Parte XXX

808 43 0
                                    

"¿Me desprecias desde que te he dicho que me he vendido? No; sé que no me desprecias, sé que eres comprensivo, y entenderás también que lo he hecho solamente por ti, por tu otro yo, por tu hijo. Desde que estuve en el hospital probé el tormento que
significa la miseria, me di cuenta que en este mundo, el pobre siempre será el maltratado, el humillado, la eterna víctima, y no quise, me costara lo que me costara, que tu hijo, radiante de belleza, creciese en los bajos fondos de los patios humildes: sus tiernos labios no debían emplear el lenguaje del arroyo, ni su cuerpo tan blanco, ponerse esa triste ropa enmohecida de los pobres. Tu hijo debía tenerlo todo: riqueza, facilidades, para elevarse hasta ti, hasta tu esfera de vida.

"Por eso, y sólo por eso, querido mío, me vendí. No era ello ningún sacrificio para mí, pues lo que se llama honor y vergüenza me parecían cosas sin importancia. No me quería tú, tú a quien debía pertenecer mi cuerpo, y, por lo tanto, me era indiferente lo que se hiciera de él. Las caricias de los hombres y hasta sus más profundas pasiones no alcanzaban a rozar mi corazón aunque llegase a estimar a algunos y su amor no correspondido me conmoviese pensando en mi propio caso. Todos eran buenos para mí.
Todos me mimaban y todos me respetaban, especialmente un viudo, un marqués que se pasó las horas a las puertas del Theresianum para conseguir la admisión de mi hijo sin padre, de tu hijo; como a una hija me quería, por su parte. Tres o cuatro veces me ofreció su mano; hoy podría yo ser marquesa, dueña de un castillo encantador en el Tirol; podría vivir sin inquietudes; mi hijo hubiera tenido un padre cariñoso, capaz de adorarle, y yo un marido bondadoso y distinguido; pero no acepté sus proposiciones, no obstante habérmelas reiterado muchas veces y a pesar de que negarle lo que me pedía me dolía a mí misma. Quizás fue una locura, pues de otro modo hubiera vivido tranquilamente y mi hijo junto a mí; pero -¿por qué no confesarlo?- no quería ligarme a nadie: quería conservarme libre para ti, en todo momento. Vivía aún dentro de mí, el sueño de mi infancia; acaso alguna vez me llamases, aunque sólo fuese por una hora. Y por esa posible hora rehusé todo, con objeto de encontrarme n la libertad de acudir a tu primera llamada.

¡Toda mi vida no ha sido otra cosa que una especie de tu voluntad!

Carta de una desconocidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora