XIV

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Hacía una mañana perfecta para salir a descubrir las calles de la ciudad. O quizás para sentarse en mitad de un parque a disfrutar de un picnic y pasar el día. 

Pero teniendo a Will consigo, lo último que quería Salem era perderse un minuto de su tiempo haciendo algo tan cotidiano como aquello. Sobre todo si era el último día que podía disfrutar con él.

Ambos habían dormido poco. Hablaron un poco más de la infancia de Salem al día siguiente, pero decidieron dejarlo pasar. No era momento para recordar situaciones agridulces. 

Amargas, más bien.

Por lo que, cuando Byron llamó a Salem y le propuso unirse a su plan, ambos chicos dijeron que sí sin pensarlo siquiera. 

A fin de cuentas, significaba conocer un poco más a Salem. Y a Will eso le interesaba.

Les había tomado media hora de trayecto, pero finalmente el coche paró frente a un chalet de piedra rodeado por una simple valla blanca; Salem quitó las llaves del contacto.

—¿Nervioso, Blake? 

Will negó mientras miraba por la ventanilla.

—No te van a comer —susurró Salem, quien de pronto estaba tan cerca suyo que Will podía notar su respiración contra la piel. Besó la sien del rubio y después su mejilla—. De hacerlo, tendrían bastantes problemas conmigo. Y no creo que les apetezca.

Will puso los ojos en blanco y abrió la puerta del vehículo.

—No soy un crío —dijo bajándose—. Puedo defenderme solo.

Salem frunció el ceño, abrió la boca para hablar y la volvió a cerrar. Se pasó la mano por la nuca y se bajó también, dando la vuelta al coche y yendo a su lado.

—Iba con segundas, no con intención de llamarte crío —murmuró—. Pero vamos, que ha sido cosa mía, así que perdona.

Will fue a responder, pero el sonido de la puerta de entrada golpeando la pared al abrirse les hizo fijar su atención en la casa de nuevo. Allí, parado frente a ellos, se encontraba un chico rubio, muy rubio —su pelo parecía casi blanco y la luz del sol no hacía más que intensificarlo—, y alto, que les miraba con una mueca divertida en los labios y una cerveza en la mano. Iba sin camiseta y en el torso tenía dibujada una línea discontinua a rotulador azul, que bajaba hasta el borde de sus vaqueros, donde asomaba la parte superior de lo que parecía una X.

Una extraña representación del mapa del tesoro.

El chico saltó las escaleras del porche, dejó la cerveza apoyada en estas y rió.

—¡El puñetero Salem Moon! —volvió a reír. Se giró hacia lo que parecía la entrada al jardín trasero y silbó con fuerza—. ¡Chicos, Salem ha revivido! 

Salem dejó escapar una suave carcajada y miró a Will, quien tenía ambas cejas levantadas y una curiosa expresión en su rostro.

—Lo mismo tardas un poco en acostumbrarte —dijo. No dejaba de sonreír. Cruzó la valla y caminó seguro hacia el chico rubio sin camiseta—. Tanta elegancia a la hora de saludar no puede venir de otro que no sea Adam Walker.

El tal Adam se quedó mirando fijamente a Salem durante un par de segundos, y cuando reaccionó, le apresó entre sus brazos. 

—Joder, Salem —se notaba la alegría en su voz—. No te veía desde el instituto. 

—Demasiado tiempo, sí.

—Y no vienes solo, por lo que veo —reparó en Will, que esperaba paciente unos pasos más atrás—. Adam Walker, encantado.

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