15. Encerrada en mis pensamientos 2/2

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Mire al perro fijamente por unos segundos y tras coger el arma de mejor manera me puse de pie, yo era una ladrona y me había visto veces en situaciones difíciles, sabía lo que estaba pasando. El perro le había plantado cara al jefe, a Alexander y seguramente ahora mismo toda la mafia debía debía de estar buscándolo. No entendía por qué había ido a por mí, seguramente a modo de venganza o por si lo cogían escapando tenerme a mí de rehén. No sabía el por qué pero fuera como fuera era mejor que quedarse allí.

Si me quedaba en la habitación aquella moriría tarde o temprano, si en cambio escapaba con el perro tendría alguna que otra posibilidad de sobrevivir, pocas, pero alguna habría.

Salimos ambos de la habitación estando totalmente pendiente de todo lo que se escuchaba a nuestro alrededor, había demasiado silencio para que toda la mafia lo estuviera buscando. Quizás fuera una trampa. Lo mire de reojo dándome cuenta de que respiraba con dificultad, tal vez tuviera alguna que otra costilla rota y la verdad, el perro era un masoca pero no lo veía tan masoca como para hacerse eso así mismo.

Cuando escuche unos pasos cerca de nosotros le hice una señal para que dejara de andar, nos pegamos ambos a la pared, me asome por la esquina del pasillo y todo lo que vi fue tela negra. Alce la cabeza para encontrarme con la cara de un mafioso, era horrorosamente guapo, llevaba un traje que daba hasta gloria mirarlo de lo impoluto que estaba. Pero su expresión seria y que fuera armado con un arma me dejaba bien claro que no era un cómplice del perro.

-¡Agáchate!-Me agache antes incluso de reconocer que había sido la voz del perro. Este disparo tres o cuatro veces contra el matón, dando de lleno en su torso. Me acerque al cuerpo rápidamente y le quite la pistola de las manos. Ya sé que yo ya tenía un arma, pero iba a necesitarla.- ¿Qué haces? No te entretengas, ya tenemos armas.

-Tengo años de se ladrona y sé que viene bien tener alguna de sobra.-Mentí, a los años había visto muchas películas de asesinatos o de terror y en todas las películas el protagonista o se quedaba sin balas a mitad de una lucha o el muerto que parecía estar muerto no lo estaba y volvía en busca del protagonista portando un arma. Fuera como fuera me aseguraba de que ninguna de las dos cosas pasara quitándole el arma a aquel tipo.

Esta vez en vez de ir caminando y de intentar no hacer ruido ambos íbamos corriendo, sin preocuparnos del ruido que pudiéramos hacer. El perro iba más rápido que yo, pero he de recordar que desde que estaba allí estaba descalza porque les había tirado mis zapatos a aquellos matones en casa de Henry y todavía no me los habían devuelto. Que no es que me preocupara. Pero la planta de mis pies estaba ya más negras que el carbón. Si salía de allí lo primero que haría sería darme un buen baño con agua a presión como mínimo.

Tres o cuatro de esos matones o gorilas venían corriendo hacia nosotros por el pasillo. El perro levanto su pistola pero se iba notando que poco a poco le iba costando más moverse y no era de extrañar. Saque ambas pistolas comenzando a disparar hacia los matones, con la pistola de la mano izquierda realmente lo que estaba haciendo era gastar balas por que no daba ni una, pero seguramente desde fuera me debía de ver como toda una mujer guerrera con dos pistolas. Me estaba imaginando demasiado ya, en los momentos de tensión se me va la cabeza.

Cuando el último de los matones cayó al suelo el perro y yo dejamos de correr o de movernos, estábamos exhaustos, aunque el que peor lo estaba pasando era el, me estaba empezando a preocupar que se muriera de un momento a otro, comenzaba a estar pálido y de la herida de su brazo cada vez salía más sangre. Me quite el cinturón que llevaba, acercándome a él, él se tensó pero me dejo acercarme lo suficiente para hacer una especie de torniquete en el lugar adecuado, si me equivocaba el torniquete podría ser hasta más peligroso que la pérdida de sangre.

Mi pequeña ladrona Donde viven las historias. Descúbrelo ahora