Pánico

4 0 0
                                    

El trayecto desde el estadio hacia un lugar desconodico no duró menos que quince minutos.

Cuando estás maniatado y tienes a una bestia con cara de perro y voluminoso como un armario pegado a tu lado en el asiento de atrás de una furgoneta, se cuesta a reflexionar con serenidad. No entiendes nada de nada. Eso sí, la cabeza te da vueltas y un batriburillo de millones de imágenes desfila por tu mente sin orden ni concierto.

Miedo, se llama a eso.

O terror, para ser más exactos.

Álex se repetía que debía mantener en calma, que el pánico es el peor aliado de las buenas decisiones.

Tenía que mantener los ojos bien abiertos y fijarse en los más mínimos detalles, porque quizá le hicieron falta más tarde.

Le extrañó que no le hayan vendado los ojos. En las películas de secuestros y extorciones siempre lo hacen ¿no es así?

Era una furgoneta pequeña con ventanas únicamente en la parte delantera y a ambos lados del conductor y el copiloto. En la parte posterior no las había. Se sentía aislado del mundo, como metido en un zulo rodante.

No conocía Montevideo, y tratar de recordar la ruta que estaban siguiendo era misión imposible. A medida que intentaba memorizar un edificio, una tienda , la valla de un anuncio, cualquier punto de referencia, notaba que su cerebro borraba el recuerdo anterior, colapsado por una realidad diabólica que lo superaba. Aquello era de locos.

-¡Baja del coche!

La voz de trueno de su acompañante no invitaba demasiado a emprender un diálogo amistoso, tipo <<gracias por llevarme de paseo, ¿a qué hora me aconseja, señor, que visite los delfines del zoológico?

Álex intuyó con gran perspicacia, que era más conveniente obedecer. Además, en Montevideo no hay zoológico. Ni delfines.

Lo sacaron con las manos sujetadas a la altura de los lumbares.

Un empujón lo obligó a caminar con los gorilas sujetándolo con fuerza por las axilas. Uno le sujetaba la nuca para que no pudiera mover la cabeza, por lo que se vió forzado a clavar la mirada en el suelo mientras caminaba. Estaba atrapado. Aquella gente sabía perfectamente lo que hacía. No tenía escapatoria y, lo que era peor, no estaba seguro de poder recordar ni siquiera las caras de sus captores. Sus pies se movían deprisa, deprisa. Se sentía arrastrado por aquellos energúmenos que prácticamente lo llevaban en volandas. Del gris granulado del asfalto pasó a las cenafas de la acera. Baldosas idénticas se deslizaban bajo sus pies. Se sintió patético cuando se dió cuenta de que estaba intentando contarlas. Era algo rídiculo y poco incapaz.

-¡Paso, paso! ¡Llevamos a un detenido!

Cruzaron una enorme puerta de cristal y entraron a una sala llena de gente hablando, gritando, con teléfonos que sonaban...

-¿Cómo? ¿Pero esto qué es?

Levantó la cabeza perplejo y a la vez aliviado. No le habían llevado a ninguna mazmorra clandestina. Lo rodeaban hombres y mujeres de uniforme, unas placas en las que se podían leer las siglas PNC, Policía Nacional Civil.

-¡Por favor! Dejenmé que les explique

-¡Silencio! Lo que tengas que decir lo dirás en aquella sala- replicó un agente señalando con el dedo índice hacia una puerta grisácea de un rincón. 


One  Direction: La NovelaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora