VI. Owen

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La visita al Olimpo nos había dejado agotados en muchos sentidos, así que decidimos parar a descansar.

Pero las cosas jamás pasan como se planean.

Nos encontrábamos sentados en una calle poco transitada —aunque no deshabitada—. Casi parecíamos vagabundos con buen aspecto.

—Deberíamos idear un plan para todo esto —argumentó Nate con su típico tono razonable.

Estaba totalmente de acuerdo con él. Estábamos demasiado perdidos con todo esto de la profecía.

—Sí -asintió Silena—. Tiene razón.

Todos aceptamos y Nathan se inclinó con una posición de concentración palpable.

—Creo que nuestro primer objetivo es ir al Campamento Júpiter —opinó Sammy jugueteando con un pequeño helicóptero—. No sabemos el porqué de su ataque y podría ser relevante.

—Estoy de acuerdo —Marie asintió—. Y podríamos evitar una nueva catástrofe en el Campamento Mestizo.

Me estremecí solo de pensar en mis padres corriendo peligro.

—Bien, y así podremos buscar Richard y preguntarle si ha visto algo nuevo —añadió Nate con un trasfondo de queja, al parecer por tener que ver al tal Richard.

—¿Quién es Richard? —cuestioné algo confuso.

—Es el augur del Campamento Júpiter, el romano.

Solo con aquella descripción el tipo me había sonado mal, os lo aseguro. No solía juzgar a una persona por lo que opinaran de ella, pero en este caso me dejé llevar por mi instinto.

—Luego tenemos que averiguar a qué se refiere Apolo con los campos —intervine algo preocupado por ese tema.

Me perturbaba que se refiriera a algo que se escapaba de mi conocimiento de mitología. Algo peligroso.

—Sí.

—Y por último buscar la llave.

Decidimos no ir más allá porque no podíamos hacer ningún plan a largo plazo. Sería estúpido puesto que las Moiras parecen manejar nuestros hilos como marionetas.

Absurdamente me pregunté como mis padres lo habían soportado.

El silencio inundó el lugar, hasta que unos pasos sonoros pero ligeros nos sorprendieron.

Una melena negra pasó frente a nosotros a una velocidad alarmante, seguida de cerca por un gran monstruo que jamás había visto.

Sabía que era una arpía, pero no comprendía que hacía allí y además persiguiendo a una mortal.

Los chicos y yo nos miramos con la mirada encendida en decisión y echamos a correr tras el monstruo.

—¡Eh, lerda! —gritó Sammy llamando la atención de la criatura.

La chica había desaparecido totalmente y todos nos habíamos dado cuenta de algo: estaba en peligro grave.

La arpía parecía dividida entre atacarnos a nosotros o a la muchacha que había escapado. Tras unos segundos se decidió a internarse en el callejón por el cual su víctima había desaparecido.

—Tenemos que ayudarla —chilló Marie echando a correr.

Todos la seguimos sin saber bien que hacer. Una vez allí encontramos una escena que casi parecía no tener solución: la arpía había arrinconado a la chica y estaba a punto de terminar con ella.

Y lo habría hecho de no ser por la ágil mente de Nathan di Angelo-Solace.

—Sammy, sabes que hacer, ¿no? —cuestionó él con una pequeña sonrisa.

—¡Claro! —Nathan se pegó a la pared mientras el nieto de Hefesto se adelantaba hacia el monstruo—. ¡Fea! ¡Inútil!

La arpía se giró en cuestión de segundos, que bastaron para que Nate pudiera ponerse delante de la chica desenfundando su espada de hierro estigio.

Una lluvía de flechas comenzó a caer sobre nuestro enemigo. No me hizo falta girarme para saber que eran de Marie.

—¡Ahora, Sam! —chilló Silena con decisión.

—Señora, ¡sí señora!

Sammy cerró los ojos por un segundo, abrió las palmas de sus manos y sonrió como un crío a punto de hacer una travesura.

—¡This boy is on fire! —canturreó sin borrar su sonrisa.

De sus manos originaron unas llamas que él parecía poder controlar a la perfección. Pronto una lluvia de cenizas, gritos y golpes se desató, y tras unos minutos de lucha monótona la arpía se deshizo en polvo.

Silena caminó a paso rápido hacia la chica, observó que la pelinegra había caído desmayada —no la culpo, yo habría muerto de un infarto— y se giró hacia nosotros.

—Nate, ve con Owen a buscar algo de comida y bebida —puso una mano en la frente de la muchacha—. Parece hambrienta.

El nieto de Hades tomó mi brazo y prácticamente me arrastró por las calles transitadas que rodeaban el centro de Nueva York.

—¡Ladrona! —gritaba un hombre de acento italano—. ¡Atrápenla!

Nat y yo nos giramos en redondo para ver a una chica rubia con una capucha negra. Mis ojos se posaron en ella reconociéndola al instante: era Evan.

Mis cinco sentidos me gritaron que corriera a por ella, sin embargo los segundos que dudé hicieron que ella se perdiera entre el gentío, como si hubiera hecho eso miles de veces antes.

Me dije que aún podría alcanzarla, pero por primera vez en los últimos días decidí hacer caso a la razón y no perseguirla. Al fin y al cabo teníamos a una semidiosa desmayada y eso era mucho más importante.

Además, sospechaba que si las Moiras nos habían querido juntar dos veces, habría una tercera. Estaba seguro al cien por cien.

—¡Owen! —mi compañero agitó su mano frente a mis ojos—. ¿Acaso no has visto un ladrón en tu vida?

No me molesté en explicarle la situación, ya que no pensé que fuera relevante para él. Continuamos la caminata hasta una tienda de comestibles, compramos agua y algo de comida y luego pagamos —de manera legal, no como cierta persona—.

Caminamos hasta el callejón se nuevo y encontramos con que la muchacha ya había despertado.

Lo que ocurrió a continuación sin duda no me lo esperaba.

Nate quedó parado en la entrada de la callejuela con los ojos abiertos como platos. Seguí su mirada hasta la desconocida. El chico abrió la boca y la cerró repetidas veces.

¿Qué estaba pasando con él?

Entonces sus miradas chocaron la una con la otra, como una lucha por comprobar algo que yo desconocía.

—¿Valentina?

—¿Nathan?

Jackson, Owen JacksonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora