{Chris en multimedia}
Esa noche me sentí desfallecer una vez llegado a mi cómoda cama.
Normalmente el insomnio podía conmigo, y lo agradecía realmente. Solo pensar en las pesadillas que me embargaban por las noches me resultaba suficiente para no querer dormir. Pero esta vez fue diferente, como si el propio Hipnos me hubiera dado con una de mis flechas pero con efecto somnífero. Me sentí cada vez más liviano hasta que quedé dormido.
Esta vez no pude ahuyentar los sueños que me perseguían, aunque fue una grata sorpresa el ver lo que realmente me esperaba dentro de aquella ilusión.
Me sentí cohibido al aparecer en un gran salon de color negro y rojo. Estaba sentado en una silla a la cabecera de la larga mesa de color burdeos.
—¿Pero qué...? —mascullé confuso.
Unos dedos tamborileando al otro extremo de la mesa me sobresaltaron.
—Hola Christian.
Me congelé en mi lugar incapaz de pronunciar palabra cuando me topé con su mirada roja intensa. Eros era un hombre esbelto, alto y musculoso, de pelo negro liso y unos ojos tan rojos como la sangre.
—Mierda, padre, ¿qué significa esto? —sacudí la cabeza saliendo de mi estupor.
—Mi querido muchacho, ¡estás más ciego de lo que creía! —alzó su copa de vino en mi dirección, haciendo que apareciera una a mi lado—. Sé que estás comportándote muy mal, y como tu padre debo castigar esos malos comportamientos.
Apreté los labios formando una fina línea, mi mirada se volvió furiosa y tuve que contenerme por no levantarme y darle una paliza semidivina.
—A ver si lo he pillado. Llevas años sin siquiera dirigirme una palabra, ¡y vienes a regañarme!
Me levanté cegado por la ira, aparté la mirada del rostro duro y decepcionado del dios del amor. Caminé por la sala tratando de buscar una salida, pero a una velocidad alarmante un silbido me hizo parar. Una flecha de oro pasó rozando mi cuello y clavó la parte del hombro de mi camiseta a la pared, impidiendo mi movimiento.
Eros se levantó esta vez molesto y me observó con algo de tristeza.
—Realmente, hijo, no esperaba que tú pasaras el amor como una droga. Lo vendes como si fuera un objeto y luego rompes los hilos con una indiferencia pasmosa —me tomó el mentón obligándome a mirarle—. ¿Te divierte disparar, jugar y romper corazones?
Tragué saliva y bajé la mirada. Normalmente me sentía molesto porque todo el mundo pensara que Eros era un bebé con pañales, pero en este momento casi prefería que lo fuera. Al menos no sería tan intimidante.
—Eres un buen chico, pero mi madre tuvo que juntarte con alguien inalcanzable. Estás destinado a caer, hijo. A sucumbir.
—Eso no pasará —mi voz sonó envenenada.
Estaba herido por sus palabras y su forma de reprenderme y mirarme con decepción, como si solo fuera otra de sus víctimas.
—Evangeline no te quiere, muchacho —abrió las manos mostrándome una imagen—. Ella quiere a Owen Jackson. Mi madre se encargó de ello personalmente.
Mis piernas flaquearon, pero no me permití caer al suelo. Mi rostro estaba desencajado de furia, entremezclada con una decepción y una tristeza indescriptibles.
La fotografía permaneció lo suficiente como para que yo clavara su rostro en mi subconsciente: ojos verde mar, cabello castaño, de mi estatura más o menos, pálido.
—¿Por qué me haces esto? —mi voz sonó como un susurro quebrado.
—Por tu bien, pequeño.
Me pareció captar un pequeño tono de compasión y quizá algo de cariño. Puso su mano en mi pecho, justo encima de mi corazón.
—¿Te duele?
—Está roto, padre, está roto.
Me abrazó fuertemente, luego hizo desaparecer la flecha que me retenía.
—Sé de un grupo de chicos que necesitan algo de acción amorosa —sonrió con esa expresión marca Eros que nos caracterizaba—. Y tú, con mi ayuda, puedes conseguir cambiar las tornas.
—¿Te refieres a ese chico? —señalé el lugar donde estuvo en su momento la imagen.
El hombre frente a mí asintió.
—Hay una futura pareja que en especial me hace mucha gracia —su gesto se torció mostrando que era un comentario sarcástico—. El hijo de Nico Di Angelo y Will Solace —sonrió como recordando viejos tiempos—. Ah, ¡Nico Di Angelo! Una de las confesiones más desgarradoras y además seguida de un montón de blasfemia hacia mi persona, ¡adorable!
No tenía nada que mencionar, así que le dejé rememorar viejos tiempos. Por unos segundos su mirada se perdió en la infinidad de mis ojos azules grisáceos y sonrió.
—Tienes los ojos de tu madre.
Tragué saliva conmovido. Mi madre, hacía tantísimo que no iba a verla...
—Bueno, el caso es que como venganza quiero verlos sufrir. Sé que tienes la iniciativa suficiente como para cumplirlo sin dejarte llevar por los celos, hijo mío, pero de todas maneras te daré una muestra de mi poder.
Cerró mis párpados y deslizó su uña desde la mitad de mi frente hasta el final de mi mentón, pasando por mi ojo derecho. Todo aquello fue aconpañado de un ardor muy intenso. Estuve a poco de desmayarme, pero cuando mis piernas flaquearon él estuvo ahí para sujetarme.
—Abre los ojos.
Obedecí y al sentir el dolor, pasé mi mano por el camino recorrido: un río de sangre salía de una profunda herida.
—¿Por qué me estás haciendo esto? —grité tapándome la zona herida.
Él me apretó el cuello y me levantó prácticamente sin esfuerzo.
—Lo entenderás pronto —ronroneó mirando como me retorcía intentando que me soltara—. Esto no te estaría pasando si no me hubieras roto el corazón vendiendo el amor como una droga barata y sin valor —sonrió cruelmente—. Solo cíñete al plan, ya que te gusta tanto jugar, te daré órdenes más tarde. Ahora solo encuentra a ese chico.
El mundo de los sueños comenzó a disolverse cuando Eros me tiró al suelo y desapareció. Rogué porque hubiera sido una pesadilla.
No tuve tanta suerte.
—¡Chris! —los chillidos de Evan se comenzaron a escuchar cada vez más altos.
Abrí los ojos, pero algo me impedía ver por el ojo derecho.
—Iros... —rogué con voz débil.
—Pero... —susurró Adam, atónito.
—¡Fuera! —grité fuera de mí.
Ellos dos se fueron, pero supe que se habían quedado fuera. Les escuchaba hablar en voz baja.
Me levanté de la cama cubierto por un sudor frío, sosteniendo el pañuelo que Adam estaba usando para parar mi hemorragia. Lo aparté lentamente y entonces me di cuenta de que mi padre había trazado una herida que en cuestión de segundos había cicatrizado, castigándome así por todos mis excesos.
«Esto no te estaría pasando si no me hubieras roto el corazón vendiendo el amor como una droga barata y sin valor».
La cicatriz simbolizaba las heridas que nunca sanan, como las que nos deja un corazón roto.
Y ahí lo comprendí, observándo mi reflejo totalmente devastado: merecía todo lo que mi padre me hiciera.
[U.U
¿Qué les pareció Chris?
P.D: Sorry not sorry Valen, por esa parte de sufrimiento que te tocará pasar... (º_º)
Se despide,
Thalia_Black.]
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Jackson, Owen Jackson
FanfictionSer un semidiós no es fácil, y menos si eres el hijo de dos de los semidioses más famosos de nuestra época. Como habrás podido sospechar por mi nombre, Owen Jackson, es que soy el hijo de los míticos Percy y Annabeth Jackson. No digo que no sea geni...