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Alaska esperaba sentada en un banco a que los dos chicos aparecieran. Cuando los vio bajarse del coche y cruzar la calle hacia ella, se levantó de un salto, colocando la correa de su mochila correctamente en su hombro.

Aquella mañana, a pesar del frío del otoño, el sol brillaba con intensidad, por lo que Alaska pensó que llevar vestido sería una opción perfecta. Lucía un vestido blanco con flores negras como estampado, y un ancho cinturón granate que ceñía la tela a su cintura. Pero para darle su toque personal, no podían faltar las medias hasta el muslo y sus Dr Martens granates.

— Creo que esta mañana al decir que Alaska era guapa, me he quedado muy corto —le dijo Salem a Travis mientras se acercaban a la chica.

Travis abrazó cariñosamente a su mejor amiga en cuanto la tuvo enfrente, y esta al ver a Salem se sonrojó. No sabiendo cómo saludarle a él, le tendió la mano para estrechársela. A lo que Salem se la tomó y tiró hacia él, abrazándola y levantándola del suelo un par de centímetros.

— Buenos días, pequeña bailarina.

Cuando la hubo soltado, las mejillas de Alaska eran de la misma tonalidad que sus botas. A Travis le resultó graciosa la facilidad que tenía Salem para avergonzar a su amiga. Y se preguntó por qué Alaska era capaz de enfrentarse a cualquier hombre que se le pusiera por delante, y no a su nuevo amigo.

— Te queda genial el vestido —dijo Travis, para sacar a su amiga del mal trago.

Alaska elevó la cabeza y sonrió con amplitud.

— Lo sé. Sino, no me lo pondría.

  


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