Parte XXXII

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"Esos salones de baile con su alegría artificial y alcohólica no me gustaban nada, y siempre que se me proponía acudir a uno de ellos me negaba; pero esta vez -era como un poder mágico el que me impulsaba a proponerlo yo- sentía un inexplicable deseo, como si algo extraordinario me aguardase allí. Acostumbrados a complacerme, todos los amigos se levantaron enseguida; fuimos al dancing, donde comenzamos a beber champaña y de repente se apoderó de mí una furiosa, casi dolorosa alegría, como no había sentido nunca.

Bebía y bebía, acompañando las canciones frívolas de los demás, y sentía un ardiente deseo de bailar o de dar gritos de júbilo. Pero de pronto- fue como si algo frío o caliente se posase sobre mi corazón- tuve un sobresalto, como si recibiese un golpe: en la mesa vecina estabas tú sentado con algunos amigos y me dirigías una mirada admirativa y deseosa, esa mirada que siempre me ha estremecido hasta el fondo de mi alma. Por primera vez, desde hacía diez años me mirabas de nuevo con esa fuerza inconsciente, apasionada de tu ser. Temblé; casi se me cayo el vaso de la mano. Por fortuna, mis compañeros no notaron mi turbación, que se perdió entre la risa general y la música. Tu mirada se hizo más ardiente y me sumergió en fuego. Yo no sabía si al fin me habías  reconocido o si me deseabas simplemente como a una mujer desconocida para ti, como a cualquier otra, como a una completamente extraña. Se me agolpó la sangre en la cabeza y empecé a contestar distraídamente a mis amigos. Indudablemente tú te habías dado cuenta de la turbación que me producía tu mirada. Sin que los otros lo notasen, me hiciste una seña para que te siguiera hacia el vestíbulo. Enseguida pagaste muy gentilmente y te despediste de tus camaradas, no sin indicarme nuevamente que me esperabas fuera. Yo temblaba como si tuviese fiebre, y ya no podía contestar a las derechas ni dominar la excitación de mi sangre. Quiso la fortuna que una pareja de negros comenzara a bailar taconeando ruidosamente y lanzando gritos agudos. Todos se volvieron a mirarles, y yo aproveché aquel instante. Me levanté, dije a mi amigo que volvería al poco rato y te seguí.

Carta de una desconocidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora