"Perdóname que hable de esto. Pero es sólo esta vez, nunca más. He callado durante once años, y dentro de poco estaré muda para toda una eternidad. Tenía que gritar una vez, gritar una vez lo caro que me ha costado ese hijo de mi dicha y que ahora está ahí sin aliento. Había olvidado hacía mucho tiempo aquellas horas de tortura, por la sonrisa, por la voz de mi hijo, por la felicidad; pero, ahora muerto él, revive el tormento y tengo que gritarlo siquiera esta única vez. Pero no te acuso a ti; no acuso más que a Dios, sólo a Dios, que ha permitido este suplicio sin sentido. No te acuso a ti, te lo juro; jamás, ni en momentos de ira, me he rebelado contra ti. Ni en aquella hora en que mi cuerpo se retorcía de dolores y ardía de vergüenza bajo la mirada de los estudiantes de la clínica, ni en aquel segundo en que el dolor desgarró mi alma, te acusé ante Dios; nunca me he arrepentido de nuestras noches de amor; siempre he bendecido la hora en que te cruzaste en mi camino; jamás he tenido un reproche para mi amor por ti, y te he amado siempre... y si por ser tuya nuevamente tuviese que volver a pasar por este infierno, iría a ti otra vez, aún sabiendo de antemano lo que me esperaba; ¡Iría a ti, mi adorado, otras mil veces más!.
"Mi hijo ha muerto ayer... tú no le has conocido. Nunca ni en el casual y fugaz encuentro nuestro se ha posado tu mirada sobre este pequeño ser en que tu ser florecía. Durante mucho tiempo, mientras tenía un hijo tuyo, me escondí de ti; mi anhelo era menos doloroso, y llegó a parecerme que te amaba con menos pasión; al menos no me hacía sufrir tanto desde el instante en que tuve a tu hijo. No quería dividirme entre tú y él, y por eso me consagré, no a ti, al hombre feliz y que vivía lejos de mí, sino a la criatura a la que debía alimentar; a la que debía besar y abrazar. Me parecía como si me encontrara a salvo de las pasadas inquietudes de mi destino, salvada por este segundo tú, que era, en realidad, el mío; raras veces mis sentimientos me empujaban humildemente junto a tu casa. Sólo hacía una cosa: siempre al llegar tu cumpleaños te enviaba un ramo de rosas
blancas exactamente iguales a las que me diste después de nuestra primera noche de amor. En estos diez u once años transcurridos, ¿Te has preguntado alguna vez quién te las enviaba? ¿Has recordado alguna vez a aquélla a quien diste unas rosas iguales? No lo sé ni lo sabré jamás. Enviártelas desde un oscuro anonimato, hacer revivir aquella hora una vez cada año, era para mí suficiente.
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Carta de una desconocida
RandomEs una novela de Stefan Zweig. Publicada en 1922, cuenta la historia de un escritor que recibe la carta de una mujer que no conoce y que ha estado enamorada de él toda su vida.