Parte XV

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Te juro que no había en mí ni un solo pensamiento voluptuoso; era todavía inocente, precisamente porque sólo pensaba en ti; lo único que quería era verte por única vez, asirme a ti. Toda la noche, toda aquella noche terrible te esperé, querido mío. Apenas se hubo a costado y dormido mi madre, caminé hasta la antesala para oírte regresar. Estuve aguardando toda la noche, una noche helada de enero. Me sentía cansada, me dolían los miembros y no había una silla para sentarme; entonces me acosté en el suelo frío. Tenía puesto un vestido muy delgado y no había querido llevar allí ni una manta, temerosa de dormirme y dejar de oír tus pasos. Encogía los pies y brazos temblando; a cada instante tenía que levantarme, tal era el frío que hacía en aquella oscuridad terrible. Pero te esperaba como a mi destino.

"Al fin serían las dos o las tres de la madrugada- oí que se abría la puerta, y momentos después, pasos en la escalera. Dejé de sentir frío; cierto calor me invadió el cuerpo, y silenciosamente abrí la puerta dispuesta a salirte al encuentro y caer a tus pies... No sé, tan niña como era, lo que hubiese hecho en aquel instante. Los pasos se aproximaban y la luz de una bujía temblaba. Agarraba el pestillo con mis manos, también temblorosas.
¿Eras tú el que venía? Sí tú eras, querido mío, pero no venías solo. Oí una risa contenida y alegre, el frufrú de un vestido de seda, y a ti, que hablabas en voz baja. Volvías a casa con una mujer.

"No sé cómo he podido sobrevivir a aquella noche. A la mañana siguiente, a las ocho, me
arrastraron a Innsbruck; ya no tenía fuerzas para resistir.

Carta de una desconocidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora