IV. Owen

421 35 25
                                        

{Sammy en multimedia}

No pude dormir esa noche, estaba demasiado ocupado pensando en todo lo que podía ir mal en la misión.

—Hijo —los ojos verdes de papá se clavaron en mí—. ¿Estás listo?

—Sí —asentí nervioso.

—Tranquilízate, Owen —rió mi padre—. Todo va a ir bien.

—¿Cuidarás del Campamento Mestizo?

Asintió tratando de inspirarme tranquilidad, sin embargo no surtió efecto.

—¿Y de mamá?

—Siempre cuido de mi chica lista.

Sonreí ante su afirmación. Mi padre siempre tenía ese efecto en mí. Era mi mayor apoyo—-junto a mi madre— y ahora más que nunca sabía que contaba con ellos.

—Voy a solucionar todo —caminé hacia el baño—. Lo prometo.

No escuché lo que dijo mi padre a continuación, ya que me metí a ducharme. Al salir me vestí y cogí lo que previamente había preparado para la misión.

—Muchísima suerte, hijo —mi madre ya estaba allí—. Lo haréis muy bien.

Los tres nos abrazamos.

—Cuidaos mucho —rogué.

—Siempre lo hacemos.

—Os quiero.

—Y nosotros a ti, Owen.

Cuando estuve listo me separé de ellos y salí a paso decidido, aunque por dentro me sentía como un niño a punto de entrar a una cirugía que le podía costar la vida. Tal vez exageraba un poquito, pero en aquel momento no me importaba mucho.

Fuera me esperaban Sammy, Silena, Marie y Nathan, junto a sus respectivas familias. No había visto a muchos de ellos nunca: como Nico Di Angelo, Will Solace, Leo Valdez o Calipso; pero aún así —aunque tristes— parecían muy agradables.

—¿Nos vamos? —Sammy pegó un salto y comenzó a caminar animadamente sin esperar respuesta.

A pesar de que pensé que no tendría ni ganas de reír, aquella acción me arrancó una carcajada.

—Sam —le espetó Nathan rodando los ojos—. Ni siquiera te has despedido de tu madre.

Valdez volvió sobre sus pasos.

—¡Lo siento! —canturreó—. Venid aquí, familia.

Los tres se abrazaron. Esperé a que todos se despidieran correctamente y entonces sí emprendimos el viaje hacia ninguna parte.

—¿Saben qué creo? —cuestionó Nathan.

—No leemos mentes, Nat —le espetó su prima.

—Déjame terminar —se molestó—. Deberíamos ir al Olimpo, tal vez los Dioses nos puedan echar una mano con la profecía.

—¿Iremos a Grecia? —pregunté confuso.

Todos se golpearon la cara con desesperación, excepto Sammy que reía como si fuera el mejor comediante que hubiera pisado la tierra.

—Hablamos del Olimpo moderno —puntualizó Silena—. Ese está en Nueva York.

—Ah —asentí avergonzado.

—Más concretamente en el Empire State, piso 600.

—Pues vamos —Marie se encogió de hombros.

—Cojamos el taxi de las Hermanas Grises —exclamó Nathan—. Es lo más rápido y no estamos para perder el tiempo.

—¡Ah no! —Marie negó con la cabeza asustada—. Yo no quiero morir tan joven. Si tú quieres, ¡allá tú!

Jackson, Owen JacksonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora