Capitulo 2 - Reino del Sol

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Capitulo 2

Nunca olvidaría el rostro de mis hermanas mientras yo me marchaba. La tristeza en su rostro y la soledad en su mirada. Anhelaba poder bajar de este barco y llegar hacia ellas, abrazarlas y decirles lo mucho que las quería, que todo estaría bien y que volvería, volvería para librarlas de esa mujer. Las lágrimas comenzaban a juntarse en mis ojos amenazando con derramarse en un llanto de dolor. El nudo en mi garganta era horrible y el vacio en mi pecho crecia mientras me alejaba de ellas, era insoportable.

No pude quedarme en la cubierta y observar como me alejaba de las personas importantes para mi.

Sin poder soportar más me dirigí a mi habitación en el barco, donde podía desahogarme tranquilamente y sacar toda mi frustración. Mis piernas caminaban solas anhelando tener un poco de tranquilidad para sufrir mi dolor. Divise una puerta de madera tallada y me adentre en mi habitación. Mis piernas temblaron y por fin me derrumbe en el suelo. Las lágrimas mal contenidas comenzaban a mostrarse en mis ojos. La garganta me dolía más que antes pero eso no evitaba que grandes sollozos de dolor escaparan de ella.

Tome una de las almohadas de la habitación y me la puse en la boca, grite, pero el grito fue contenido por la almohada, no tenía otra que hacer más que llorar, llorar sin ningún consuelo. A sabiendas de que esta, probablemente, sería la última vez que viera a mis queridas hermanas, ni siquiera había podido despedirme de mi padre, esa maldita no me lo permitio.

La odiaba, la odiaba más que a nada en el mundo. Quería destrozarla con mis propias manos. El rencor es un sentimiento de de doble filo, lo sabía, igual que la venganza, pero no podía evitarlo, no después de todo lo que hiso.

Y así.

Entre lágrimas me quede dormida.

Cuando desperté todo estaba oscuro y no se escuchaba demasiado ruido en la cubierta. Salí de mi habitación y fui hacia la popa del barco. El viento nocturno choco contra mi cara. Cerré los ojos disfrutando el frío, pero reconfortante aliento de la naturaleza, Sacudía mi cabello alborotándolo mas de lo que ya estaba.

Abrí los ojos y estos se encontraron con el cielo nocturno más hermoso que haya visto en mi vida. Un cielo estrellado. Las estrellas desfilaban en multitud alrededor del campo azul nocturno de la noche. Bailando alrededor de la luna. Iluminando las oscuras aguas de los mares. Era un espectáculo maravilloso.

Suspire.

El puro aire del océano entraba por mis fosas nasales llenando mis pulmones de este. Si tan solo pudiera detener el tiempo y seguir observando este hermoso azul. Ese azul que le daba paz, donde se sentía segura.

Azul.

Abrió los ojos perezosamente y se incorporo en la cama.

El Reino del Sol.

Por fin habían llegado.

La ciudad era alucinantemente grande. Aunque viniendo del reino del sol era de esperarse.

El aire seco del ambiente quemo mi nariz y rápidamente mi piel se reseco pidiendo urgentemente un lugar húmedo y fresco. Su hogar.

Su nueva prisión.

...:::PRESENTE:::..

Seguía distraídamente a las sirvientas, ignorando por completo la palabrería que estas soltaban, indicándole donde quedaba cada cosa. No tenía ánimos de continuar con todo esto. Solo quería descansar.

—Oye— Dirigió su voz a una de las sirvientas que le servían de guía por el castillo.

—¿Si, Su Alteza?— dijo con formalidad.

—¿Dónde queda mi habitación?— No quería ser descortés, pero no estaba de ánimos para un recorrido.

—En este momento la están acondicionando para usted alteza.

—Desearia poder descansar, el viaje ha sido pesado. Realmente no tengo cabeza para un recorrido.

—Pero Su Alteza, aun falta parte del castillo que enseñarle— dijo la sirvienta, creo que si su memoria no fallaba se llamaba ¿Sunia? ¿Mikia? No sabía, los nombres de ellas eran muy parecidos.

Estaba por hablar cuando una voz masculina irrumpió en el lugar.

—Déjala, la Princesa debe de estar cansada, yo la llevare a una habitación- La voz sono a sus espaldas, sabia quien era, su voz se había quedado grabada en su memoria con terrorífica facilidad.

—Su Majestad— Las sirvientas hicieron una reverencia y se retiraron.

—Grac— Fue interrumpida.

—No me des las gracias, quería hablar contigo y ellas estorbaban.- Dijo con un tono frio y descortés.— ¿Vienes o te quedaras ahí como tonta?-

La furia lleno sus mejillas, encendiéndolas por completo y exploto en un reclamo.

—¿Quién te crees para decirme de esa manera, imbécil?.— Después de eso su cabeza reacciono a lo que acababa de hacer y sus manos se dirigieron a su boca.

—¿Qué quién soy?-—hiso la pregunta retóricamente— Pues solo soy Livius I, Rey del país del sol, Y más importante Tu Esposo. Y si vuelves a dirigirte así a mí, no te ira tan bien como ahora.— No sentí cuando su cuerpo se había acercado tanto al mío, ni como había terminado acorralada por sus fuertes brazos que parecían muros de hierro alrededor de mi cabeza. Ese hombre era una cabeza más alta que yo, así que se inclinó un poco para poder tomarme de la barbilla y advertirme con esas palabras que no le volviera a faltar al respeto.

No sé si había sido porque me había regañado o porque era demasiado apuesto, pero mi corazón se acelero a un punto donde no podía controlar mi respiración y mis mejillas se encendieron . El lo noto, ¡Claro que lo notaria! A él no se le pasa nada.

Afortunadamente se separo de mi y camino hacia uno de los pasillos.

Vi como se paraba en seco y volvía su cabeza hacia mí. Que todavía seguía petrificada en el mismo lugar.

—Ven— Ordeno y yo salí de mi trance; Suspire con resignación y lo seguí.

—¿A dónde vamos?— pregunte.

—¿No es obvio? A la que sera nuestra habitación— dijo como si fuera lo más obvio del mundo.

Espera "Nuestra", no será que... imposible ¿Verdad?.

Me puse exageradamente nerviosa. ¿Dormiría con él?

— ¿Nuestra?— le pregunte, necesitaba que me dijera que no y que iba a ser solo mía, y que estaba bromeando. Pero no tenía tanta suerte.

—Sí, nuestra. Por supuesto que mas adelante.— levanto una ceja y me miro— ¿O te da miedo? ¿Tienes miedo de que te haga algo?— soltó una carcajada.

—Niña, tendrás que acostumbrarte, viniste aquí para ser mi esposa...— no termino la frase cuando habíamos llegado a una gran puerta de ébano negro con tallados muy definidos.

—Bienvenida a nuestra futura habitación, esposa mía.

Continuara...

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