Capítulo XIII: Sigan a las Arañas

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El colegio se había convertido en un lugar insoportable sin Dumbledore al mando. La mayoría de los estudiantes caminaban como zombies por entre los pasillos, tratando de no alzar la mirada por miedo a quedar petrificados ante la mínima conexión con alguien (sobra aclarar que Slytherin era un caso especial).
Harry, Ron y yo hablábamos por medio de papeles ya que ningún estudiante tenía permitido merodear por los pasillos después de la seis. Aunque, si hablamos de merodear, no era permitido a ninguna hora, pues incluso para llegar a los servicios tenía que acompañarte un profesor o ir en un grupo de tu casa. Era totalmente ridículo.

— Lamento que le haya pasado eso a Hermione —repitió George en mi oído, con miedo de que alguien nos visualizara. 

— Ah, sí, sí —mis pensamientos estaban consumiéndome. Me la pasaba todo el tiempo buscando alguna maldita araña para seguir el aviso de Hagrid, pero misteriosamente desde aquél día habían desaparecido.

— Sirrah... ¿Y si hacemos una broma? ¿Qué te parece? —lo miré, estaba alzando sus cejas con diversión. Me sentía un tanto culpable teniéndole a mi lado, pero en este momento lo que más me preocupaba era el tema del heredero.

— No por ahora, pero estaría bien verte haciendo una.

— Esperemos a Fred —pasó un brazo por mis hombros y besó mi mejilla sonoramente.

Observé desde mi ángulo su cuello, allí se encontraba el colgante que le había regalado con la forma de un bate y en él grabado el escudo de Gryffindor. Me lo había agradecido inmensamente junto a todos los artilugios que le compré de Zonko's. George se había esmerado con flores comestibles, serpientes de chocolate y una pulsera del reptil; fue bastante graciosa la reacción de Percy, pues le era difícil creer que un Weasley estuviese haciendo tales actos por una Slyhterin.

— George, ¿ves alguna araña? —pregunté. Él negó mientras requisaba los muros por centésima vez.

— Te encantan los arácnidos, ¿eh?

El timbre sonó, anunciando la siguiente clase: Pociones. Me empiné y besé tiernamente sus labios.

— Tanto como a Ronnie —sonreí y me despedí para unirme sigilosamente a la fila de los estudiantes de Slytherin y Gryffindor.

— ¿Dónde estabas? ¿Cómo diantres lograste salir de la horrorosa supervisión de los maestros? —Margot tomó mi brazo para que eligiéramos los puestos en una de las mesas del calabozo.

— George —solté con calma.

— Ah, claro. Deberías decirle a Weasley que le enseñe un poco de esa rebeldía a Cedric, ¿sabes? En estos días no me he podido ver muy seguido con él —soltó un respingo al apoyarse en su mano.

— Le diré.

— ¿En serio?

— No —se rió por lo bajo para que nadie pudiera observarla. Prácticamente reír en estos días era un delito. 

La clase dio inicio entre los murmullos de Snape y los rostros consternados del alumnado. Ignoré por un momento sus advertencias para tomarme nuevamente los cubitos cristalinos que Dumbledore me había obsequiado, pues el verano ya había comenzado y temía tener algún otro episodio “atmoléfico” que pusiera a alguien en riesgo. Además, extrañaba los reproches de Hermione y el delicioso té de Hagrid, lo cual no ayudaba.

Las reglas habían dado un giro total. Inclusive con los chicos habíamos intentado miles de veces visitar al cuerpo petrificado de Herms, pero la señora Pomfrey prohibió la entrada a la enfermería debido a que quería "prevenir" otro accidente. 

— Siempre pensé que mi padre sería el que echara a Dumbledore —escuché la molesta voz de Draco, últimamente estaba excedidamente alegre. No le soportaba desde lo sucedido con Lucius— . Ya les dije que él opina que Dumbledore ha sido el peor director que ha tenido nunca el colegio. Quizá ahora tengamos un director decente, alguien que no quiera que se cierre la Cámara de los Secretos. McGonagall no durará mucho, sólo está de forma provisional... —cerré mi puño con fuerza, rompiendo los ingredientes que se encontraban en mi mano.

Sirrah Black & la Cámara Secreta | SBLAH #2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora