9-Macho cabrío

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08:59 am 3 de junio de 2018

Rusakovo, Koriak, Rusia

Desperté en un enorme cuarto que, a juzgar por su apariencia, debió haber sido un consultorio médico. Una buena cantidad de luz solar entraba por las ventanas, dejándome ver que el resto del grupo dormía a lo largo del suelo. Todos, a excepción de Francisco, que al darse cuenta de que yo también estaba despierto, se levantó del suelo e hizo un ademán para que lo siguiera. A continuación, cogí mi M-110 e hice lo propio.

—Tengo un mal presentimiento —confesó.

—Yo también —admití—. Esa secta de encapuchados sabe dónde nos escondemos.

—Parece que tienen la mira puesta en mí.

—No lo sé, pero debemos irnos de aquí antes de que regresen.

—Hace un rato escuché un ruido que venía de la calle, creo que me estoy volviendo loco.

—¿Qué tipo de ruido?

—Como si arrastraran algo por el pavimento y luego lo lanzaran contra el edificio.

—Pensé que eran ideas mías.

—¿Qué deberíamos hacer?

—El ruido se detuvo, puede que desistieran. No tenemos muchas opciones, así que de momento evitemos llamar la atención.

—Dudo que sea posible, es cuestión de tiempo que nos veamos obligados a salir por comida.

Fran tenía razón, al parecer esos tipos tenían interés en capturarlo o quizás matarlo. Debía haber alguna manera de huir de ellos. Eran muchos más que nosotros y estaban mejor armados, además, una de las cosas más perturbadoras, era que actuaban por instinto. Y aunque no lo pareciera, estaban organizados de una extraña pero funcional manera. 

Su líder parecía un psicópata de película de terror americana. Y podría jurar, sin miedo a equivocarme, que seguía las órdenes de alguien o algo. Tenía la mirada perdida, como si quisiera recordar algo. 

Casi todos los encapuchados tenían la cara cubierta por una especie de máscara que no lograba distinguir a esa distancia. También me fije en el hecho de que solo dos de ellos no tenían capuchas: el que parecía ser su líder y el verdugo. 

El verdugo era bastante alto, tendría unos cuarenta y tantos años, poseía una espesa barba negra, además de una larga y sucia melena adornada por varias canas. El sujeto tenía una mirada psicópata que te daba ganas de huir a toda pastilla del lugar y no volver. Además, su túnica estaba cubierta de algo parecido a la sangre seca. Todo eso junto, te daba un miedo intenso.

Ambos eran perturbadores a su manera, y pensar que venían a por mí o por alguien de mi bando, era espeluznante. Eso sumado al hecho de estar en un hospital abandonado, con fantasmas y un grupo de desconocidos bien armados, no me daba seguridad de ningún tipo.

—¡Están aquí! —gritó Ricardo desde el cuarto contiguo.

Me asomé a la ventana, y un escalofrío bajó por mi columna al ver lo que tanto temía: los satanistas habían llegado. En esta ocasión todos, incluyendo al líder y el verdugo, traían una máscara de cabrito sobre sus caras; y apenas pude reconocerlos por su peculiar barba. La secta contemplaba la entrada del edificio esperando instrucciones. Entonces, un par de ellos se abrió paso entre sus compañeros, y ante nuestros ojos, trajeron a un macho cabrío agarrado de los cuernos. El verdugo dio un paso al frente, se arrodilló y miró hacia el cielo mientras abría sus brazos en cruz. 

Todos copiaron su postura, todos, excepto el líder, que permanecía de pie mientras los miraba con indiferencia. En un momento determinado, el líder se quitó la máscara y le hizo un gesto al verdugo, quien hizo lo propio y se abalanzó sobre el pobre carnero. El animal no tuvo ni tiempo de reaccionar cuando el barbudo le dio varias puñaladas en la cabeza y luego le rebanó el cuello a la vez que silbaba una macabra melodía. 

El Elemento de la Destrucción (En reedición)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora