Regina... La prometida de Caspian... Regina... prometida.
Esas palabras resonaban en la mente de Susan como un eco interminable. Su pecho se contrajo y sus ojos se llenaron de lágrimas. Parpadeó rápidamente, intentando disimular, pero era tarde. Aslan la miraba con atención desde hacía rato. Susan negó con la cabeza, queriendo transmitirle que entendía. Sabía que Caspian no tenía ninguna obligación con ella. No tenía por qué esperar algo que, evidentemente, nunca iba a suceder.
-¿Cuándo se comprometió? -preguntó Lucy, rompiendo el silencio, pero nadie respondió.
La palabra comprometido latía en la mente de Susan como un golpe constante. Después de todo, su partida no le había afectado a Caspian. Él se había recuperado rápidamente. Ella quería convencerse de que no le importaba, aunque la idea de que quizás no debería haber regresado se aferraba a su corazón.
-No, Susan -interrumpió Aslan como si pudiera leerle el pensamiento. Susan casi estaba segura de que lo había hecho-. Viniste porque debes reinar. Tal vez encuentres un esposo que...
-Lo siento, Aslan -respondió Susan, alzando la voz y mirando a otro lado, cortante-. Pero no voy a casarme. Ni ahora, ni nunca.
El silencio se adueñó del ambiente. Sus hermanos intercambiaron miradas de desconcierto, primero hacia Susan y luego hacia Aslan, quien suspiró profundamente. Al instante, cuatro caballos aparecieron en el campo que los rodeaba.
-A Cair Paravel, amigos míos -rugió Aslan, y emprendió carrera, seguido de los caballos y los jinetes.
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El castillo de Cair Paravel resplandecía majestuoso, restaurado a su antiguo esplendor. Los caballos se detuvieron frente a las grandes puertas, y Susan no pudo evitar preguntarse si Caspian estaría allí. Aunque lo más probable era que se encontrara en Beruna, en el castillo de los telmarinos.
Un fauno apareció para recibirlos, saludándolos con una reverencia antes de abrirles paso. Aslan, en cambio, se marchó en silencio, tomando una dirección desconocida. Era su forma: ayudarlos, asegurarse de que estuvieran a salvo y desaparecer.
Peter y Edmund inhalaron profundamente mientras caminaban por el vestíbulo. Ambos compartían el mismo pensamiento: finalmente estaban en casa. Lucy, sin embargo, sonrió con tristeza, pensando que tal vez ese retorno era lo que necesitaban para dejar atrás las sombras del pasado.
Ya instalados en sus habitaciones, cada uno encontró una manera de distraerse. Peter jugaba ajedrez con Edmund; Lucy conversaba con sus amigas de la naturaleza; y Susan, desde la ventana de su habitación, luchaba contra las lágrimas. No valía la pena llorar, se dijo. Ahora debía centrarse en ser una buena reina para los narnianos y telmarinos, algo que Caspian nunca quiso lograr con ella.
-¿Amorosa? -murmuró para sí misma con amargura. Se sintió tonta al pronunciarlo. Un suspiro furioso escapó de sus labios, llenándola de una energía renovada. Tomó su arco, decidida a cabalgar y perderse entre los bosques. Quizás el aire fresco golpeando su rostro la ayudaría a despejarse.
Mientras bajaba hacia los establos, pensó que sería mejor que Caspian no supiera de su regreso a Narnia. Aunque pronto descartó la idea: ambos eran reyes, y en algún momento tendrían que encontrarse, quisieran o no.
Susan cabalgó durante casi media hora. Las lágrimas que escapaban de sus ojos eran secadas por el viento. De repente, su yegua, Galatea, se detuvo abruptamente, relinchando nerviosa. Susan, alerta, escuchó el inconfundible sonido de una flecha cortando el aire y clavándose en un árbol cercano. Giró rápidamente la cabeza, escuchando el galopar de caballos acercándose.
-¿La guerra no había terminado? -susurró, confundida. ¿O acaso la habían confundido con algún animal?
Galatea, asustada, comenzó a correr desbocada.
-¡Galatea! ¡Para ahora mismo! -gritó Susan, tirando de las riendas. Pero la yegua no se detuvo. Susan levantó la vista y vio cómo la tierra terminaba abruptamente.
-¡Vamos a caer! ¡Detente! -gritó desesperada.
En un último intento, Susan liberó su pie del estribo y lanzó su arco lejos antes de saltar. Cayó al suelo, golpeándose la cabeza con fuerza. Lo último que escuchó fue el relincho de Galatea mientras desaparecía más allá del acantilado.
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Caspian estaba en el castillo de los telmarinos cuando escuchó a su joven acompañante, Aven, insistir en salir de cacería. Aunque al principio no quería, la insistencia de Aven terminó convenciéndolo.
Montaron sus caballos y se dirigieron hacia el bosque. Pero no avanzaron mucho cuando Aven disparó una flecha, alterando a un caballo que corría en la distancia. Ambos lo siguieron, adentrándose más en el bosque, hasta que Caspian escuchó un grito. Una voz que le resultó dolorosamente familiar.
Al llegar al acantilado, encontraron una figura tirada en el suelo. Cuando Caspian vio el rostro de Susan, su corazón se detuvo.
-Susan... -susurró, arrodillándose a su lado. Su voz temblaba de incredulidad.
Tomándola en brazos con delicadeza, silbó para llamar a un ave mensajera.
-Ve al castillo de Beruna y dile al profesor Cornelius que prepare todo para una persona herida. ¡Ahora!
Mientras galopaban hacia el castillo, Aven miró con asombro a Caspian.
-¿Quién es ella?
-Es la reina Susan -respondió, asegurándose de que ella siguiera respirando-. La reina Susan, la Benévola.
El profesor los esperaba en el puente. Al ver a Susan inconsciente en los brazos de Caspian, su rostro se llenó de asombro.
-No puede ser. ¿Qué hace aquí?
Caspian no respondió. Solo la llevó con urgencia a una habitación, depositándola en la cama. Tomó su mano y la besó suavemente.
-Susan... ¿Cómo demonios llegaste aquí?
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Narnia: El retorno de los reyes (A partir Del 16/11 entra en edición)
Fanfiction-Eso quiere decir, Rey Peter, que tú, Susan, Edmund y Lucy sois, de ahora en adelante, los reyes y reinas de Narnia. Gobernaréis junto al Rey Caspian y... la Princesa Regina. -¿Regina...? -La voz de Susan se quebró al pronunciar ese nombre, como si...