VI

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El húmedo frío se colaba a través de la ropa y conseguía llegar a los huesos. Pero aquello no molestaba a Salem, quien tenía la chaqueta totalmente desabrochada y solo una camiseta de tirantes bajo ella, incluso parecía disfrutarlo.

Se encontraba apoyado en el capó de su coche, con Byron devorando un algodón de azúcar a su lado. Salem se encendió un cigarro y miró al rubio mientras dejaba escapar el humo con lentitud entre sus labios.

—¿De dónde has sacado un algodón de azúcar, Carter?

Byron se asomó por detrás del enorme dulce y sonrió como un crío.

—Tengo una máquina de algodón de azúcar en mi casa —se encogió de hombros—. Es lo mejor de mi vida. Mi tesoro más preciado.

—¿Más que tu coche?

—No me hables de esa chatarra.

—¿Os habéis vuelto a pelear? —preguntó Salem divertido, volviendo a fumar— Ya te dije que los matrimonios entre humanos y transportes no suelen llegar muy lejos.

—Habló aquí el experto —respondió Byron—. Hablas como si hubieras conocido el amor de primera mano.

El cigarro se escapó de entre los dedos de Salem y cayó al suelo. Ambos chicos se quedaron en silencio. Salem con la mirada perdida en la calle y Byron contemplando su dulce. El aire pareció desaparecer por unos instantes. Salem comenzó a notar una presión en el pecho que no le dejaba articular palabra y, por un momento, creyó estar ahogándose, pero tampoco se vio capaz de hacer nada para solucionarlo.

No le resultaba desagradable, tan solo desconocido.

¿Había conocido el amor?

Quizás simplemente lo hubiera rozado, y como todo lo demás en su vida, este se hubiera largado antes de que Salem tuviera tiempo siquiera de intentarlo.

Byron soltó un largo suspiro y le puso el algodón de azúcar frente a la cara.

—Lo siento —susurró—. Sabes que no lo decía con mala intención.

—No importa.

—Sí, sí que lo hace.

—Byron... —comenzó a decir Salem, pero se vio interrumpido por su amigo.

—Siempre vas de duro, fingiendo que no te afecta lo que pase a tu alrededor, al menos no a un nivel personal. Pero sé lo que significó para ti aquella relación, hermano. No puedes seguir haciendo como si solo hubiera sido una persona más.

—Quizás lo fuera.

—Apostaría mi amistad contigo a que eso no es así.

Salem le miró entonces. Los ojos avellana de Byron se habían oscurecido y su semblante era serio. La camiseta con estampados de palmeras y colores chillones que llevaba debería haberle dado un aspecto más aniñado, pero no era así. Había algo diferente en él, algo que solamente sacaba cuando hablaba con Salem. Y él lo sabía.

—¿Lo sabe él? -preguntó.

Salem enarcó una ceja, dudoso.

—¿Le has dicho alguna vez lo mucho que significó, o significa, para ti?

—No con palabras —negó—. Antes lo hacía, pero William es diferente al resto de personas que conozco.

—La forma en la que pronuncias su nombre ya resulta diferente a la del resto.

—No quiero seguir hablando de esto, Byron. William es pasado.

Salem pisó el cigarro que anteriormente se le había caído de las manos y se levantó del capó del coche, andando hasta la acera. Alaska tenía que estar a punto de llegar y no quería que le encontrara así.

Conocía a su amigo desde hacía demasiado tiempo como para saber que no iba a rendirse tan fácilmente con un tema como aquel. Sabía que Byron iba a ser quien tuviera la última palabra en aquella discusión, al igual que sabía que lo que dijera iba a afectarle más de lo necesario. Pero por mucho que se lo esperara, por mucho que llegara alguien y le dijera el momento exacto en el que Byron fuera a abrir la boca, tampoco se sentiría preparado.

Nunca lo estaba para hablar de sí mismo.

El autobús se detuvo frente a la parada, a escasos metros de donde Salem y Byron se encontraban, sus puertas se abrieron y del interior salió una alegre Alaska, vestida con unos pitillos de cuero, sus botas granates y un top de flores que forzó a Salem a apartar la mirada.

Nada más localizarles, Alaska se colocó la correa del bolso al hombro y comenzó a acercarse. La poca gente que se encontraba por allí se detenían a mirarla. Y es que la chica irradiaba una luz propia que nadie estaba acostumbrado a contemplar.

Byron se colocó al lado de Salem, y esperó paciente a que Alaska estuviera más cerca de ellos. Salem supo con certeza que la luz de la chica también había envuelto a su amigo.

—Dices que es pasado —susurró Byron cerca de su oído—, pero tengo entendido que vas a verle esta noche.

Salem se quedó helado. Ni siquiera reaccionó una vez estuvo Alaska frente a ellos. La rubia le abrazó como si no se hubiera dado cuenta de nada y aquello tranquilizó a Salem. No quería preocuparla.

Pero su falsa ilusión se desvaneció cuando Alaska posó su mano en la mejilla del chico y le secó una lágrima.

—He de admitir que voy radiante hoy —dijo ella—, pero tampoco es motivo para llorar.

—Siempre vas preciosa.

—Dado que es la primera vez que la veo, no puedo corroborarlo, pero tengo una corazonada de que es totalmente cierto —dijo Byron de pronto.

El rubio captó la atención de Alaska, y casi al igual que pasó la primera vez que la chica vio a Salem, su cuerpo se congeló. Escondió con rapidez la cabeza en el pecho de Salem y se aferró con fuerza a las solapas de su chaqueta.

Salem se olvidó de todo en lo que estaba pensando y rió. Rió por lo dulce que podía llegar a ser Alaska, rió por lo iluminados que estaban los ojos de su amigo al mirarla, rió por lo mucho que les quería. A ambos.

Rió porque de pronto se dio cuenta de que sí que había conocido el amor de primera mano. Convivía con él todos los días.


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