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Aprovechando que Travis había tenido que apartarse de ellos para atender una llamada, Salem había entrado a una gasolinera a comprar tabaco mientras que Alaska esperaba sentada fuera.

Un grupo de chicos se acercó a Alaska con poco disimulo, mientras ella miraba entretenida su móvil. Hablaba con Marcus y le explicaba que Travis había pasado la noche en casa de Salem porque este no fue capaz de despertarlo cuando se quedó dormido en su coche.

Al darse cuenta y sentirse incómoda por sus miradas, caminó un par de pasos para alejarse de ellos. Pero ellos la seguían y cuchicheaban entre risas y miradas lascivas hacia la chica.

Alaska buscó a Travis con la mirada, encontrándole en la calle de enfrente, gesticulando y pasándose la mano por el pelo de forma desesperada mientras hablaba por teléfono.

Dos de los chicos se acercaron más a ella y comenzaron a silbar y llamarla.

— ¿No crees que ese vestido es muy largo, guapa? —vociferó uno de ellos— ¿Por qué no te lo subes un poco?

Alaska les ignoró y volvió a centrar su atención en el móvil, sin importarle incluso que este estuviera bloqueado. El caso era ignorarles y rezar para que se cansasen y la dejasen tranquila.

— ¿Estás sorda, o qué? —gritó el mismo de antes— Te estoy hablando a ti, rubita.

Alaska ni siquiera contestó, pero al parecer aquello molestó todavía más al chico, que se acercó junto a sus cuatro amigos. Una vez en frente de ella, le arrebató el móvil de las manos y la arrinconó contra la pared de la gasolinera.   

— ¡Devuélveme mi móvil, subnormal!

— Vaya, vaya, vaya... pero si la gatita tiene voz.

— Y también piernas, con las que puedo patear tu asqueroso culo si no me das mi móvil en este mismo instante —dijo amenazante.

El chico rió sarcásticamente y miró a sus amigos.

— ¿Habéis oído eso, chavales? Es juguetona.

— He dicho que me des mi...

— ¿Sabes qué, gatita? —dijo interrumpiéndola— Me gustan peleonas.

El chico le dio el móvil de Alaska a uno de sus amigos y se pegó al cuerpo de esta, poniendo las manos sobre ella. Una en su cintura y la otra en el muslo, subiendo el borde de su vestido.

Alaska se removió, pero aquel chico era el doble de grande y fuerte que ella, por lo que no sirvió de nada.

— ¡Ni se te ocurra tocarme, gilipollas! —gritó.

— ¿O sino qué? ¿Vas a arañarme?

— No —respondió una tercera voz—. Pero quizás a mi me de por cortarte las manos si no te alejas en este mismo instante de ella.

Salem había aparecido de pronto a su lado. En una de sus manos sostenía un cigarrillo, mientras que la otra estaba escondida en su bolsillo. Parecía tranquilo, pero algo en su cara era diferente. Peligroso.

Alaska ni siquiera se dio cuenta de cuándo los amigos de aquel repugnante chico se habían alejado, pero ya no había ni rastro de ellos por ninguna parte.

El chico rió y pego las caderas a las de Alaska, mirando de forma desafiante a Salem.

— ¿No te han enseñado a no meterte donde no te llaman?

Alaska vio como Salem sonreía y un escalofrío le recorrió el cuerpo. Aquella no era la sonrisa cálida y amable de Salem. Era inquietante y rebelde.

— ¿A ti no te han enseñado a tratar a una mujer con respeto?

— No creo que...

Las palabras del chico fueron acalladas por un repentino grito que salió de su garganta. Se separó de Alaska de un salto y cubrió su mano mientras maldecía y fulminaba a Salem con la mirada. Y es que este había apagado su cigarro en la mano del chico.

— ¡Hijo de puta! ¡Te vas a...!

Ni siquiera le dio tiempo a terminar la frase. Salem le tenía cogido del cuello de la camisa y le sostenía a dos palmos de distancia con el suelo. Se acercó a su oído y susurró algo que no fue entendible para Alaska, pero que hizo que el chico se quedara inmóvil y su rostro se volviera totalmente blanco.  

Salem le soltó con desprecio y volvió hacia Alaska; metió el móvil de la chica en su bolso y la abrazó contra su pecho sin darle tiempo a reaccionar siquiera.

Los brazos de Salem se envolvían alrededor del cuerpo de la chica y su cabeza se escondía entre su pelo. Alaska agradeció el gesto, pero pensó entonces que ese abrazo estaba durando más de lo normal, no por ella, sino porque realmente era Salem el que lo necesitaba.




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