Parte XIV

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"Ese último día sentí, sin tener que pensarlo, que ya no podría vivir sino próxima a ti. Tú sólo eras mi salvación. No podré decir exactamente lo que pensaba en aquellas horas de desesperación; pero si que de pronto- mi madre había salido- me levanté tal como estaba, con mi vestido de colegio y fui hacia tu puerta. No, no es que fui por mi voluntad; algo empujó mis piernas que parecían sin movimiento, con las rodillas temblorosas hasta tu puerta como hasta un imán. Ya te había dicho que no sabía exactamente lo que quería:
tal vez caer a tus pies y pedirte que me tuvieras junto a ti, como criada, como esclava.
Temo que te rías de este inocente cariño de una chiquilla de quince años; pero no reirías, querido, si te dieses cuenta de cómo crucé el pasillo helado, con un miedo que me impedía andar, y sin embargo, sintiéndome empujada por una fuerza inexplicable; cómo mi brazo tiraba casi de mi cuerpo inerte, cómo lo levanté temblando y -fue una lucha en una eternidad de terribles segundos- apreté el botón del timbre. Todavía hoy tengo en mis oídos su agudo sonido, y recuerdo también el silencio que siguió y durante el cual se paró mi corazón y toda mi sangre, como aguardando tu llegada. Pero no viniste; no acudió nadie. Probablemente tú habías salido y Juan estaba haciendo algunos recados; entonces, a tientas, vibrando aún en mis oídos el sonido del timbre, me volví a nuestro cuarto vacío y me dejé caer sobre un baúl, tan abatida tan abatida de los cuatro pasos que había dado, como si hubiese andado por la nieve durante varias horas. Peor bajo aquella extensión ardía aún la decisión de verte, de hablarte antes que me separasen de ti.

Carta de una desconocidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora