Día 2: Domingo [1]

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El abrazo en la cama.


Abrí los ojos a causa de los rayos del sol que entraban por la ventana.

Dios. Tenía que recordar cerrar las cortinas por la noche.

Me giré dándole la espalda a la molesta fuente de luz. Estaba decidida a dormir otro rato, pero por desgracia, el universo tenía otros planes. Mi cabeza empezó a picar a causa de toda la sal marina, que estaba segura que aún no había lavado. La noche anterior me había quedado dormida en el auto de Dan luego de ir por una hamburguesa. Ni siquiera podía recordar cómo había llegado a la cama, mucho menos el haber tomado un baño.

Traté de ignorarlo y cerré los ojos los ojos de nuevo. Justo en ese momento, mi teléfono sonó.

Demonios.

Estiré mi brazo y tanteé la mesa de noche hasta que di con el aparato. Tampoco podía recordar haberlo dejado ahí.

Tenía un mensaje de Debby.

Maldición. Sólo era una estúpida cadena.

Gruñí y pataleé con frustración.

―Entendí el mensaje ―grite mirando al techo―. Me levantaré.

Me bajé de la cama y fui directo al baño. Tomé una ducha para sacar toda esa agua de mar de mí y me lavé los dientes. Regresé a la habitación usando sólo una toalla y el tótem que Dan me regalo la tarde anterior.

De verdad era lindo.

Me puse un par de pantalones cortos de mezclilla, una blusa azul y unas zapatillas negras; y, antes de salir del cuarto, recordé que la cortina continuaba corrida.

Si no lo hacía ahora, no lo haría jamás.

Me acerqué a la ventana para cerrarla, pero vi algo del otro lado del cristal que llamó mi atención. Una sonrisa se adueñó de mi rostro mientras corría, a toda velocidad, escaleras abajo. Estuve a punto de chocar con mamá cuando llegué al primer piso.

―¡Hey! ¿A dónde vas tan rápido jovencita? ―se interpuso entre la puerta y yo

―Dan... ―respiré aceleradamente―...su auto... está afuera. ―Dios, vaya que había sido una agotadora carrera―. Voy a ver si está en casa.

―Ah, claro ―dio un paso en dirección a la escalera―. Vuelve para desayunar

―Claro. Gracias, Ma'

Salí de la casa, salté la valla y subí su pórtico. Después de dos timbrazos, la puerta empezó a abrirse.

―Rachel, cariño, ¿cómo estás? ―me saludo Margareth, la madre de Daniel, con su dulce sonrisa, haciéndome espacio para que entrara― ¿Por qué no usaste tu llave?

Tenía una copia de la casa de los Mitchel desde hacía un par de años, pero a veces me daba un poco de vergüenza usarla.

―Hola, Maggy ―sonreí dando un paso dentro de la casa―. La olvidé ―un par de brazos delgados se aferraron a mi cintura en un segundo. Miré hacia abajo y mi sonrisa creció―. Audrey, hola ―saludé a la pequeña devolviéndole el abrazo.

―Hola, Rach. Acabo de terminar mis entrenamientos ―me informó.

―Oh, genial. Yo no estiro hace unos días ―hice una mueca―. Va ser horrible cuando lo intente

Audrey soltó una risita.

―Oye, ¿viniste a ver a mi hermano?, porque sigue durmiendo.

―Sí, vi su auto afuera y vine a ver si seguía aquí.

25 días para recordarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora