23-Un festín particular

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10:24 am 13 de junio de 2018  

Rusakovo, Koriak, Rusia

Estaba agotado, jodidamente agotado. Me temblaban las piernas y sentía calambres en cada parte del cuerpo. Caí al suelo de rodillas, y decidí quedarme allí para descansar un poco. Había ganado la guerra definitiva, pero lejos de sentirme alegre u orgulloso, sentí un extraño vacío. Ahora que X 77 no estaba, ¿existiría alguna esperanza para la humanidad? Quizá si Denis lograra crear más vacunas podríamos repartírselas a los demás sobrevivientes...

Mis pensamientos se vieron interrumpidos cuando escuché el sonido de varios pies arrastrándose en mi dirección. Inmediatamente me reincorporé y pude ver las siluetas inconfundibles de varios infectados acercándose. Recogí todas mis pertenencias del suelo, y comencé a andar con destino a la montaña. Aquel grupo de no muertos iba creciendo a medida que avanzábamos, así que aceleré al paso tanto como pude, hasta que luego de una larga caminata llegué a mi objetivo.


12:53 pm 13 de Junio de 2018 

Rusakovo, Koriak, Rusia  

Cuando estaba a mitad de camino, se desató una fuerte tormenta de nieve y, a pesar de mi fuerza de voluntad para continuar, tuve que refugiarme en una cueva durante un par de horas. A ese paso tendría que pernoctar allí. La tormenta, lejos de apaciguarse, aumentaba su intensidad gradualmente, a tal punto que ni siquiera se podía ver algo que no fuera nieve en la entrada de la cueva. Me acurruqué en un rincón del lugar, y comencé a tallar el suelo con mi cuchillo. El tiempo pasaba con una exasperante lentitud, pero no podía hacer nada al respecto.

De repente, escuché un gruñido al fondo de la cueva, seguido por varios pasos que no eran humanos. Amartillé mi M-110 y me quedé expectante, fuera lo que fuera que estaba allí no venía con buenas intenciones. La incertidumbre de saber qué demonios me acechaba comenzaba a esparcirse por mi cuerpo, sin embargo, no tuve que esperar demasiado para que aquella criatura se manifestara. Se trataba de nada menos que la pantera de las nieves que nos había atacado unos días atrás.

—No quiero matarte, por favor, vete por dónde has venido —le dije en un tono firme, como si ella pudiera entenderme.

La pantera volvió a gruñir y me enseñó los dientes a modo de advertencia, a su vez, yo le apunté justo en el cráneo. Al parecer estaba decidida a vengarse por el disparo de la otra vez. No quería hacerle más daño, pero si la situación lo requería, iba a defenderme hasta el final. 

De repente, el animal se abalanzó sobre mí. Apenas tuve tiempo para dispararle en el estómago, haciendo que se estrellara contra una pared de la cueva. Antes de que pudiera levantarse, desenfundé mi cuchillo y le realicé un corte rápido en el cuello. Su sangre comenzó a correr por el suelo de la cueva y, al cabo de unos segundos, la pantera dejó de moverse por completo.

En ese momento, me invadió una enorme sensación de hambre. Contemplé el cadáver de aquel animal con cierta indecisión y me acerqué para inspeccionarlo mejor. Omitiendo las heridas de bala, parecía estar sano. Lo dudé por unos instantes, pero el hambre me pudo, así que desenfundé el cuchillo y comencé a despellejarla. Me sentía pésimo por tener que hacer esto, sin embargo, no sabía cuándo iba a detenerse la tormenta, y si quería recuperar energías no tenía otra opción.

Vacié la pólvora de un cargador de mi Desert Eagle en el suelo, acto seguido, hice una pequeña fogata. Cuando logré que el fuego se mantuviera estable, corté un trozo de muslo y lo cociné. No se veía tan apetitoso, pero la verdad es que tenía buen sabor. Aún hambriento, cociné otros pedazos de carne hasta que, luego de darme un festín bastante peculiar, quedé satisfecho.


05:57 pm 13 de junio de 2018

Rusakovo, Koriak, Rusia  

Luego de unas cuantas horas esperando, la tormenta amainó y pude salir de la cueva. Escalé lo que faltaba para llegar a una de las puertas laboratorio y, una vez allí, comencé a saltar para que las cámaras me pudieran ver. De repente, se abrió una puerta corrediza frente a mí y, sin dudarlo ni un segundo, entré. 

El ambiente se sentía extraño, a los pocos segundos de haber entrado sentí un fuerte escalofrío recorriendo mi columna. Algo había ocurrido, mi instinto lo gritaba a viva voz. Amartillé la Desert Eagle, y avancé por el pasillo intentando no hacer ningún ruido. Al ver que este no tenía nada raro, me dirigí al laboratorio. Abrí la puerta con cuidado, y entré a la habitación. Robert dormía sobre una camilla metálica, sin tener ni la menor idea de lo que estaba pasando. La escena era espantosa, no podía creer lo que estaba viendo. Una de las paredes tenía manchones de sangre y, peor aún, había tres cuerpos tendidos en el suelo, todos ellos inmóviles. 

Inmediatamente, le di la vuelta a uno de ellos: se trataba de Denis. Su bata tenía algunas manchas de sangre, y alguien le había enterrado un bisturí en la frente. Sin embargo, no le pude ver ninguna herida a lo largo de todo el cuerpo. Volteé el otro cadáver y me di cuenta de que se trataba de Fran. Estaba cubierto de sangre seca, su cráneo había sido destrozado a golpes contra la pared. Sentí cómo se me encogía el corazón, y antes de darme cuenta, rompí a llorar. Nunca pensé que llegaría este momento...

De repente, observé cómo el tercer cuerpo se intentaba arrastrar en mi dirección. Me arrodillé junto a él, le di la vuelta, y observé la expresión adolorida de Ricardo. Seguía vivo, pero por desgracia ya lo habían mordido.

—¿Qué ocurrió aquí? —pregunté lleno de impotencia.

—Fran estaba infectado y contagió a Denis... —masculló, haciendo acopio de las pocas fuerzas que le quedaban—. Después de operar a Robert, vine a ver cómo estaba y ambos se abalanzaron sobre mí. 

—No puede ser... —lágrimas bajaron por mis mejillas.

—Robert también está infectado, solo quedas tú... —agregó con una sonrisa agridulce—. Supongo que era de esperarse, siempre fuiste el más difícil de vencer.

—No digas eso, por aquí debe haber algún antídoto.

—Olvídalo, ya es demasiado tarde para nosotros —posó su mano en la culata de mi pistola—. Ya sabes lo que debes hacer.

—No, debe haber alguna solución.

—Sí la hay, pero no quieres afrontarla —respondió, para luego toser sangre—. Mientras más te lo pienses, más difícil será hacerlo.

—¿Qué sentido tiene quedarse solo en el mundo? 

—Siempre has hecho las cosas por el bien del grupo, no te retractes ahora. Solo aprieta el maldito gatillo y acaba con nuestro sufrimiento —suplicó.

Entre sollozos, le puse el cañón del arma en la frente. Intercambiamos miradas, y Ricardo asintió resignado. 

—Gracias por todo —dije antes de apretar el gatillo.

Una mezcla de astillas de hueso, trozos de masa encefálica y sangre se desparramaron por el suelo mientras que yo hacía todo lo posible por recuperar la compostura. Aún faltaba Robert. Caminé hacia él, y noté cómo su cuerpo sufría fuertes espasmos. Pronto sería una de esas cosas, a menos que...

—Desde que éramos niños tú y Fran han sido como hermanos para mí —apoyé el cañón de la pistola en su sien—. Sé que le fallé a ambos, espero puedan perdonarme —se me hizo un nudo en la garganta—. Nos vemos en la otra vida, hermano —agregué antes de disparar.

El Elemento de la Destrucción (En reedición)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora