15

1K 169 14
                                    

Travis y Marcus bajaron del coche y sacaron en brazos a Alaska, que no quería ni pisar el bar por la vergüenza que sentía.

Una vez la convencieron para que caminase por si misma y se armara de valor, se dirigieron a la puerta. Cuando fueron a entrar, el hombro de Travis chocó contra alguien.

—  Perdón.

— Bueno, por lo menos tienes modales.

Las uñas de Alaska se clavaron en el brazo de Travis en cuanto Salem habló. Travis ahogó un quejido de dolor y cogió a su amiga de la mano. 

— ¿Vuelves para otro baile, guapa? 

Salem se apoyó contra el marco de la puerta, de brazos cruzados y sonrió a Alaska. A esta le temblaron las piernas a la vez que escondía su sonrojado rostro en el hueco entre el hombro y el cuello de Travis.  

Todos los chicos rieron.

— Veníamos a cenar —dijo Marcus.

— Es una pena, esta noche no trabajo.

Travis recordó entonces su chaqueta y soltó la mano de su amiga.

— Oh, entonces espera. Tengo tu chaqueta en el coche.

Marcus le tiró las llaves, y cogiéndolas al vuelo, salió disparado hacia el coche de su amigo.

Escuchó a sus amigos entrar en el bar, pero no se preocupó y continuó buscando (con la poca luz que había) en los asientos traseros. Se quejó molesto al no ver ni rastro de ella y cerró la puerta del vehículo, yendo al maletero. Cuando quiso abrirlo, una mano tatuada le detuvo.

Miró a Salem, que a pesar de tener una expresión cansada, le sonreía.

— ¿Te importa si me quedo a cenar con vosotros?

— En absoluto. Creo que te lo debo por haberme llevado a casa.

Salem asintió y caminó hacia el bar.

— Vamos anda, ya buscas la chaqueta luego. 

— Solo dame un momento y...

— Tengo muchas más como esa —le interrumpió—. ¿Y sabes qué más tengo? Hambre. Así que mueve el culo y entra.

El tono en el que dijo aquello fue totalmente serio. Y Travis se dio cuenta de que a simple vista, Salem parecía un alguien a quien le importaba todo una mierda, pero después estaba su sonrisa. Sincera y amable, que te dejaba claro que aquel chico se preocupaba por más cosas de las que pudieras imaginar.

Cerró el coche y le siguió.

— Pago yo —añadió Salem—. Sin protestar.         

 



EpiphanyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora