13-La cura

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03:16 pm 3 de junio de 2018

Rusakovo, Koriak, Rusia

Robert gruñía desesperado y ejercía presión sobre la garganta de su hermano, al mismo tiempo que intentábamos detenerlo. Finalmente, conseguimos inmovilizarlo lo suficiente como para poder atarlo de pies y manos. Los demás se alejaron para seguir discutiendo acerca del refugio, y yo me ofrecí a cuidarlo.

—¿Qué coño te pasa? —lo miré a los ojos—. Te conozco mejor que nadie, y sé perfectamente que darías la vida para proteger a Fran. 

—Me encargaré... debo hacerlo —murmuró él con la mirada perdida.

—¿De qué hablas? 

—¡Nos va a matar! ¡Tenemos que matarlo primero!

—Creo que la tensión te está afectando, deberías descansar un poco.

—¿Es que no lo entiendes? Él nos va a matar —balbuceó—. ¡Es un jodido zombi! —Lo miré con lástima, comprobé sus ataduras y decidí dejarlo a solas. 

Me acerqué al grupo, y estos seguían discutiendo acerca de lo mismo. Al parecer, algunos votaban por buscar un vehículo de inmediato e irnos a otra ciudad, y otros por buscar un edificio para pernoctar. Ambas opciones eran bastante arriesgadas, pero mucho mejores que permanecer a la intemperie. 

Mientras pensaba en esto, vi como una silueta tambaleante salía de un callejón y se acercaba lentamente a nuestra posición. Sin perder tiempo, tomé mi cuchillo de combate, le pedí a los demás que permanecieran en silencio y corrí hacia él. No obstante, estando a unos diez metros de distancia, supe que no venía solo. 

A lo lejos se distinguía claramente una multitud de infectados que venían para acá. Con un movimiento certero, le atravesé la sien al que tenía en frente, y corrí de vuelta hacia mis amigos.

—¿Qué ocurre? —inquirió Rich—. Pareces nervioso.

—Ese maldito vino acompañado —jadeé—. Ahora mismo hay una multitud dirigiéndose a nosotros.

—¡Rápido, entremos a un edificio! —propuso Ricardo.

—Eso sería un suicidio. Los infectados nos acorralarían, y probablemente acabemos entre la espada y la pared —respondí mientras recorría el lugar con la mirada.

Todos se quedaron en silencio, y sentí como la tensión aumentaba gradualmente. Intercambiamos miradas nerviosas, y tanteamos nuestras armas. Hasta que...

—¡JDM, Ricardo, vengan acá! —ordené corriendo hacia la tapa de una alcantarilla—. Ayúdenme a levantarla.

Ambos asintieron, y haciendo acopio de todas nuestras fuerzas, comenzamos a halar. La tapa se había pegado al suelo, pero tras forcejear entre todos, cedió. De inmediato, le ordené a los demás que entraran. Noté como algunos hacían muecas de asco, y no era para menos, aunque por desgracia, no había otra opción.

Rich bajó de primero, y después de echar un vistazo, indicó que el lugar estaba despejado. Ricardo no lo dudó ni un segundo, y comenzó a bajar las escaleras.

Fran me miró a los ojos y salió corriendo hacia Robert. No obstante, cuando este último advirtió la presencia de su hermano, comenzó a retorcerse en el suelo.

—Espéranos abajo —le ordené a Fran—. José y yo nos aseguraremos de que llegue a salvo.

—Por favor, no le hagan daño —nos suplicó antes de descender.

El Elemento de la Destrucción (En reedición)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora