15. Encerrada en mis pensamientos 1/2

746 75 2
                                    

En aquel momento me di cuenta de lo tonta que había sido al pensar que habían secuestrado a Henry, me había puesto en peligro al entrar en la casa aquel día sabiendo que estaban allí esos matones, pero solo quería protegerlo. Y ahora me enteraba que él me había secuestrado a mí, que quería matarme o hacerme sufrir, sabía por el perro todo él supuesto jefe me odiaba, y ahora me dolía pensar que todo ese odio fuera de Henry o más bien Alexander.

Que me matara un viejo mafioso no era tan malo como pensar que me matara Henry, para mí siempre seria mi Henry, para mi Alexander no debería existir. Pero toda aquella situación había ocurrido por mi culpa y lo sabía, no me quedaba otra que resignarme. Todo el dolor físico que Alexander pudiera causarme no sería comparable al dolor interior que sentiría al pensar que mi Henry era quien me hacía tanto daño. Y lo peor de todo es que yo jamás podría odiarlo por mucho dolor que me causara.

Antes de que pudiera decir nada más o de que pudiera intentar escaparme de allí la puerta se abrió de golpe, ladee la cabeza sabiendo ya que se trataba del perro, no podía ser otro. Este comenzó a reír de nuevo a carcajadas a pesar de que ni mi cara ni la de Alexander parecía mostrar ningún tipo de emoción, ambos estábamos demasiados tensos como para aguantar el genio o la forma de ser de aquel hombre.

-Vaya, ya se descubrió el chiste del guapo. ¿Entonces la mato jefe?-Ladee la cabeza para mirar a Alexander y ver que decía sobre esto, si tanto decía que sentía por mí no podía ser cierto que de un día para otro y sin pedir explicaciones de lo que había pasado quisiera matarme. Si era así realmente no me había querido mucho. Estaba empezando a pensar que si salía de esta no volvería a acercarme a un hombre en mi vida, quizás cambiar de acera era lo que debería de haber hecho desde el principio, si no fuera porque no me gustaban las chicas. Pero ese era un problema menor que no tenía nada que ver con el caso. Realmente mi cabeza cada vez tomaba pensamientos más raros en momentos de tensión. Estaba ya a punto de admitir que la loca de aquella sala era yo y no aquellos dos hombres con pintas de modelos de Calvin Klein.

-No, matarla tan rápido sería una verdadera lástima, enciérrala de nuevo en su celda, no quiero que salga de ahí hasta que no se me ocurra que hacer con ella ¿Estamos? Y he visto lo que has hecho con Edward, la próxima vez que mates a uno de tus compañeros y dejes salir a una reclusa voy a encargarme yo mismo de ti ¿Entendido? Me estas tocando demasiado los cojones con esa aptitud tuya...- Cuando el perro estuvo a punto de replicar a esto Alexander le corto con una mirada fría y cortante, yo me estaba dando cuenta de lo peligroso que podía ser Alexander. Quizás jamás le había conocido de verdad.- Sé que eres uno de los mejores en tu trabajo perro, pero eso no hace que tengas prioridades y privilegios sobre los demás, no puedes jugar como si tu fueras el rey, simplemente eres una más de mis piezas de ajedrez.

Salí de la sala cuando el perro me saco de allí a rastras seguramente para llevarme de nuevo a aquella habitación, era la primera vez desde que lo conocía que veía al perro tan serio, parecía estar cabreado o defraudado por algo, aunque no llegaba a saber el por qué. Aunque parecía ser que no se me daba bien eso de juzgar a la gente, ya que había pensado que Alexander era un buen hombre, cariñoso, gracioso, a veces torpe, pero muy muy listo. Siempre había pensado que Alexander era el típico hombre que buscaba tener una familia en condiciones, una mujer, hijos. Lo veía con mentalidad de sentar la cabeza, creía que era así y me gustaba su forma de ser sobre protectora.

Si lo pensaba bien quizás Alexander había fingido todo aquello porque yo le gustaba o porque creía quererme.

Cuando me quede sola en la sala que había estado desde el principio me senté en una esquina a pensar y darle vueltas a todo lo que estaba pasando, si no ponía mis pensamientos en orden me acabaría volviendo loca de verdad.

Pensaba que Alexander se había obsesionado conmigo, quizás me había idealizado demasiado creyendo que yo era una persona que en el fondo no era, y eso era lo mismo que paso a mí con Sam. Me había llevado años odiándolo muchísimos años pero realmente era un odio que no debió de haber existido. Yo no le pedí explicaciones a Sam en aquella época, como tampoco me pidió explicaciones Alexander a mí de lo que pasó en la cafetería. Yo odie a Sam por creer que era una persona distinta a la que realmente era, como Alexander se enamoró de mí creyendo que era de otra forma.

Todo se había complicado demasiado y me arrepentía de todas las decisiones absurdas que había tomado en mi vida, por un momento pensé que me arrepentía de haber conocido a Henry, pero realmente no lo hacía, todos los momentos buenos que vivimos juntos por tantos años siempre serían especiales para mí, había sido una de las pocas personas que me había apoyado, por mucho que quisiera odiarle o pensar que era de una forma distinta no podía. Yo quería a Henry de vuelta, a mi Henry. Ese tal Alexander se podía ir a tomar viento, ojala nada de esto hubiera pasado y volviera a mi vida normal con mi Henry.

No supe cuántas horas pasaron, puesto que al estar sin ventanas y a oscuras, además sin reloj no había manera de saberlo. Era cansado psicológicamente estar de aquella forma, no había nada para entretenerse y esto hacía que estuviera sola con mis pensamientos, lo que podía ser el peor castigo que me podrían dar, ya que todas las cosas que había hecho mal a lo largo de mi vida salían a flote, les encontraba soluciones a problemas que había tenido en el pasado, soluciones que ahora no iban a servir de nada. Estar así era demasiado para mí, cuando normalmente me llevo todo el día de un lado para otro, y solo paro quieta cuando voy a dormir. A veces ni siquiera eso puesto que me remuevo incluso cuando duermo.

Cuando la puerta por fin se abrió me tape las cara con las manos, había demasiada luz de golpe para mis pobres ojos, los cuales estaban ya acostumbrados a la oscuridad, tuve que llevarme unos segundos más parpadeando para poder ver con claridad, aunque ya había reconocido la silueta de aquel hombre.

Este parecía estar herido, llevaba un brazo encogido y goteando lo que parecía ser sangre, tenía el labio inferior también hinchado y un par de moratones por la cara como si le hubieran pegado una paliza. En la mano que parecía tener bien llevaba una pistola. La cual me lanzo para mi sorpresa. Saco otra de su bolsillo cargándola. No entendía nada lo que estaba pasando.

-Estoy cansado de ser un simple perro. Tú y yo nos vamos de aquí ahora mismo.



Mi pequeña ladrona Donde viven las historias. Descúbrelo ahora