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Travis se sorprendió cuando Salem aparcó el coche justo delante del callejón al que tan acostumbrado estaba. 

Pero no fue hasta que llegaron a la azotea cuando Travis se quedó sin palabras.

Salem se deshizo de su chaqueta y la dejó en el respaldo del sillón donde Travis dejaba siempre su mochila.

— No me lo puedo creer...

— ¿Te gusta? —preguntó— Es algo así como... mi lugar. Vengo aquí de vez en cuando a pensar y reflexionar sobre la vida. No se lo había enseñado a nadie hasta ahora.

Salem se pasaba la mano por la nuca. Parecía incluso avergonzado tras haber dicho aquello.

Travis le miró con los ojos totalmente abiertos. Sin saber exactamente qué decir, tan solo susurró:

— Yo tampoco.

Aquella respuesta desconcertó a Salem.

— ¿Tu tampoco qué?

— Que yo tampoco le había enseñado este sitio a nadie hasta ahora.

La mueca de confusión del rostro de Salem fue sustituida por una sonrisa que cada vez era más y más grande.

— Vaya.

— Sí  —repitió Travis—. Vaya.

    


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