"No has llegado a conocer a nuestro pobre hijo; hoy me acuso de habértelo ocultado, pues lo hubieses querido. No le has llegado a conocer, y no le has podido ver sonreír, cuando abriendo sus párpados, dejando ver sus ojos negros e inteligentes- tus ojos-, lanzaba una luz alegre sobre mí y sobre el mundo entero. ¡Ah, era tan alegre, tan encantador! Toda la gracia ligera de tu carácter renovábase en él de manera infantil y en él se hallaba también toda tu vida y tu ágil fantasía; durante horas enteras podía estar jugando, como un enamorado, con un objeto cualquiera, como tú has jugado siempre con la vida, y luego se le podía haber sentado ante sus libros en una actitud seria, con las cejas fruncidas; cada día se parecía más a ti; incluso comenzaba a desarrollarse en él esa dualidad de carácter propicia a la labor seria y al juego, que tú tienes, y cuando más se te parecía, más lo quería. Aprendía con rapidez y charlaba en francés como una cotorrita; sus cuadernos eran los más limpios de la clase, ¡Estaba tan encantador y tan elegante con su traje de terciopelo negro, o con el otro, blanco, de marinero! Por todas partes donde íbamos resultaba siempre el más distinguido. En Grado, cuando paseábamos por la playa,
todas las señoras se paraban y acariciaban sus largos cabellos rubios, y en el Sennering, cuando iba en trineo, todo el mundo se paraba para admirarle. ¡Era tan bonito, tan suave, tan cortés! Cuando el año último entró como interno en el Theresianum, llevaba su uniforme y su espada como un soladito del siglo XVIII; ahora el pobre no tiene más que su camisa, y está allí con los labios pálidos y las manos cruzadas.
"Pero tal vez te preguntes cómo he podido criar a mi hijo con tanto lujo, cómo he podido darle esa vida alegre de los niños ricos. Querido mío, te hablo desde la oscuridad y no me avergüenzo de decírtelo; pero no te asustes: querido mío, me he vendido. No he llegado a ser eso que se llama una chica del arroyo, una mundana, pero me he vendido. Tenía amigos ricos y galantes. Primeramente los busqué yo, y después me buscaron ellos, porque yo era- ¿no lo habías notado?- una mujer muy bonita. Cada uno de aquellos a quienes me entregaba me tomaba cariño; todos se enamoraban, todos se mostraban adictos y me querían todos, excepto tú, amor mío.
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Carta de una desconocida
RastgeleEs una novela de Stefan Zweig. Publicada en 1922, cuenta la historia de un escritor que recibe la carta de una mujer que no conoce y que ha estado enamorada de él toda su vida.