Parte IX

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"Te quiero desde aquella hora. Sé que muchas mujeres te han dicho esto mismo y que estás acostumbrado a manjares deliciosos. Pero cree que nadie te ha amado con un amor tan de esclava, tan desinteresado, como aquella niña que yo era y que siempre he seguido siendo para ti, pues nada en el mundo se parece al amor, inadvertido para todos, de una chiquilla oscura; amor sin esperanza, y tan servil, tan modesto, tan vigilante y apasionado como jamás puede llegar a ser el de una mujer ya hecha que, aunque sin quererlo, está llena de deseos y exigencias. Únicamente los niños solitarios pueden ir acumulando todos  sus amores; los demás van gastando sus sentimientos en charlas mundanas; los van perdiendo en confidencias mutuas, pues han oído y leído mucho acerca del amor como un juguete, y de él se jactan como los chicos de su primer cigarrillo. Pero yo no tenía a nadie a quien confiarme, nadie podía instruirme o guiarme: era una inexperta sin cuidado, y por lo mismo iba precipitada hacia mi destino. Todo cuanto en mi interior iba brotando aspiraba sólo a ti, como hacia el ser más íntimo. Mi padre había muerto hacía muchos años, mi madre me parecía una extraña, siempre en sus eternos recuerdos de viuda pensionista; odiaba el trato con las amigas del colegio, que tomaban a broma lo que para mí era una pasión. Por lo mismo, todos mis sentimientos concentrados, no compartidos con nadie, eran para ti. Tú significabas para mí -¡Cómo podré explicarme, si cualquier comparación resulta pobre!,- tú eras para mí mi única vida. Nada en mi existencia cobraba sentido sino refiriéndome a ti. Cambiaste toda mi existencia. Distraída y mediocre colegiala hasta entonces, pasé a ser la primera; por la noche leía y leía libros, pues sabía que a ti te gustaban, y un día, con asombro de mi madre, comencé mis ejercicios de piano, pensando que quizá te agradara la música. Yo misma hacía mis vestidos para presentarme con agradable aspecto, y un delantal de colegio (un antiguo vestido de mi madre), que tenía en el lado izquierdo un remiendo cuadrado, me resultaba odioso. Temía que lo vieses, y lo ocultaba bajo la bolsa de los libros, al subir la escalera.
¡Qué tontas precauciones, pues casi nunca me veías!

Carta de una desconocidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora