IX. Evangeline

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{Evangeline en multimedia}

Quizá es el momento de que sepan algo de mí.

No puedo decir mucho en realidad, no querría atraer a nadie indeseado si encontraran este diario. Mi nombre es Evangeline, y soy descendiente de Hermes.

Como ya deberíais saber, mucha gente me busca por mis relaciones con Cronos, pero se equivocan. Fui criada con la mentalidad de que los Dioses son personas venerables y hay que respetarlos siempre. Aunque para que engañarnos: ser un semidiós apestaba. Era decir adiós a tu vida cotidiana, tu familia, tus amigos mortales y tus más normales aficiones.

Como podrás apreciar, tengo unos recuerdos mortales todavía. Decían que era realmente buena con el ballet. Es una lástima que mi padre jamás puediera haberlo presenciado, o quizá lo hizo desde donde sea que esté, ¿quién sabe? Sé que se sentiría orgulloso.

He recorrido mucho mundo en mi corta vida. Pasé unos años en el Campamento Júpiter a pesar de decender de familia griega. Prefería el orden que los romanos me otorgaban.

No te contaré como empezó todo, porque quizá alguien más ya lo haya relatado, así que permíteme comenzar por un punto de inflexión que te resultará cercano: mi robo en plena calle de New York.

En el momento yo no supe que aquel sería un punto importante, y sin embargo aquí estoy dándole vueltas a esa mirada curiosa y de color verde mar.

—Evan.

Me giré sobresaltada por la voz plagada de entusiasmo de mi amigo, Adam.

—¿Otra vez escribiendo en el libro de los secretos oscuros?

Me removí en el asiento de copiloto mientras atravesábamos una carretera aparentemente desierta.

Observé quizá con más detenimiento del debido a mi compañero y mejor amigo. Su cabello era de un hermoso color chocolate, sus ojos grises tormenta eran misteriosos como pocos, su cuerpo era delgado sin músculos, aunque eso no le restaba nada de atractivo. Lo que más me gustaba de él era su brazo tatuado con extrañas palabras que no terminaba de entender aún.

El tatuaje que más me llamaba la atención era uno con la palabra latina: "titanium". No por la palabra en sí, sino por el halo de secretismo que Adam provocaba sobre él en concreto.

—Sé que te gusto Eve, pero contrólate —me miró a través de sus gafas Ray-Ban—. Me vas a desgastar.

Le enseñé mi dedo corazón y sin más continué mirando por la ventanilla.

Tras horas de viaje supongo que me quedé dormida, lo cual era totalmente normal teniendo en cuenta que por las noches las pesadillas me perseguían y me inquietaban.

Soñe con el pálido y corrompido rostro de mi padre, la última vez que me miró y me dijo que no podía seguir a mi lado por mucho tiempo. Su mirada acuosa y azul como el océano estaba cargada de desesperación y dolor irreparable.

Aquel día, en aquella despedida, algo se rompió en él y también en mí.

Mi sueño se cortó en el momento en que le vi alejarse por los callejones de Brooklyn a toda velocidad como si de un fugitivo se tratara. Creo que me atraganté con mi propia respiración, ya que abrí los ojos de golpe y me incliné hacia adelante sobresaltada.

—¿Otra vez...?

Le interrumpí al instante.

—Los nombres tienen poder.

El viaje pasó monótono ante mis ojos. Adam cantaba casi todas —por no decir todas y cada una— de las canciones de Fall Out Boy que aparecían en nuestro CD.

—¡My songs know what you did in the...! —un golpe en la parte trasera del automóvil hizo al chico fruncir el ceño furioso—. ¡Hey! ¿Quién osa interrumpir mi fantástico solo?

Bajamos del coche armados para encontrar a unas horribles criaturas que jamás habíamos visto.

Había notado hace cosa de dos semanas que el mundo divino cambiaba. Más variedades de monstruos se extendían por el planeta y eso dificultaba nuestra misión, sin lugar a dudas.

Algo se estaba levantando en la oscuridad, algo poderoso y aún más fuerte que lo antes visto.

—¿Qué mierda es eso? —murmuró mi compañero con los ojos abiertos como platos.

No respondí, no quise hacerlo. Me dediqué a observar a aquellos monstruos horrendos. Eran una especie de gárgolas hechas de petróleo que, por alguna razón que desconocía, conseguía levitar sin caerse en ningún momento.

Las "gárgolas-petrolíferas" estaban arrancando piezas del maletero de nuestro coche y las disolvían con un espeso líquido verde que soltaban por lo que debía ser su boca.

—¿Hacemos algo?

Asentí y me asomé lo justo y necesario para lanzar mi espada como si de un boomerang se tratara. Cuando atravesó al montruo todos comenzaron a chillar. A chillar con un tono demasiados decibelios más agudo.

Era un ruido chirriante y agudo, similar al que hace una tiza contra una pizarra, solo que en vez de ser un segundo, no parecía acabar nunca.

—¡Hay que matarlos! —gritó el chico a mi lado con las manos en sus oídos.

Él apoyó su ballesta ya cargada en el coche y comenzó a disparar uno por uno a aquellas criaturas repugnantes. Estas no paraban de escupir ese ácido verde hacia todas partes sin ningún tipo de control aparente.

—¡Evangeline!

Podría decir que vi mi vida pasar delante de mis ojos, pero no fue así. El ácido nunca llegó a impactarme.

—Esto es un poco asqueroso.

Una risa de pura incredulidad se escapó de mis labios al ver a mi Dios sin duda favorito. El señor de los viajeros, el comercio y los mensajes estaba allí parado, pasándose una especie de pequeña aspiradora por su americana para absorver el moco que soltaban los bichos.

Una última flecha de mi compañero redujo a polvo a la última gárgola escupe ácido.

—¡Sobrino! —le dio una palmada en la espalda a Adam en cuanto terminó de limpiarse, luego se dirigió hacia mí y pasó su mano por mi ceja curándome al instante la herida que yacía allí—. Mírate Evan, ya estás hecha una mujer.

Sonreí de lado aceptando el abrazo al que me invitaba.

—Tengo buenas noticias —susurró en mi oído.

Inspiré inundando mis fosas nasales de su colonia.

—¿Sí?

—Tu padre te manda muchos recuerdos.

Me separé bruscamente de él, pero entonces se disolvió en humo saliendo disparado con sus zapatillas voladoras.

Quise preguntarle mil cosas, sin embargo dudé que las palabras me salieran.

Iba a encontrar a mi padre, aunque fuera lo último que hiciera.

Por mí y por Hermes.

[¡Salseo, salseo!

¿Qué les pareció Evan? ¿Les recuerda a alguien? ¿Quién creen que es su padre? ¿Por qué Hermes?

¡Hipótesis, hipótesis!

Quiero saber a quién shippean en esta novela. Así que... ¡pongan nombre a su pareja favorita! Yo decidiré cuales serán los oficiales.

Se despide,
Thalia.]

Jackson, Owen JacksonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora