XXII

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Salió del baño con la toalla anudada a la cintura. Riley le miraba sentada desde la cama, balanceando las piernas a la vez que sonreía sin parar.

Al verla, Salem se acercó, apoyó la frente en la suya y le dio un beso en la punta de la nariz.

—Buenos días, Riles.

—Eso lo has dicho antes —susurró ella divertida—. Qué poco original eres.

—¿Poco original? Me ofendes.

La morena rió, se sujetó al brazo del chico y tiró de él hasta quedar los dos tumbados sobre el colchón. Las sábanas eran un desastre. Riley ni siquiera sabía dónde había ido a parar su otra almohada. O la ropa del día anterior. Por eso mismo llevaba puesta la camiseta de Salem, que era tres tallas más grande.

Con un solo giro, Salem logró cambiar las tornas y ponerla a ella encima de su cuerpo. Le apartó el pelo de la cara con delicadeza, acariciando su mejilla al hacerlo.

—¿Cuándo vuelven tus padres?

—Esta noche. ¿Te quedas todo el día?

Salem negó con la cabeza.

—Tengo que ir a ver a mi hermana —respondió—. Hace mucho que no me paso por allí.

—¿A Atlanta? —el chico asintió—. Allí también vive William, ¿no?

—Sí. Espero no tener que encontrármelo, sinceramente.

—¿Cómo lo llevas?

—A veces bien, otras algo peor —se encogió de hombros—. Es complicado, pero me alegro por él en cierta parte. Aunque, tal y como estoy hoy, no sé si sería bueno verle.

—No lo digas muy alto, que solemos ser gafes —bromeó ella.

Al ver que el chico no reía, suspiró para después rozar los labios con los suyos. Salem la recibió al instante, entreabriendo la boca y lamiendo el labio inferior de ella. Tenían los ojos aún abiertos, clavados en los del otro. Riley fue la primera en cerrarlos para disfrutar aún más del beso, pero al hacerlo, se dio cuenta de que Salem se había detenido.

Extrañada, volvió a abrirlos. Se sentó sobre su regazo, dejó una mano apoyada sobre su torso y le miró inquisitiva.

—¿Ocurre algo?

Él asintió sin decir palabra.

—¿Qué pasa?

Salem no habló. Se limitaba a mirarla y pasear sus dedos por la pierna de ella, provocándole escalofríos.

—¿Es por el tema de la castidad? —preguntó Riley, dispuesta a bromear sobre ello—. No es que te importara mucho anoche. Ni cuando viniste a la primera clase de guitarra.

—Vaya. Había olvidado totalmente lo hiper religiosos que son tus padres —murmuró él—. Ahora sí que no está bien que sigamos acostándonos.

—¿No es por el hecho de que tenga novio?

Salem rió.

—Todos sabemos la de veces que has intentado dejar a ese imbécil. Y lo controlador, machista y asqueroso que es —suspiró—. Así que no, no es por eso. ¿Ha intentado volver a forzarte a algo?

—No —se apresuró en responder Riley—. Desde el encontronazo que tuvisteis no se atreve. Sólo tengo que decirle que te llamaré si intenta algo, y se aleja. Ahora pasa más tiempo con mis padres que conmigo. Es un alivio.

—Me alegra oír eso. Cualquier cosa sabes que puedes llamarme y estaré aquí lo antes posible.

—Lo sé. Y gracias.

—No me las des, corazón —dijo—. Haría lo que fuera por ti, lo sabes.

—Pero nada de acostarnos.

—Hay que respetar tu voto de castidad.

—Sabes que no creo en nada de eso. Mi madre me obligó.

—¿Mmm?

Nada de relaciones carnales hasta el matrimonio —dijo Riley, imitando la voz de su madre de una manera jocosa—. Debes ser pura hasta entonces.

Salem se quedó pensativo durante largo tiempo. Después, sin previo aviso, tumbó a Riley a un lado y salió de la cama. La chica le miró curiosa. Nunca sabías lo que iba a pasar si se trataba de Salem Moon. Pero aquello la dejó descolocada, dudando si le habría molestado el comentario o no. Aunque cuando quiso preguntárselo no se vio capaz, pues la risa se apoderó de ella.

Su carcajada hizo que Salem se detuviera antes de salir de la habitación y la mirara por encima de su hombro, sonriendo al oírla reír tan alegremente.

—¿Qué?

—La toalla, Moon —rió—. Te dejas la toalla.

Él se encogió de hombros sin darle mayor importancia.

—Como si no me hubieras visto desnudo antes.

—Yo sí, pero mis vecinos no. Intenta no pasar por la ventana.

—Les alegraría la mañana, tenlo claro —bromeó él.



Para cuando volvió a la habitación, traía consigo una bolsa de gominolas de la noche anterior. Rebuscó entre ellas hasta encontrar la que quería, después dejó la bolsa sobre la mesita de noche de Riley y se arrodilló frente a ella. Esta frunció el ceño sin entender nada, pero le dejó hacer.

Salem cogió la mano de la chica con delicadeza, depositó un suave beso y le enseñó un anillo de chuche, recubierto de azúcar.

—Riley Marie Pritchez, ¿quieres casarte conmigo?

Riley se sorprendió de manera exagerada y notablemente fingida, lo cual hizo reír a ambos. Asintió repetidas veces y se tiró a sus brazos antes de que el chico pudiera colocarle el falso anillo en el dedo, haciéndole caer contra el suelo.

—¡Sí quiero, sí quiero, sí quiero!

La carcajada de Salem se unió a la de ella. Ambos se miraron de pronto. Salem acunó la cara de la chica entre sus manos y sonrió de esa manera tan suya, una vez las risas habían cesado.

—Te quiero, Riley. De verdad.

—¿Pero..?

—¿Por qué crees que hay un pero?

—Porque siempre lo hay. Y tú eres muy misterioso.

Salem dejó un beso en cada una de sus mejillas, la nariz, la barbilla y los párpados. Al llegar a los labios, la chica puso la mano para detenerle.

—Te tienes que ir ya, ¿verdad?

—Como muy tarde en media hora. Puedo salir directamente desde aquí, no tengo que pasar por casa.

—¿Seguro? Si necesitas marcharte ya...

—No, de verdad —susurró él con una sonrisa—. Sé que tienes ropa mía. Cogeré algo y listo.

—De acuerdo, lo entiendo. Gracias por el mejor cumpleaños de la historia.

—Deja de darme las gracias, Riles. Te vuelvo a decir que haría cualquier cosa por ti. Eres de las pocas personas que siguen en mi vida a pesar de todo.

—Y no me marcharé. Nunca.

—No lo digas muy alto, puede que te crea.

—Quiero que lo hagas.

EpiphanyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora