo por separar su parpados. Su ojo izquierdo estaba completamente cerrado. No fue hasta que despabiló un poco más que se dio cuenta de dos cosas.Número uno, su pómulo estaba tan hinchado que no era de sorprenderse que su ojo no se pudiera abrir. El dolor era palpitante y seco, como si su cara estuviese por estallar.
Y número dos, no estaba en la sala de juntas.
Ni siquiera creía estar remotamente cerca de ese edificio, que si bien no era su lugar favorito, era seguro y familiar. Ahora que miraba con un poco más de atención a su alrededor podía darlo por hecho. Intentó levantarse pero un sonido que hizo click lo detuvo. Su tobillo izquierdo estaba rodeado por un grillete que a su vez estaba unido a una cadena de eslabones gruesos pagada a la pared.
¿Dónde demonios estaba?
Fue entonces cuando los recuerdos de hace unas horas lo invadieron como flashes cegadores. El como la puerta de la sala terminó volando por los aires, como ese grupo de locos entraron armando un escándalo. Como ese hombre de mirada aterradora le había disparado a Nick...
—Nick...— apenas pudo articular su nombre con un hilo de voz.
Sus manos ensangrentadas sobre el pecho de su padre. Muerto.
—Papá...— no quería llorar. Tenía que ser fuerte. Tenía que serlo, pero, le acababan de quitar al hombre que le dio la vida.
Era cierto que siempre tuvieron sus diferencias. Una pelea tras otra y casi siempre por las cosas más insignificantes ni siquiera cuando lo obligó a entrar a ese espantoso internado le deseó el mal. ¡Por dios, era su padre!
Era.
Sin poder resistir mucho se echó a llorar. Sus lágrimas eran gruesas y a diferencia de lo que pensaba la mayoría de la gente, no le estaba haciendo ningún bien llorar, ni le brindaba el más mínimo grado de alivio o desahogo. Dolor y vergüenza era lo único que sentía. A pesar de la poca luz que había en ese momento, aún logró visualizar sus largos dedos teñidos de rojo.
Siguió llorando, abrazándose a sí mismo, calmándose por momentos pero recayendo al instante. A él le podían hacer lo que sea. Pero ¿por qué a su padre? Se quedó abrazado de rodillas por quien sabe cuánto tiempo.
Incluso seguía así, para cuando él llegó.
—Ya despierta niño bonito— Harry levantó apenas la mirada de entre sus rodillas para confirmar al dueño de esa voz.
Era él. Parado frente a la "entrada" del cuarto. No se había dado cuenta pero se encontraba en una réplica exacta de una celda cualquiera. Puerta de barrotes gruesos y negros, un excusado a su izquierda y una sencilla, por no decir horrible, cama a su derecha.
El grillete y la cadena eran algo extra al parecer.
Harry ni siquiera le respondió. ¿Para qué diablos le quería despierto? Desde un principio debió haberle disparado como a su padre y dejarlo morir tranquilamente, en un sitio familiar, en lugar de arrastrarlo a ese pocilga para prolongar su sufrimiento.
—¿Me oíste niño bonito?— insistió. Si había algo que le molestara aquel moreno era ser ignorado.
—Sí, te oí— respondió secamente para que lo dejara en paz de una buena vez.
—Como sea... — el moreno chasqueó la lengua y dio media vuelta dispuesto a irse.
—¿Por qué?—
—¿Por que, qué?— respondió molesto, volviendo a su posición inicial.
—¿Por qué lo hiciste?— Harry apenas podía hablar.