Prólogo.

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Inglaterra, Londres.

Hace 6 años.

Codd daba vueltas por el parque llenándose los zapatos nuevos de barro, su mamá, que llevaba puesto un delantal rosa le hacía leves gritos pero dulces diciéndole que el almuerzo ya estaba listo. No obstante, Codd seguía dando botes por doquier, Tara, su pequeña hermana de seis años, también lo hacía. Ambos reían mientras corrían y observaban el cielo, como si algún payaso estuviese haciendo muecas desde allá arriba únicamente para ellos.

La mamá continuaba llamándoles, pero ellos no respondían. Al final eran niños, ¿qué se les podía pedir?

El padre, absorto de los gritos de su queridísima esposa, lanzó al suelo el periódico y se detuvo a su lado.

—¡Estoy cansado de esos niños malcriados! —espetó—. O aprenden las reglas por las buenas o será por las malas.

Evitando las insistencias de su mujer, David Bing se quitó el cinturón y caminó hacia donde se encontraban sus hijos jugando y por primera vez desde que habían nacido, los golpeó. Los golpeó tan fuerte que al pasar los cinco minutos los rostros de Tara y Codd Bing estaban totalmente rojos, y de sus bocas solo salían gritos de desespero y dolor.

Su madre gritaba desconsolada y desesperada para que su marido dejara a sus hijos, pero no conseguía nada con eso.

—A ver si después de esto sigues como un maricón pintando —gritaba mientras golpeaba a su hijo Codd—. ¡Tienes que estar con mujeres, no pintando, maldición!

La ira acumulada que tenía el Señor David Bing por el hecho de que su hijo decidiera pintar lo consumía totalmente y lo golpeó tan fuerte. Y así fue, mientras ellos gritaban él los golpeaba y después de los próximos años siguió con lo mismo, cada vez que ellos intentaban hacer algo indebido los golpeaba, sobre a todo a Codd, inculcándole que él como hombre, su único deber en la vida era estar con mujeres, con todas las que pudiese.



My secret {el final}.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora