Capítulo IV: La Voz Escalofriante

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— ¡Sirrah, Sirrah! —me llamó Draco y me pegó una energética palmada en la espalda, haciéndome atragantar con las migajas de la tostada que estaba comiendo— . Oh, lo siento; ¡Tose, tose rápido para que podamos hablar!

— ¿Qué quieres? —cuestioné enfadada.

— No me hables así —alcé una ceja— . Vale, no importa. Mi padre ya envió las escobas Nimbus 2001 —me sonrió de oreja a oreja.

— ¿De qué hablas? ¿No las iba a comprar sólo si el equipo te hacía...? ¡POR SALAZAR! —golpeé la mesa con ímpetu— ¡Te hicieron buscador! —asintió frenéticamente.

— Justo ahora vamos a practicar, ¿vienes? —estuve apunto de aceptar. No obstante, recordé que con mis amigos leones nos íbamos a la casa de Hagrid para saludarlo.

— No puedo, lo siento —tomé otro sorbo de jugo de mora.

Draco se cruzó de brazos.

— ¿No vas a verme entrenar?

— Te quiero —besé su mejilla y me puse de pie.

— Entonces ¿no vas a ver tu escoba? —me detuve en seco. Él sonrió con malicia.

— ¿Qué?

— No pensabas que mi padre no te iba a comprar una a ti también, ¿o sí? —básicamente grité con furor y halé de su brazo fuera del Gran Comedor.

Mi primo caminó rápidamente hacia el prado alrededor del Lago Negro, allí se encontraban todas las nuevas escobas del equipo junto a la mía. Resplandecían; me estaban llamando.

Sé que .

— Allí vienen —anunció mi primo, observando a todos los estudiantes que se acercaban hacia nosotros trotando— . Buenos días, equipo —saludó con orgullo.

— Buenos días —respondieron sonrientes.

— Bienvenido, Malfoy —felicitó Marcus Flint, estrechándole la mano. Luego me miró— . Tú eres Black, ¿no?

— La misma —recogí mi escoba nueva, me posé sobre ella y di una patada al suelo; al instante quedé suspendida en el aire— . Suerte —los chicos me saludaron y yo me elevé a gran velocidad para luego tomar camino hacia la cabaña de Hagrid.

Disfruté por unos momentos el aire traspasar mi cuerpo, era un sentimiento fresco, totalmente satisfactorio. Me apoyé en una sola mano para poder contemplar la neblina con la otra. Noté que la energía fluyó por mi cuerpo e, instantes después, estaba creando remolinos de viento a voluntad, realmente pequeños pero con muchísima fuerza. 

Luego de unos minutos, aterricé en el jardín del guardabosques. Toqué la puerta y esperé a que él abriera. Como no sucedió, forcé mi entrada y  me encontré con una desagradable sorpresa.

— ¡Sirrah! —exclamó aliviado Hagrid, mirándome como su salvadora. No me extrañó, pues hice callar al profesor Lockhart, quien parloteaba con su habitual aire de superioridad. 

— Disculpe, profesor, pero necesito hablar urgentemente con Hagrid —expresé como si fuese verdad, golpeando el suelo con mi pie para demostrar ansiedad.

Lockhart, no muy contento, se volteó hacia mi amigo mientras nosotros lo dirigíamos a la puerta.

— Bueno, la chiquilla te necesita más a ti que yo, así que ¡buena suerte! —salió de la cabaña— . ¡Pero es muy sencillo si sabes hacerlo! ¡Si necesitas ayuda, ya sabes dónde estoy! Te dejaré un ejemplar de mi libro. Pero me sorprende que no tengas ya uno. Te firmaré un ejemplar esta noche y te lo enviaré —lo empujé disimuladamente para que se apresurara a caminar— . Bueno, adiós —se fue hacia el castillo, dando grandes zancadas.

Sirrah Black & la Cámara Secreta | SBLAH #2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora